sábado, 29 de junio de 2024

Ismaelillo, 2024

 El desarrollo del pensar martiano hace parte del campo más amplio de la historia de la cultura en nuestra América y, en particular, de la historia de la capacidad de las ideas para incidir en la transformación social y el cambio político, una vez incorporadas a la conciencia colectiva.

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá

“No es el ‘pensamiento’, sino lo que realmente se piensa, lo que une o diferencia a los hombres.” Antonio Gramsci, c. 1932[1]  

 


“Hijo:

Espantado de todo, me refugio en ti.

Tengo fe en el mejoramiento humano, 

en la vida futura, en la utilidad de la virtud, 

y en ti.”

 

Con estas líneas presentó Martí, en 1882, su poemario Ismaelillo, dedicado al nacimiento de su único hijo. En ellas están presentes, en lo más esencial, su visión de la vida en el mundo, de las tareas a cumplir en ella, y de las razones que las inspiraban. De esa visión, y de la ética correspondiente a su estructura, vino a resultar un pensar martiano, que abarca a un tiempo tanto la estructura fundamental del razonar político, cultural y moral de José Martí (1853-1895), como el proceso que lleva a la formación y desarrollo de esa estructura entre 1875 y 1895, en lo que fue de su exilio político en México a su muerte en combate en Cuba. 

 

En un amplio sentido, el desarrollo de ese pensar hace parte del campo más amplio de la historia de la cultura en nuestra América y, en particular, de la historia de la capacidad de las ideas para incidir en la transformación social y el cambio político, una vez incorporadas a la conciencia colectiva. Por lo mismo, se vincula a la historia de las ideologías en lucha en nuestra región, desde aquellas que legitimaron y cuestionaron al liberalismo oligárquico en la segunda mitad del siglo XIX, a las que hoy lo hacen con respecto al neoliberalismo (oligárquico también, así sea de otras oligarquías) entre fines del siglo XX y comienzos del XXI. 

 

Ese vínculo se expresa en dos niveles relacionados entre sí: el de la actualidad de lo pensado por Martí en su tiempo, y el de la vigencia de su pensar en el nuestro. Ambos niveles comparten cuatro elementos estructurantes de su razonar político-cultural: su fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, en la necesidad de luchar por el equilibrio del mundo, y en la unidad del género humano.

 

El análisis de ese pensar encuentra apoyo en cinco autores en particular. Por un lado, en sus compatriotas Cintio Vitier (1921-2009), poeta y filólogo, y el también poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar. Por otro, el ideólogo y filósofo Antonio Gramsci (1891-1937); el historiador Immanuel Wallerstein (1930-2019) y el sociólogo Aníbal Quijano (1928 – 2018).

 

Gramsci, como sabemos, abordó entre otros temas los problemas relativos al papel de la obra de Carlos Marx en la formación de la cultura contemporánea, prestando especial atención a la capacidad de las ideas para incidir en la vida social y política, y al papel de la ideología - “entendida […] como fase intermedia entre la filosofía y la práctica cotidiana” - en la formación y el desarrollo de esa capacidad.[2] Al respecto, dijo,

 

Para la filosofía de la praxis las ideologías no son ciertamente arbitrarias; son hechos históricos reales que es preciso combatir y develar en su naturaleza de instrumentos de dominio, no por razones de moralidad, etc., sino justamente por razones de lucha política; para tornar intelectualmente independientes a los gobernados de los gobernantes, para destruir una hegemonía y crear otra, como momento necesario de la subversión de la praxis. […] ella afirma explícitamente que los hombres toman conciencia de su posición social y, por tanto, de sus objetivos, en el terreno de las ideologías, lo que no es una pequeña afirmación de realidad; la misma filosofía de la praxis es una superestructura, es el terreno en que determinados grupos sociales toman conciencia de su propio ser social, de sus fuerzas, de sus objetivos, de su devenir.[3]

 

La obra de Wallerstein, por su parte, aportó al análisis sistémico de los procesos históricos, relevando entre otros aspectos la incidencia de los factores político-culturales en aquellos. Quijano, a su vez, incorporó a la crítica de la geocultura del moderno sistema mundial la colonialidad eurocéntrica que la caracteriza. En 1992, ambos compartieron la elaboración de una visión del papel de América en la formación y el desarrollo del mercado mundial que gana una importancia cada vez mayor. “El moderno sistema mundial” dijeron allí

 

nació a lo largo del siglo XVI. América -como entidad geosocial- nació a lo largo del siglo XVI. La creación de esta entidad geosocial, América, fue el acto constitutivo del moderno sistema mundial. América no se incorporó en una ya existente economía-mundo capitalista. Una economía-mundo capitalista no hubiera tenido lugar sin América.[4]

 

En la formación de esa economía, del sistema geopolítico que la organiza, y de la geocultura que la expresa, América aportó además cuatro novedades vinculadas entre sí: la colonialidad, la etnicidad, el racismo “y el concepto mismo de la novedad.” Desde esa perspectiva, podemos ver que la crítica a esa geocultura – organizada en torno a lo que desde la visión eurocéntrica era el conflicto entre civilización y barbarie como justificación del colonialismo – hace parte intrínseca de la obra martiana, en particular en su ensayo Nuestra América, que es como el acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad.

 

Esa relación crítica con la geocultura eurocéntrica contribuye a la comprensión de la universalidad del legado martiano, y en particular a la vigencia de su pensar. Precisamente por eso, el pensar martiano ha tenido y tendrá un papel de primer en la formación de las opciones de los pueblos de nuestra América ante los problemas de nuestro tiempo. Allí, sus ejes fundamentales de organización y desarrollo vinculan ya ese pensar a los desafíos mayor que nos plantea la transición civilizatoria en que estamos inmersos y, en particular, a la tarea de garantizar la sustentabilidad del desarrollo humano ante la crisis socio-ambiental que lo amenaza. 

 

De ese pensar nos llega, para esta circunstancia, una advertencia cuya actualidad se sustenta en la sistematicidad, la historicidad y la vocación universal inherentes a la concepción del mundo que la motiva. En nuestra América, dice,

 

Estamos en tiempos de ebullición, no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos. Están luchando las especies por el dominio en la unidad del género.[5]

 

A ello estamos, desde la fe en el ejercicio de la unidad del género en el mejoramiento humano que facilite hacer útil la virtud en la lucha por el equilibrio del mundo. En eso consiste ser martiano en este tiempo nuestro. Eso es lo que nos une, y lo que nos diferencia de otros.

 

Alto Boquete, Panamá, 28 de junio de 2024



[1] Gramsci, Antonio (2003, 37): El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce. Nueva Visión, Buenos Aires.

 

[2] Gramsci, Ibid., 132

[3] Gramsci, Ibid., 245

[4] “La americanidad como concepto, o América en el moderno sistema mundial” 

https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000092840_spa

 

[5] Cuadernos de ApuntesObras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XXI, 163

 

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