En todo caso, la izquierda, identificada en todos esos sectores, son las que promovieron la organización popular, las luchas sociales y la conquista de derechos laborales que, de otro modo, no habrían avanzado en la región, donde la mayoría de países eran precapitalistas, con economías primario-exportadoras, gobiernos oligárquicos, con elites dominantes y poblaciones miserables y explotadas. Sin embargo, las relaciones económicas con la URSS permanecieron alejadas y después de la II Guerra Mundial (1939-1945), con el desarrollo de la “guerra fría”, la URSS fue aislada de América durante décadas, a lo que se sumó la Revolución China (1949) igualmente proscrita por el mundo occidental.
En ese marco, la OTAN (1949) fue creada para cercar a la URSS, que respondió con la creación del “Pacto de Varsovia”, mientras los EEUU afirmaron su hegemonía en el continente americano e impulsaron la creación de la OEA (1948), bajo los principios de la Doctrina Monroe. Pero fue la Revolución Cubana (1959) la que provocó reacciones históricamente inéditas. Bloqueada por los EEUU y desde 1962 por la OEA, la supervivencia de Cuba fue asegurada por la URSS durante tres décadas, mientras en el resto de países el intervencionismo, las acciones de la CIA y la propaganda del anticomunismo, aseguraban el alineamiento de los gobiernos o dictadores latinoamericanos a los EEUU. Paradójicamente la Revolución Cubana no solo inspiró movimientos guerrilleros, sino también ideales socialistas, que fomentaron el crecimiento de las izquierdas latinoamericanas, cuya presencia política y social se hizo evidente en la década de 1970, con el triunfo del socialista Salvador Allende en Chile (1970-1973) y de la Revolución Sandinista en Nicaragua (1979), en tanto el marxismo pasó a ser rector de las ciencias sociales latinoamericanas, cuyo prestigio y difusión se afirmó. Ese ascenso de las izquierdas intentó ser liquidado por las dictaduras militares terroristas del Cono Sur, la Operación Cóndor y la internacional derechista de la región, siempre de la mano del combate al “comunismo”, en cuyo marco se cultivaron prejuicios y tergiversaciones sobre la URSS y también sobre China y los otros países socialistas.
La crisis de la deuda externa latinoamericana en 1982 alteró el rumbo económico de América Latina: penetró el neoliberalismo a través de las “cartas de intención” con el FMI y se abandonó el desarrollismo. Pero el impacto decisivo e inesperado en la historia mundial llegó con el derrumbe del bloque socialista y la disolución de la URSS (1991), que dio nacimiento a la nueva Rusia, en un ambiente internacional que consolidó la globalización capitalista bajo hegemonía unipolar de los EEUU. La debilitada Rusia no pudo evitar el avance hacia el Este de la OTAN; sin embargo, progresivamente reconstruyó su poderío y desde 2000 estaba lista para expandir sus vínculos internacionales. Entonces Rusia ingresó a América Latina.
Es durante el nuevo milenio que los empresarios latinoamericanos y también gobiernos de distintos países, buscaron el mercado ruso. No es cierto que las nuevas relaciones solo interesaron a gobernantes “izquierdistas” o “populistas” de orientación “antiestadounidense”. Casi todos los países latinoamericanos progresivamente crearon vínculos con Rusia, de manera que la globalización unipolar no pudo evitar esos acercamientos, que incluyen a China y otros países antes proscritos o alejados. Y no son solo relaciones económicas, aunque predominan las exportaciones latinoamericanas primarias y las importaciones de productos agroquímicos, ciertas tecnologías, petróleo, aluminio, hierro, carbón y trigo, desde Rusia. Los acercamientos militares han sido, ante todo, con Venezuela, aunque mucho menor con Nicaragua y Cuba. La venta principal son armas. Pero, según Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de los EEUU, es “dudosa” la posibilidad de que Rusia despliegue capacidades militares significativas en esos países. Quienes ocupan los primeros lugares en el intercambio con Rusia son Brasil, Argentina, Venezuela, Cuba, México, Perú, Chile y, singularmente, Ecuador. De acuerdo con el presidente de los exportadores ecuatorianos (FEDEXPORT) Rusia es el cuarto destino no petrolero del país, con 1.200 millones de ventas en banano (700m), camarón (150m), flores (80m) y otros (https://bit.ly/3sJonGY). El cierre del mercado ruso por la guerra en Ucrania tiene un impacto inmediato, por lo cual estos empresarios acudieron al gobierno a solicitar “compensaciones”. La respuesta del presidente Guillermo Lasso fue que dejen de “llorar” los ricos, porque no tendrán un centavo del dinero “de todos” (Estado), y que asuman los riesgos de sus negocios (https://bit.ly/3MIg3iI). Ese tongo temporal se resuelve por otra vía: continuará el modelo empresarial y plutocrático-neoliberal revivido desde 2017, con la inminente privatización de bienes y servicios públicos, ante una población desprotegida, que ha visto agravar la precarización laboral, el desempleo, el subempleo y la pobreza -lo demuestran estadísticas y múltiples estudios-, sin contar, además, con fuerzas políticas que asuman seriamente la representación de sus derechos e intereses.
La expansión de Rusia y China, así como el surgimiento de los BRICS y el desarrollo de las relaciones internacionales en el nuevo milenio, son procesos que han determinado la superación del unilateralismo y la conformación de un mundo multipolar, que para América Latina ha significado la posibilidad de diversificar sus relaciones económicas, aliviar o superar la tradicional dependencia frente a los EEUU y ampliar el radio de sus decisiones soberanas, a pesar de la falta de una geoestrategia común entre los países de la región. Aún así, no es precisamente Rusia la que mejor se ha proyectado en el continente, sino China, que ha pasado a ser el segundo socio comercial para América Latina después de los EEUU.
Con todo ello, no se ha advertido que también el americanismo monroísta ha recibido un golpe histórico. Aquello de la “América para los americanos” (parafraseando, a nadie se le ocurre una “Europa para los europeos” o “Asia para los asiáticos”) no tiene más el sentido original, a menos que los países latinoamericanos dejen de ampliar relaciones con Europa, corten con Rusia por el tema de la guerra en Ucrania y renuncien a potenciar las relaciones económicas con China y tantos otros países “ajenos” al continente. Si eso pueden hacer potencias como EEUU o Gran Bretaña (encabezan las sanciones a Rusia por la guerra de Ucrania), para los latinoamericanos sería una vía suicida, ya que frenaría las posibilidades de su desarrollo y condenaría a la región a volver a ser el patio “trasero” o “frontal” de los EEUU, que da lo mismo. Pero ese viejo “americanismo” ronda todavía el escenario. Evan Ellis, profesor e investigador de estudios latinoamericanos del Instituto de Estudios Estratégicos del Colegio de Guerra del Ejército de los EEUU, reconoce que los EEUU podrían admitir ciertas actividades comerciales con Rusia, pero su presencia y posible despliegue militar en América Latina es una “amenaza”, tanto como el “giro hacia la izquierda y el populismo autoritario” en la región. Por tanto, concluye, la presencia rusa debe rechazarse “activamente” incluyendo sanciones, que incluso debieran caer sobre China, si continúa su alianza mundial con Rusia (https://bit.ly/3pYp4dv). Pese a ello, América Latina tendrá que tomar su propio camino. Alberto Fernández, presidente “izquierdista” de Argentina visitó Rusia un mes antes de que estallara la guerra en Ucrania y Jair Bolsonaro, presidente “derechista” de Brasil lo hizo en vísperas del conflicto, pese a las presiones y críticas de los EEUU; en tanto el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador suscribe un documento de radical crítica al Parlamento Europeo (https://bit.ly/34AF79W). Sin duda, la región tendrá mejores alternativas en un mundo multipolar, que el siglo XXI está definiendo.
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