Para desgracia del poder imperial, sus "malos latinoamericanos" siempre tendrán rostro de pueblos. Como Sandino. Como el Che. Como Allende. A través de ellos, de su legado, sus ideas y sus múltiples y diversos continuadores –hombres y mujeres-, nuestra América seguirá librando sus irrenunciables luchas de liberación e independencia.
Según la Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, la verdadera democracia, o al menos la que su gobierno está dispuesto a reconocer como tal en América Latina (no hablemos ya de Irak o Afganistán), es aquella que, por ejemplo, se labra patrióticamente en México, Honduras y Colombia, a fuerza de “guerra contra el narcotráfico”, golpes de Estado y bases militares. Pero nunca será democracia aquella que se revigoriza y legitima constantemente en las urnas, en referendos y elecciones presidenciales y legislativas, y en el empeño –siempre perfectible- de transformación social y cultural, como serían los casos de Venezuela y Bolivia.
Todo esto se desprende de las palabras de la señora Clinton al presentar, el pasado 11 de diciembre, los resultados de un informe sobre política exterior y las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. La prensa internacional dio cuenta de sus declaraciones, y en todas ellas se advierte la prepotencia que nace, o bien de la ignorancia del “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, como dijera José Martí, o bien de los apetitos inconfesables de dominio y control que han guiado, históricamente, a todos los imperios modernos.
El repertorio de Clinton incluyó críticas para lo que considera “inclinaciones antidemocráticas” de los procesos políticos en Bolivia, Nicaragua y Venezuela y las relaciones de estos países con Irán (aunque deliberadamente omitió referirse a la visita del presidente iraní a Brasil); además, silencio absoluto –y nada inocente- sobre la penetración militar estadounidense en Colombia; promesas de redención democrática made in USA para Cuba; reivindicación del Acuerdo de San José-Tegucigalpa, aderezado con la ambigua solidaridad hacia el golpismo hondureño, apelando para ello a un slogan más publicitario que político: “Queremos ayudar a los hondureños a ayudarse a sí mismos”. Y finalmente, elogios para el aliado mexicano Felipe Calderón.
Todo esto dicho al mejor estilo del dictum empleado por el expresidente George W. Bush en su guerra terrorista contra el terrorismo: “están con nosotros o están en contra nuestra”, que ahora la señora Clinton reformula así: “Estados Unidos no puede resolver solo los problemas de nuestro hemisferio u otra parte del mundo, pero los problemas no pueden ser resueltos sin que Estados Unidos esté involucrado”.
La continuidad de las políticas de Bush en el gobierno de Barack Obama no se limita solo al discurso público y la recurrente intimidación diplomática: recién el día 14 de diciembre, y por aclamación, la Cámara de Representantes estadounidense resolvió excluir a Bolivia de la nueva extensión de la Ley de Preferencias Comerciales Andinas (ATPDEA). Se castiga al país suramericano por no enlistarse en la “guerra contra el narcotráfico” de Washington. Una muy sutil manera de ejercer un bloqueo comercial y ratificar, de paso, las sanciones impuestas por el cowboy texano poco antes de finalizar su mandato.
Es la vieja historia de los buenos y los malos que Noam Chomsky, en su libro Ilusiones necesarias. Control del pensamiento en las sociedades democráticas (1992), desmenuza al analizar el modelo de propaganda que ha funcionado en los Estados Unidos desde las primeras décadas del siglo XX, al servicio de los intereses del estado imperial. Explica Chomsky: “como entienden los autores de cuentos de niños, la vida es sencilla cuando hay héroes que admirar y amar, y diablos que temer y despreciar (…) El reparto de los personajes en los asuntos internacionales incluye a héroes que luchan por la libertad, la democracia, la reforma y todo lo bueno, y diablos que son violentos, totalitarios y generalmente repelentes. La mayor parte de los actores carecen de importancia, son parte del decorado. La inclusión en una u otra categoría significativa está determinada por la colaboración con los intereses de la élite, o por el daño que se les ha causado”.
Así imponen su ley los imperios: cuando no la escriben a sangre y fuego sobre los cuerpos de los dominados, lo hacen sobre sus mentes y el sentido común de la época. Y esto, precisamente, es lo que hace la señora Clinton: ampliar el reparto de héroes y villanos, el guardarropía del diablo de Washington, para luego justificar toda clase de maniobras intervencionistas.
En el guión del Departamento de Estado, "los buenos" se ufanan de su abolengo oligárquico, de su sensatez –tan cercana al entreguismo- para abrazar la globalización neoliberal y su heroísmo para aliarse con (o someterse a) los poderosos.
Para desgracia del poder imperial, sus "malos latinoamericanos" siempre tendrán rostro de pueblos. Como Sandino. Como el Che. Como Allende. A través de ellos, de su legado, sus ideas y sus múltiples y diversos continuadores –hombres y mujeres-, nuestra América seguirá librando sus irrenunciables luchas de liberación e independencia.
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