No hay hombres sin
tiempo o sin espacio. Por ello, ni la lucha ni la obra de ese combatiente de
ideas que fuera Montalvo pueden entenderse fuera del marco histórico del siglo
XIX, en el que chocaron las viejas estructuras sociales de la colonia con los
nuevos anhelos de libertad que animaban a los pueblos.
Jorge Núñez Sánchez /
Especial para Con Nuestra América
Desde Quito, Ecuador
Los conservadores no
creían en la viabilidad de la república, no confiaban en las posibilidades de
la democracia, no tenían fe en el país ni en su pueblo y pusieron como
condición para ser ciudadano la de ser rico propietario.
Fue contra ese sistema
político totalitario y excluyente de las mayorías nacionales, impuesto por los
patrones y la jerarquía eclesiástica, que se levantaron Montalvo y otros
liberales, quienes defendían, con la pluma o la espada, la opción de una patria
libre, con derechos ciudadanos y libertad de conciencia.
En ese esfuerzo por
airear la vida social y democratizar la vida política, Montalvo fue una suerte
de “profeta en armas”, cuyos combates se desenvolvían en una intransigente
búsqueda de libertad y democracia. Pero su lucha no solo fue contra los
dictadores de cualquier color, sino contra toda forma de tiranía política,
opresión social u oscurantismo religioso.
Con paciencia y
sabiduría de verdadero maestro, buscó desterrar del alma de los hombres la
tiranía de los vicios y las pasiones ruines, para insuflar el espíritu humano
de una verdadera vocación por la virtud, la libertad y la belleza, para ponerlo
en aptitud de luchar por el tríptico ideal de Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Para cada unas de esas
tareas, Montalvo usó medios adecuados a la necesidad y a la circunstancia. Para
el combate a los opresores, recurrió a la prensa, el opúsculo y, sobre todo, el
panfleto, arma con la que corroyó a dictadores y demolió símbolos e imágenes
del poder.
No le fue fácil a
nuestro campeón de libertades enfrentarse a las tiranías y despotismos.
Atacado, perseguido e infamado por esos poderes negros, tuvo que vivir
sucesivos exilios en diversos países americanos, antes de su exilio definitivo
en Francia. Pero en cada país encontraba eco en gentes de cultura y
combatientes por la libertad, entre los cuales dejaba huellas de su magisterio
cívico. Estuvo en México, Panamá, Perú, Chile y varias veces en Colombia, mas su
voz resonó con tono formidable en todos los rincones de nuestra América y aún
en capitales de Europa.
El resultado fue que
todos los pensadores y escritores importantes de su tiempo, y aún los de
comienzos del siglo XX, lo leyeron con deleite y lo citaron con reverencia.
Entre ellos figuraron José Martí, José María Vargas Vila, Rubén Darío, Emilia
Pardo Bazán, Emilio Castelar, Juan Valera, Miguel de Unamuno, José Enrique
Rodó, Alfonso Reyes y Benjamín Carrión.
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