Es de esperar que el proceso de construcción de la tan indispensable Quinta Internacional no quiera apresurar, por voluntarismo, el tiempo de maduración de las conciencias en la lucha por el socialismo.
La reunión en Caracas de los partidos de izquierda (muchos de los cuales, como el PRI mexicano, no lo son) terminó con una declaración que convoca a una absolutamente necesaria y urgente acción común contra los planes del imperialismo. En la misma reunión, Hugo Chávez llamó a formar la Quinta Internacional, cosa que, en cambio, debería ser considerada con cautela para no quemar etapas por apresuramiento dañando incluso la construcción de un amplio frente antimperialista y antibélico y para no poner trabas a la creación, sin duda necesaria, de un organismo político unificador socialista cuya posibilidad todavía no aparece en el horizonte político. Conviene al respecto observar la experiencia histórica.
Cuando Hugo Chávez fundó el Partido Socialista Unificado de Venezuela, éste surgió de su decisión –lo cual no es incorrecto– pero no se basó en una discusión amplia de un programa y de unos estatutos antes de concretar las estructuras partidarias y de elegir la dirección. El Partido Unificado no surgió pues de la unificación de los partidos que apoyaban el proceso revolucionario y sus ideas socialistas no nacieron de una definición previa de qué se entiende por socialismo, sobre qué no fue socialismo en el pasado reciente, sobre cómo se conjugan socialismo y democracia, ni de qué relaciones habrá entre el partido y el aparato estatal revolucionario, o de cómo asegurar una amplia democracia interna que permita evitar el peligro de burocratización del partido recién fundado mediante una resolución presidencial.
La historia, hasta ahora, del PSUV, desgraciadamente confirmó las opiniones de los críticos de izquierda que dijeron que su formación debía ser el resultado, en vez del comienzo, de un proceso de elaboración de ideas y que el partido no podía depender del Estado. En el PSUV actualmente conviven tendencias ideológicas contrapuestas y hay fuerzas oportunistas y burocratizantes, enemigas de la democracia interna, que chocan todos los días con los sectores democráticos y revolucionarios que trabajan para la autorganización de los trabajadores y para la autogestión. El partido tampoco ha podido definir su programa socialista, más allá de algunas consignas antimperialistas generales, ni tiene claros cuáles son los objetivos en la actual situación nacional e internacional que vive la revolución venezolana.
La propuesta –también de Chávez– de constituir en abril próximo la Quinta Internacional Socialista, a partir de partidos y movimientos que son antimperialistas pero no socialistas, plantea, por lo tanto, diversos problemas. En primer lugar, cuatro meses son muy pocos para hacer un balance de qué sucedió con la Tercera Internacional (que terminó por ser disuelta por Stalin sin siquiera consultar a sus miembros para demostrar a su aliados imperialistas estadunidenses e ingleses que no deseaba producir ningún cambio social en el mundo). En ese lapso de apenas 120 días no se puede discutir la experiencia de los partidos comunistas, sus ideas, su verticalismo, su dependencia de un centro burocrático, para evitar la repetición del socialismo real. Tampoco se puede hacer un balance de por qué no se desarrolló la Cuarta Internacional y estudiar los errores en su experiencia, sus ideas programáticas y su funcionamiento. No hay tiempo igualmente para tratar de definir mejor qué características tendría el llamado socialismo del siglo XXI y las relaciones entre el partido y el Estado, para evitar la identificación entre ambos y la subordinación del primero al carácter aún capitalista de Estado del segundo.
En segundo lugar, si bien es indispensable unificar internacionalmente todos los movimientos y tendencias antimperialistas, sean éstos nacionalistas revolucionarios, socialcristianos, libertarios o socialistas de diversas tendencias, sería indispensable llamar las cosas por su nombre y no calificar de socialistas a quienes socialistas no son (o no lo son todavía), para no dar por hecho lo que hay que conquistar.
La indispensable y amplia discusión sobre cuál debería ser el programa de una Quinta Internacional Socialista, precisamente, mostraría en cambio si existen las condiciones para no forzar la fase de unidad antimperialista con el programa contenido en la Declaración de Caracas de los partidos de izquierda y, al mismo tiempo, para elevar el nivel político de partidos muy heterogéneos y de sus bases en sus respectivos países, de modo que la Quinta Internacional propuesta tuviese un apoyo y una fuerza real y no se rompiese en la primera coyuntura complicada. Un periodo de acción común en una organización permanente de frente antimperialista amplio y democrático podría favorecer la discusión y la elaboración programática y seleccionar los cuadros.
Por último, aunque una Internacional Socialista, por supuesto, puede estar formada por partidos que están en sus respectivos gobiernos, no puede sin embargo depender de ninguno de ellos sin correr el riesgo de morir asfixiada por las necesidades políticas y los virajes de los mismos.
Si la Quinta Internacional propuesta naciese como un frente mundial antimperialista y el adjetivo”socialista” marcase solamente una caracterización teórica, todos los revolucionarios tendrían la obligación de incorporarse a la nueva organización mundial. Si pretendiese, por el contrario, encuadrar desde arriba, desde los estados, los movimientos sociales antimperialistas y anticapitalistas, el apoyo, en cambio, debería ser puntual, a tal o cual posición o llamado. Es de esperar que el proceso de construcción de la tan indispensable Quinta Internacional no quiera apresurar, por voluntarismo, el tiempo de maduración de las conciencias en la lucha por el socialismo.
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