Hoy, 27 años después de la salida de Rodrigo Carazo del gobierno, la historia parece reivindicarle. No solo se trata de los gobiernos latinoamericanos que se han ido destetando del FMI (excepto el nuestro que después de muchos años de no tener compromisos con el Fondo decidió volver a las relaciones carnales); sino porque el modelo fallido del neoliberalismo ya no puede sostener moral ni económicamente sus contradicciones más básicas.
(En la fotografía, el expresidente don Rodrigo Carazo Odio. Tomada de la revista Proceso)
El poder históricamente se ha nutrido de personalidades fuertes y de egos débiles. Un líder empuja a sus seguidores a ir más allá por la fuerza de sus convicciones. Sin embargo, están esos líderes formales que viven de ser reconocidos por lo poco o nada que hacen.
En Costa Rica es una tradición que las obras públicas tuvieran una placa diciendo en qué administración fue construida y en letras grandes el nombre del presidente que gobernaba en ese momento. Quizás el caso más ostentoso fue el del presidente Arias en cuya primera administración las placas salían hasta con su logotipo de campaña.
Pero fue en la administración de Rodrigo Carazo Odio entre 1978 y 1982 cuando apareció una placa con el mapa de Costa Rica y la leyenda “Construido por el Pueblo. 1978 – 1982”. Y no estaba en cualquier obra: Los puentes sobre las rotondas de San Pedro y la Uruca (ahora puente Juan Pablo II) que en ese momento eran un adelanto a la época; los muelles Alemán, Moín y Caldera; la represa de Arenal; y en un sinnúmero de obras de infraestructura que no ha logrado empatar gobierno alguno desde la fundación de la Segunda República.
La placa es clara: El Pueblo (sin distingo de clases) a través de su aporte solidario pagando impuestos ha redistribuido la riqueza en beneficio de la colectividad. El Pueblo es sujeto, el Pueblo es la razón de ser del Estado, el Pueblo como totalidad es quien entrega y recibe en un contrato de confianza con sus gobernantes.
Aunque el mensaje podría calificarse de oportunista, tenía un claro antecedente en el lema de campaña de Carazo: “Progreso con dignidad”. En ese sentido, el Estado está en función de los intereses de la totalidad de la sociedad y su trabajo es facilitar el desarrollo a través de la educación, la salud, la obra pública, la política económica, la prestación de servicios y la protección de los intereses de las personas con menos poder relativo.
Así, el ICE, el INS, Recope, la Caja, el Consejo Nacional de la Producción, los ferrocarriles y todas las instituciones y organismos del Estado son herramientas para que la población del país mejore día a día su calidad de vida. Todos y todas somos dignos de vivir de la mejor manera dentro de las posibilidades materiales.
La dignidad como concepto es realmente abstracto, pero quizás su manifestación práctica más contundente fue cuando el ex presidente Carazo mandó para su casa al representante del Fondo Monetario Internacional. Con el petróleo por las nubes, los precios de exportación por los suelos y el colón especulativamente a 60 colones por unidad; el Fondo pretendía que el Estado se deshiciera del lastre que significaba la pobreza destruyendo la capacidad redistributiva de la riqueza que había en las instituciones públicas.
Los editorialistas de La Nación se dieron cuatro gustos (como lo hacen hoy) pregonando el fracaso del Estado y la necesidad de que todo se venda en aras de que los ricos nos hagan vivir mejor.
Sin embargo, lo que no se decía es que un país de 2 millones de habitantes fue bloqueado económicamente desde el exterior y saboteado desde el interior por quienes solo piensan con el bolsillo. En aquel entonces muchos nos tragamos el cuento del error del gobierno de no obedecer mansamente a quienes han distribuido miseria por el mundo entero como quien reparte volantes en un semáforo.
Hoy, 27 años después de la salida de Rodrigo Carazo del gobierno la historia parece reivindicarle. No solo se trata de los gobiernos latinoamericanos que se han ido destetando del FMI (excepto el nuestro que después de muchos años de no tener compromisos con el Fondo decidió volver a las relaciones carnales); sino porque el modelo fallido del neoliberalismo ya no puede sostener moral ni económicamente sus contradicciones más básicas.
Don Rodrigo vio morir amigos en la Guerra Civil del 48; como diputado se le plantó a ALCOA y a don Pepe Figueres; no aceptó prebendas; defendió la patria frente a Somoza; pagó con la impopularidad más cruel su abnegación por la democracia económica; apoyó las causas justas sin importar quién las promoviera; y defendió esta patria con su verbo, carisma y fuerza de espíritu contra ese poder económico centroamericano que hoy nos ha convertido en otra republiqueta bananera asociada a un TLC.
Cuando en medio de otra campaña política pobre de ideas parece que no hay santo en el cual persignarse, la vida de don Rodrigo nos recuerda que la política extraordinaria es de personas ordinarias que viven fieles a principios de vida regidos por la justicia y la equidad. Nos recuerda que somos Pueblo y que somos capaces de construir puentes, puertos y represas, pero fundamentalmente nuestro propio destino. Ese es el legado más maravilloso que un gobernante, un líder, nos pudo dejar.
Que su memoria sea tratada con justicia.
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