La fiebre imperialista de Washington de instalar sus bases militares por todos los lugares posibles de América Latina es quizás la amenaza directa más grave a nuestras soberanías que sufrimos en la época actual.
Jorge Turner / LA JORNADA
El 20 de diciembre se cumplieron 20 años de la infame invasión militar a Panamá por parte de Estados Unidos, ordenada por el entonces presidente George Bush padre. Debido a la desproporción de fuerzas entre agresores y agredidos, mi amigo Chuchú Martínez, valiéndose de una metáfora, calificó dicha invasión como el equivalente a la garra de un tigre hiriendo el rostro de un niño.
Pero yo prefiero decir, en una forma aun más llana, que aquel combate se pareció mucho al pleito entre un lobo y un cordero. Y, en ese pleito tan disparejo, hubo, según cálculos de Ramsey Clark, ex procurador de Estados Unidos, más de 7 mil panameños muertos.
Panamá es un pequeño país que en aquellos tiempos contaba con un modesto ejército (ahora ya desaparecido), el cual carecía de verdaderos cuerpos de aviación, y de marina, sin baterías antiaéreas efectivas y que se reducía a fuerzas terrestres. Y, encima, la cúpula del ejército panameño interpretó las señales previas al ataque, durante dos años, como formas de presión para que cambiara su política, siendo sorprendida.
En consecuencia, Panamá no tuvo la menor posibilidad de una resistencia importante al poderoso desplante norteamericano de fuerzas que hasta se dio el lujo de experimentar algunas armas novedosas que podría usar Estados Unidos más adelante en futuras guerras eventuales de mayor calibre. Leer más...
Pero yo prefiero decir, en una forma aun más llana, que aquel combate se pareció mucho al pleito entre un lobo y un cordero. Y, en ese pleito tan disparejo, hubo, según cálculos de Ramsey Clark, ex procurador de Estados Unidos, más de 7 mil panameños muertos.
Panamá es un pequeño país que en aquellos tiempos contaba con un modesto ejército (ahora ya desaparecido), el cual carecía de verdaderos cuerpos de aviación, y de marina, sin baterías antiaéreas efectivas y que se reducía a fuerzas terrestres. Y, encima, la cúpula del ejército panameño interpretó las señales previas al ataque, durante dos años, como formas de presión para que cambiara su política, siendo sorprendida.
En consecuencia, Panamá no tuvo la menor posibilidad de una resistencia importante al poderoso desplante norteamericano de fuerzas que hasta se dio el lujo de experimentar algunas armas novedosas que podría usar Estados Unidos más adelante en futuras guerras eventuales de mayor calibre. Leer más...
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