Pobre y débil presidente este que, en medio de sus manotazos de ahogado en el mar de la crisis del sistema capitalista, no comprende aún las causas profundas de la movilización social-popular en América Latina
Extraño presidente del “cambio” resultó Barack Obama, quien recibió en Oslo el Premio Nobel de la Paz tan solo unos días después de anunciar, desde ese templo militar que es la Academia de West Point, el envío de 30 mil soldados más para “construir” la democracia por las armas en Afganistán.
Avieso presidente este de las “guerras justas”, que ya en América Latina, en menos de un año, llevó más lejos que su antecesor el proyecto imperialista: logró posicionar la idea de la militarización de la frontera con México como una cuestión inevitable, que ocurrirá más temprano que tarde; apuntaló el control sobre Centroamérica por medio del Plan Mérida; y clavó siete puñales en el corazón de América, como certeramente definió Fidel Castro la instalación de las bases militares en Colombia.
Ambiguo presidente este que, en la Cumbre de Puerto España, anunció a los vientos del Caribe su ideal de construir una nueva “Sociedad de las Américas”, pero hoy, casi ocho meses después, es evidente que esa Sociedad se concibe solo desde los intereses y la lógica de exclusión de los dominadores históricos de nuestra América, y no desde las realidades y utopías de los protagonistas de la América marginada, la de los vencidos de ayer que ahora se levantan.
Contradictorio presidente este que, en Trinidad y Tobago, habló de la necesidad de “compartir con sentido de unión” los nuevos desafíos de los tiempos que corren, pero que, en la práctica, ha reivindicado la peor tradición de Washington en la conducción de sus relaciones interamericanas: esa que fomenta los odios, corroe los consensos, instiga, conspira y subvenciona a sus aliados, para reinar sobre el caos y la desunión de nuestros países.
Taimado presidente este que legitimó el “blanqueo” del golpe de Estado en Honduras, y que a partir de la ruptura del orden constitucional en el país centroamericano, desplegó una rápida ofensiva de reposicionamiento geopolítico, que incluye, al mejor estilo imperial, la puesta a prueba de su sistema de alianzas –militares y comerciales- en Centro y Suramérica, forjando de paso un nuevo eje panamericanista: con México, Costa Rica, Panamá, Colombia y Perú.
Abusivo presidente este que, aprovechándose de la dependencia de los países más pobres, ejerce a través de sus emisarios una vergonzosa coerción diplomática y comercial -la disciplina del terror imperial- como la que viene sufriendo el gobierno de El Salvador, y de modo particular el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, al que ahora se persigue por defender públicamente sus posiciones antiimperialistas en los foros internacionales, en lo que constituye un acto soberano, democrático y absolutamente consecuente con su historia y su identidad política.
Pero pobre y débil presidente, también, este que en medio de sus manotazos de ahogado en el mar de la crisis del sistema capitalista, no comprende aún las causas profundas de la movilización social-popular en América Latina, ni se percata que la derecha regional se aprovecha de sus “dificultades políticas internas (…) para forzarle la mano”, como bien lo explicó Immanuel Wallesrtein en un artículo reciente.
Triste ejemplo, en fin, el de este presidente que llegó el poder precedido de fama y esperanza, y que ha sumido su mandato en un profundo gatopardismo político: ese en el que todo cambia para que siga siendo lo mismo.
Tal parece que míster Obama no comprendió bien el sentido del obsequio recibido de manos del presidente Hugo Chávez en Puerto España: “Las venas abiertas de América Latina”, la obra clásica de Eduardo Galeano. O no leyó el libro, o si lo hizo, prefirió seguir jugando en el bando de los saqueadores de riquezas, de los opresores y de los que mancillan la dignidad de los pueblos. Porque hoy, como desde hace más de dos siglos, Washington apuesta a dividirnos para vencer y ejercer sobre nosotros su imperio.
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