La defensa de nuestra identidad, de nuestro derecho a una civilización más elevada y a que la universalización de la riqueza sirva a los propósitos de la solidaridad pasa en nuestros días por el rechazo a la llamada globalización neoliberal y a los intentos de violentar el derecho soberano de los pueblos. Para esto es necesario exaltar el humanismo latinoamericano y caribeño.
La patria grande del Libertador y del Maestro posee la síntesis histórico–cultural más completa de la humanidad. Y es así, precisamente, porque, como afirmó Bolívar: No sabemos exactamente lo que somos. Que no somos blancos, ni indios, ni negros, sino nueva síntesis de todos ellos. Es difícil encontrar otra región del mundo actual que posea, por historia, la vocación de universalidad solidaria que tiene Nuestra América.
Entre nosotros no existen los nacionalismos estrechos y fanáticos que dolorosamente están presentes en otras regiones. En el nacionalismo latinoamericano y caribeño está inserto el ideal de integración multinacional y una disposición generosa de alcance universal. Nuestras contradicciones existen y muchas de ellas tienen un carácter bastante complejo; pero, en esencia, se presentan como la lucha entre ignorancia y cultura.
Una articulación sólida como la que nos proponemos en este terreno debe superar los debates teóricos y abstractos de doctrinas filosóficas, políticas y sociales, tal como nos llegaron de Europa, porque de otra manera no escaparemos jamás del laberinto ideológico sin salida práctica ni útil. Tenemos que plantearnos otra forma de abordar el tema de las ideas y de la cultura que resulte válida para propiciar el vínculo de la intelectualidad latinoamericana y caribeña y todo el pueblo trabajador.
Articular estos empeños sobre el fundamento de un sólido humanismo universal y del reconocimiento de la identidad de cada grupo humano, nación y de toda nuestra área, es la única forma de arribar a un concepto de universalidad. Así, lo universal se define como complejo de identidades.
Esta síntesis universal es la que debe servir para enfrentar los conflictos sociales, económicos y políticos. ellos se presentan a partir de tres planos fundamentales. Expliquémoslo desde el punto de vista de los intereses de los pueblos, las comunidades y las masas explotadas. Se trata de la necesidad de defender la identidad de las naciones, grupos étnicos culturales y colectivos humanos, de garantizar su derecho a una civilización superior y de que la internacionalización de las riquezas que hoy llaman globalización se desarrolle sobre fundamentos de la más amplia solidaridad. Identidad, civilización y universalidad son tres categorías que hay que articular con amor e inteligencia para alcanzar la globalización que necesita la humanidad. Es el fundamento actual de la idea martiana sobre el equilibrio del mundo. Las ideas de identidad, civilización y universalidad dejan su impronta sobre los sucesos sobresalientes de nuestros días. La defensa de nuestra identidad, de nuestro derecho a una civilización más elevada y a que la universalización de la riqueza sirva a los propósitos de la solidaridad pasa en nuestros días por el rechazo a la llamada globalización neoliberal y a los intentos de violentar el derecho soberano de los pueblos. Para esto es necesario exaltar el humanismo latinoamericano y caribeño.
Dicha síntesis en la historia de Cuba se revela en cuatro personalidades del pensamiento filosófico, político y social del siglo XIX y primer tercio del XX: Varela, Luz, Martí y Varona. Los cuatro fueron maestros de escuela. Se trata de una originalidad con relación a la cultura occidental de los dos últimos siglos. Este pensamiento se reveló en dos planos fundamentales, el de la política y el de la educación. Es importante estudiar las fuentes de la cultural que ellos representaron y recrearon, en especial porque la misma se convirtió en las semillas forjadoras de la cohesión de la nación cubana y se articuló en el siglo XX con el pensamiento socialista.
Para alcanzar una escala más alta es indispensable estudiar, a partir de estas raíces, los dos planos esenciales de la cosmovisión cultural martiana. Estos se refieren a la educación y su papel en la transformación del hombre, y a las formas cultas de hacer política.
La importancia de la educación y la cultura nos viene desde los tiempos forjadores de la América bolivariana. Simón Rodríguez, maestro de El Libertador, a quien este llamó Sócrates de América, tenía enraizado en su conciencia el valor transformador de la educación y la enseñanza. Nos habló, con claridad, de la educación social del pueblo como un medio de hacer prevalecer sus intereses. Apreció en su ilustre discípulo el hombre capaz de esa revolución que es la que hoy precisamente necesitan América y el mundo. Pero hay más, el ilustre educador venezolano señaló que sin la práctica los principios quedan en teoría. Es decir, se trataba de una idea alejada de la vida real, de una aspiración utópica sin posible realización; se trataba, en todo caso, de una utopía realizable hacia el futuro, o sea, la que necesitaba entonces América y la que reclama el siglo XXI para nuestra área y el mundo.
Sobre tales basamentos, expongamos los rasgos fundamentales de la pedagogía que se halla en el corazón de la educación cubana:
—Destaca el papel de la ciencia y de los métodos de este carácter para estudiar el contenido de la naturaleza y sus potencialidades creativas a favor del hombre y el entorno ecológico.
—Exalta la aspiración utópica de la justicia en su alcance genuinamente universal como sol del mundo moral.
—La cuestión de la creencia en Dios la refiere a la decisión individual de la conciencia de cada hombre. Por esta razón, en la historia cultural cubana, creyentes y no creyentes pudieron asumir la ética de raíz cristiana.
—Relaciona la educación con el trabajo socialmente útil, fundamento de una enseñanza general y politécnica. El trabajo constituye una alta dignidad para la cultura nacional.
—Promueve la facultad de asociarse, la utilidad de la virtud y la solidaridad humana sobre la base de los principios de justicia.
—Forma en la conciencia que pertenecemos a la América Latina y el Caribe y poseemos una vocación universal
—Fortalece la ética alentando el amor a la familia, a la patria, a la humanidad, el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre y la idea martiana: "Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas".
—En el orden institucional, las reformas cubanas apoyan a las organizaciones estudiantiles y la necesidad de fortalecer la autoridad de los claustros de profesores y su funcionamiento.
—Sobre estos fundamentos debemos destacar y fortalecer el papel del derecho orientado por la tradición jurídica cubana.
Todas estas aspiraciones se enriquecieron con el triunfo de la Revolución. Ellas habían servido de inspiración a lo mejor del magisterio y el profesorado cubano durante la primera mitad del siglo XX. Desde luego, en la práctica de entonces estaban distorsionadas por la influencia de la corrupción, el entreguismo a los gobiernos neocoloniales; pero la escuela cubana exaltó estos valores en todas las épocas. Léase La historia me absolverá, de Fidel Castro, es decir, su discurso ante los tribunales cuando fue llevado a proceso judicial en ocasión de los acontecimientos del 26 de julio de 1953.
Con el triunfo de la Revolución, se comenzó a relacionar el empeño educacional con las necesidades del desarrollo económico y social y con los centros de producción en general. El vínculo entre la universidad y las instituciones de este carácter es una experiencia importante a estudiar. De igual manera, se ensanchó y desarrolló a amplias escalas la relación escuela-familia-sociedad.
Desde los tiempos de Mella, la Universidad Popular José Martí y sus aspiraciones a estrechar vínculos entre el pueblo y nuestra Alma Máter, sirvió de luz al quehacer político-intelectual cubano como elemento fundamental de las reformas, porque el gran dirigente comprendió que los cambios académicos no podían realizarse si no había una profunda renovación social. Hoy estamos llevando esto a planos todavía más altos con las ideas de Fidel Castro sobre el papel de la cultura.
Para medir el alcance en profundidad del papel político que desempeña la intelectualidad y, por tanto, la cultura, es importante estudiar una definición de lo que significa cultura y que ha sido históricamente tergiversado.
Como hemos subrayado antes, el contenido primigenio y fundamental de la cultura desde su génesis y larga evolución, es la justicia. Esta verdad científica, reconocida y fundamentada por las más prestigiosas investigaciones antropológicas y sicológicas acerca de cómo el hombre de la prehistoria forjó la civilización, ha sido ignorada y enturbiada por la mediocridad y por los intereses egoístas empeñados en mantener privilegios e impedir el triunfo de la verdad.
En cuanto a la cultura cubana, su fuerza se deriva de que nació, creció y desarrolló a favor de la justicia, entendida esta en su acepción más universal, y ello ha permitido a la Revolución cubana mantener una estrecha unidad y relación fluida entre la dirección política y los intelectuales y artistas. Es una experiencia a tomar en cuenta para los procesos de cambios sociales, como los que tienen lugar en América Latina.
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