Lo que pasa en Venezuela, El Salvador o en Honduras, no es inesperado. Los defensores de la “democracia capitalista” aparecen como lo que son, defensores a ultranza de un modelo de exclusión social y de explotación, de un régimen que exprime al máximo a los trabajadores, acumula riquezas para unas pocas familias y mantiene una sociedad totalmente desigual.
(Fotografía: Salvador Sánchez Cerén y Mauricio Funes, vicepresidente y presidente de El Salvador, respectivamente)
El Diario de Hoy publicó recientemente los resultados de una encuesta donde supuestamente la mayoría de personas consultadas “aprueba” la descalificación del presidente Funes, al vicepresidente Salvador Sánchez Cerén, sobre su apoyo al socialismo del siglo XXI, a la realización de la V Internacional y la condena al imperialismo norteamericano. El citado medio de publicidad dice también que “la mayoría de personas encuestadas no respaldan un sistema socialista” para El Salvador y prefieren “vivir en democracia”. Varios puntos por analizar, rechazar o comentar.
Lo que pasa en Venezuela, en nuestro país o en Honduras, no es inesperado. Los defensores de la “democracia capitalista” aparecen como lo que son, defensores a ultranza de un modelo de exclusión social y de explotación, de un régimen que exprime al máximo a los trabajadores, acumula riquezas para unas pocas familias y mantiene una sociedad totalmente desigual.
El capitalismo respeta la democracia mientras puede –y hoy en día puede cada vez menos y en menos lugares—, pero renuncia a ella con toda tranquilidad cuando se trata de sostener el régimen de explotación de los obreros.
Abundan los ejemplos en varias partes del mundo, Estados Unidos, desde luego, a la cabeza, y marca la pauta para muchos otros, grandes y pequeños, tras de los cuales se esconden los empresarios ansiosos de ganancias cada vez mayores. Estos no se oponen a una corriente socialista de manera tan simple, lo hacen porque peligra su propia acumulación de riquezas.
Esta realidad está teóricamente generalizada desde hace mucho tiempo, en la tesis marxista de que ninguna clase social entrega el poder sin lucha, sin recurrir a todas las armas a su alcance. NADA NI NADIE HA PROBADO LO CONTRARIO.
Los “teóricos” de la vía pacífica no pasan de ser racionalizadores de sus buenos deseos, en el mejor de los casos, o de su miedo, en el peor. Por eso era previsible que en Venezuela, como en todas partes donde se anuncia la construcción del socialismo, así sea la versión noruega o la canadiense, la violencia entra en escena al mismo tiempo que se van produciendo modificaciones al sistema.
Aquí, en El Salvador, con el solo anuncio de la revisión tributaria, los “grandes empresarios” han puesto el grito en el cielo y se están oponiendo tenazmente a tan tibias reformas.
Todos estos hechos internos, desde luego, se han mezclado con las declaraciones del vicepresidente Sánchez Cerén, quien por cierto nunca ha sido “santo de la devoción” de los sectores oligárquicos.
En Venezuela, el presidente Hugo Rafael Chávez Frías, ha dicho que las protestas y las “calenturas” de los oligarcas, no lo desviará de su propósito de construir un nuevo modelo económico, es decir, el Socialismo del siglo XXI, ni mucho menos de armar a sus millones de seguidores para en determinado momento enfrentar las agresiones.
Las direcciones revolucionarias tienen el deber de reducir “los dolores del parto”, de hacer que el tránsito del capitalismo al socialismo se haga con el mínimo de sacrificios para los trabajadores.
En Honduras, los grandes empresarios y terratenientes todavía viviendo en la época feudal, procedieron de la manera más burda y cavernícola, por supuesto contando con la aprobación del imperialismo y de asesores de la CIA quienes claramente estuvieron desde el principio detrás del golpe de Estado que expulsó del gobierno al presidente Manuel Zelaya Rosales.
En este sentido, parece muy obvio que en Honduras había un tramo de camino por recorrer pacíficamente. Teniendo el gobierno, pero no el poder, parecía posible ir construyendo gradual, pero firmemente, los organismos de poder con una mayor participación de la población, de manera tal de ir introduciendo algunas reformas al sistema económico tan feudal que priva en esa nación centroamericana. Jamás nosotros escuchamos que de “entrada” se quisieran sentar las bases para arribar a un modelo socialista; con todo, el presidente Zelaya se encontró más temprano que tarde con la violencia reaccionaria.
Las mínimas prestaciones como el aumento del salario mínimo, el reparto de parcelas agrícolas, la adhesión al ALBA y el anuncio de lograr una mayor participación de los hondureños en las gestiones gubernamentales hicieron salir a los gorilas de las jaulas y causar pánico entre los sectores económicamente poderosos.
En nuestro país también ocurren cosas extrañas, patéticas: las declaraciones aisladas del vicepresidente de la república han causado escozor en la piel y en el cuerpo de los oligarcas. Estas personas ancladas en la prehistoria creen que esas sencillas palabras, más las revisiones al sistema tributario o los públicos anuncios de introducir cambios en el anquilosado sistema educativo nacional, nos llevan irremediablemente a un proceso de cambios graduales e incruentos que de un solo golpe le quitarán el poder a la burguesía y se le entregará a los trabajadores.
Esta quizás sería la última apreciación y comentario, con todo había que señalar que cada país tiene sus condiciones específicas, y sólo en función de ellas puede establecerse de una manera correcta cuál es el momento de la organización, de la acumulación de fuerzas y cuál el de lanzarse al ataque, para decirlo de una forma simbólica. Venezuela no es lo mismo que El Salvador u Honduras.
Aquí se alaba y se festeja el derroche, la corrupción generalizada y el modelo de privilegios que caracterizó a los cuatros regímenes areneros. Pero basta que un político se pronuncie a favor de un modelo más justo y equitativo para que salten los reaccionarios y toda la jauría se vuelva contra el que se atrevió a hacer públicas semejantes declaraciones. ¡Ah raza de víboras!
El Salvador más temprano que tarde tiene que tomar una decisión sobre su futuro: nadie está pensando por el momento en construir un sistema socialista.
Lo que ocurre ciertamente es que con la expulsión de los areneros del gobierno, las cosas han alcanzado un nivel de cambio que obliga a la crítica. A la revisión de programas como el educativo, el de salud y las políticas agropecuarias. Por ejemplo, los gobiernos de Arena abandonaron totalmente el agro por considerar que era más rentable (para los capitalistas) importar la mayoría de alimentos, enlatados o no.
Por el contrario, el primer gobierno de “izquierda” piensa lo contrario y por ello se ha acelerado la entrega de títulos de propiedad de las parcelas agrícolas. Lo mismo en la educación: la niñez fue ignorada por los regímenes anteriores; ahora al nomás comenzar el año lectivo, se entregarán uniformes, útiles escolares y zapatos a más de un millón de estudiantes.
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