Debemos poner los pies bien firmes en la tierra para así poder palpar las necesidades inmediatas de nuestros pueblos, ya sea de forma interna o externa, ya que México debe continuar tejiendo lazos de unidad latinoamericana mientras pone freno a la injerencia imperialista, algo que no es simple, pero sí urgente.
Cristóbal León Campos / Para Con Nuestra América
Desde Mérida, Yucatán. México.
Los resultados de las elecciones 2024 ya se van conociendo con claridad y es buen tiempo para iniciar las reflexiones, pues la voluntad del electorado será analizada por muchas voces, presentándose datos, especulaciones y hasta teorías algo “conspirativas”, pero lo cierto, es que los retos son grandes para México y su papel como actor internacional, a nivel regional y global, en un contexto de aceleración de los procesos de crisis sistémica, donde los conflictos bélicos y la presencia de ideologías neofascistas y ultraconservadoras hacen necesario reforzar los caminos del bienestar humano.
México está, como gran parte del mundo, en la órbita de la disputa geopolítica del imperialismo y las potencias económicas, las guerras de reacomodo estratégico, como la de Ucrania-Rusia, tienen efectos económicos que deberán ser enfrentados por los gobiernos próximos, siendo que el papel de nuestra nación en el terreno de las relaciones diplomáticas también enfrentará nuevos retos, pues ya en los últimos años se ha puesto en claro que la influencia de nuestro país en la región se ha reconfigurado, aunque no de manera exenta de contradicciones, como es la ambigüedad frente al genocidio que comete el sionismo israelí contra Palestina. Pero no puede negarse que nuestra nación ha recuperado un alto porcentaje de la influencia que durante décadas le caracterizó, el peso de México como figura ética es alto para gran parte de Latinoamérica y el Caribe.
Además, no debe olvidarse que estar en la órbita imperialista no se reduce a la disputa del poder político entre naciones, sino que impacta al desarrollo económico, y es que esa es la esencia del imperialismo. El desarrollo monopolista del capital aún presente –aunque se niegue de muchas formas- tiene efectos en los procesos al interior de los países, y más en regiones que se han considerado estratégicas, siendo en éstas en donde vemos que las inversiones se dirigen a la atracción de capital muchas veces en detrimento del desarrollo social y comunitario, sin importar que los discursos políticos digan otra cosa, es decir, los megaproyectos de las “regiones y áreas de desarrollo” no garantizan un avance en las condiciones de vida de las poblaciones locales directamente afectadas, muy al contrario, los efectos se dirigen a la dolarización de la económica –aunque sea de manera informal-, a la destrucción de la cultura, identidad y del patrimonio social, así como a la acumulación de riqueza por parte de las oligarquías todavía existentes, con el consecuente crecimiento de la desigualdad social, siendo uno de los fenómenos más acelerados en los últimos años la gentrificación de las urbes, al igual que la desvalorización del salario y el alza desmedida de los costos de la canasta básica, todo esto, junto a la precarización del trabajo; fenómenos que sí son observables en nuestras realidades inmediatas.
Ahora, pasadas las elecciones, vendrán los discursos que exaltarán, de un lado y del otro, las abstracciones sin fundamento, o sea, se nos dirá que todo va bien o todo va mal, según se esté parado en el tablero del ajedrez, pero más allá de esperanzas soñadas y palabras bonitas. Debemos poner los pies bien firmes en la tierra para así poder palpar las necesidades inmediatas de nuestros pueblos, ya sea de forma interna o externa, ya que México debe continuar tejiendo lazos de unidad latinoamericana mientras pone freno a la injerencia imperialista, algo que no es simple, pero sí urgente.
Tomarán su nivel las aguas, se equilibrarán los termómetros de la política partidista, pero “para los nadie” de Galeano, “los normales” de Retamar, y las y los proletarios de la eterna orfandad, la esperanza continúa mientras la hacemos realidad.
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