Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
El presidente Fernández en su mensaje oficial dijo: “cada 24 de marzo, la Argentina se une para repudiar lo que ocurrió tras el golpe militar de 1976 que dio inicio a la última dictadura cívico militar”, asegurando que le dan “asco y vergüenza” los discursos negacionistas sobre los delitos de lesa humanidad. En una arenga llamando a la unidad, expresó: “el 24 de marzo es el día de la memoria e irónicamente es el día en que más estamos unidos porque tenemos una sola consigna: Verdad y Justicia. Que de una vez por todas sepamos que ocurrió y que se hable sin medias tintas.”[1]
En su carácter presidente de todos los argentinos, su llamado a la unidad es una exhortación obligada, un baño de barniz oficial que aunque se esmere en cubrir la superficie del amplio y complejo tejido social, deja descubiertas grietas de una comunidad destrozada por esas FFAA con una cúpula cobarde, vil y salvaje que empleó todos los medios del Estado para cumplir con el empresariado agazapado tras la figura de Alfredo Martínez de Hoz, el ministro de economía todo poderoso de aquella dupla sanguinaria que formaba con el General Jorge Rafael Videla, el primero de cuatro dictadores que gobernaron el país hasta 1983.
Los fantasmas de la dictadura acechan cada día a los y las argentinas en este nuevo aniversario de aquel magnicidio. El modelo económico impuesto a partir del 24 de marzo se dedicó a derrumbar el proyecto de construcción de una sociedad motorizada por la actividad industrial y reemplazarla por otra que puso el eje en la valorización financiera del capital, con un fuerte impacto negativo en la distribución de la riqueza. De esa época viene la plata dulce, la bicicleta financiera y el vicio de vivir en pesos pensando en dólares y el piso de pobreza, que estaba en 5 por ciento y subió a un 20 que jamás se pudo bajar.
Uno de esos fantasmas, como jinete del Apocalipsis, es el Fondo Monetario Internacional, que nos transforma en deudadependientes desde marzo de 1956, durante la hipócrita dictadura bautizada de “Libertadora”; esclavos desde entonces, durante el cínico “Proceso de Reorganización Nacional”, la deuda se quintuplicó: ascendió de 8,2 mil millones en 1976, a 45 mil millones en 1982, aumentando un 446%. Dato al margen, apenas ocurrido el golpe, el FMI liberó un giro por algo más de 100 millones de dólares en el marco de las facilidades compensatorias por caída de las exportaciones, que permitió incrementar las reservas de 23 millones de dólares a 150 millones de dólares.[2]
El negocio del endeudamiento externo no tenía ningún correlato con la economía real. No estuvo orientada a la inversión productiva, sino que sirvió para la apropiación de enormes rentas financieras, la bicicleta financiera, que consistía en aprovechar la diferencia de tasas de interés locales e internacionales. De esta manera los petrodólares (las ganancias por la crisis mundial del petróleo de mediados de los setenta) entraban al país, se cambiaban a pesos baratos y se colocaban en el mercado financiero local con tasas de interés y ganancias altas que, en su mayoría, se remitían al exterior. Hecho que concentró en pocas manos el gran capital y desde luego, la tajada del ingreso nacional. Ningún extranjero en su sano juicio entiende cómo un país endeudado como el nuestro, posee capitales de argentinos en bancos extranjeros superiores a 400 mil millones de dólares, cifra ficticia que con seguridad, es superior. Pero claro… pegan el grito en cielo cuando se anuncia un gravamen a las grandes riquezas de uno o dos por ciento de lo declarado.
Esto se dio en gran medida por un Estado que financió un feroz endeudamiento del sector privado permitido por la desregulación financiera y posterior estatización de esa deuda privada. De acuerdo con estimaciones del economista Eduardo Basualdo, el subsidio estatal canalizado a través de este instrumento fue de 8.243 mil millones de dólares entre 1981 y 1983 (dentro del que estaba el grupo Macri-Fiat que conformaba Sevel).[3]
Una fenomenal transferencia de recursos públicos hacia los sectores más concentrados del capital; basta con mencionar que sólo 30 grupos económicos nacionales y algo más de 100 grandes empresas transnacionales concentraban aproximadamente el 65% de la deuda externa privada.
La población argentina pagó los platos rotos de esa oligarquía vernácula que celebraba desde la exposición anual de la Sociedad Rural Argentina en 1977, que finalmente se había salido de esa utopía peronista de alimentos baratos. Nada nuevo ¿no?
Los fantasmas de la dictadura sobrevuelan cualquier política con pretensiones de Justicia social, libertad y soberanía, el flamante acuerdo del Congreso para la renegociación del préstamo otorgado por el FMI al ex presidente Macri, quien continúa desentendiéndose de la fuga de capitales de su grupo de amigos y se postula para un segundo tiempo más violento para 2024 en caso de suceder a Alberto Fernández. Fiel a su estilo y sensibilidad, lo hace a través de los canales de la prensa hegemónica, mientras es liberado de su procesamiento para salir del país para asistir encabezando la delegación argentina al 45° Campeonato Mundial de Bridge a realizarse en Parma, Italia entre los días 27 de marzo y 9 de abril.
Los fantasmas de la dictadura siguen azuzando los precios, el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, reclamó este lunes a ejecutivos de grandes empresas de alimentos y cadenas de supermercados que retrotraigan sus precios a los que tenían a principios de marzo. Su cartera detectó que varias de ellas encarecieron sus productos entre el 10% y el 20%. “Es un pedido, una exigencia, de que seamos responsables en este momento tan difícil del mundo.”[4]
Entre esas empresas están: Molinos Río de la Plata (de la familia Perez Companc), Molino Cañuelas (de los Navilli), Mastellone (la dueña de la marca La Serenísima que está controlada por Arcor, de Luis Pagani), AdecoAgro (que comercializa la leche Las Tres Niñas y Apóstoles, y que pertenece a Mariano Bosch) y la norteamericana Coca-Cola. Las grandes de siempre.
Con los fantasmas a la saga, algunos medios del palo recordaron algunas cifras de la dictadura que ponen los pelos de punta: duró 2818 días; tuvo cuatro dictadores: Videla, Viola, Galtieri y Bignone; pasaron 2 mundiales, 2 juegos olímpicos y 3 papas; se cerraron 20.000 fábricas; se abrieron 340 centros clandestinos de detención; la inflación acumulada durante el 1976 a 1983 fue de 517.000%; el Mundial del 1978 costó 500 millones de dólares, mientras que España gastó en el de 1982, 26 millones de dólares; se enviaron 14.000 hombres a la Guerra de Malvinas, murieron 649 soldados y se suicidaron 1.000 veteranos una vez finalizado el conflicto armado; se secuestró, torturó y desapareció a personas. 9.000 casos fueron denunciados ante la Conadep y se estima que hay al menos 30 mil desaparecidos; 490 personas nacieron en cautiverio durante la dictadura militar, sólo 127 fueron recuperados; se calcula que 500.000 argentinos se exiliaron voluntariamente o forzosamente durante la dictadura.[5]
Números horrorosos que jamás pueden reflejar el infinito drama humano impuesto por el terror, por esa casta militar que creía custodia de los destinos de la patria.
De allí que siguen siendo escasos los programas de educación en torno a difundir lo realizado por la dictadura para que Nunca Más vuelva a ocurrir, aunque advertimos que mucho más poder tiene la prensa que embrolla todo el tiempo con mentiras la mente de niños, jóvenes y desprevenidos, colaborando en reinstalar un neoliberalismo cada vez más feroz y despreciable.
[1] Discurso del presidente Alberto Fernández conmemorando el 24 de marzo de 1976.
[3] Alfredo Zaiat, Pasado y presente (de la deuda externa argentina), CASH, Suplemento Económico de Página 12, 28 de octubre de 2001.
[4] EldiarioAR, 21 de marzo de 2022.
[5] C5N, Minuto Uno, El editorial de Víctor Hugo Morales, 24 de marzo de 2022.
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