La expresión “vacío de
poder”, no sirve para aplicarla en las democracias republicanas como la
venezolana. Ni a ninguna otra. Quien insiste en ello es un ignorante o un
farsante con malas intenciones.
Gregorio J. Pérez Almeida / Para Con Nuestra América
Desde Caracas,
Venezuela
La unidad del pueblo venezolano frente a los planes desestabilizadores. |
“Vacío de poder”, sirve en filosofía política
para referirse, única y exclusivamente, a la falta ocasionada por la muerte de
quienes ocupaban el trono en un país gobernado por una monarquía absoluta, es
decir por un rey o una reina. Es, por tanto, una categoría en desuso porque lo
que indica ocurría mucho antes de que se concibieran las constituciones
republicanas escritas, con la división de los poderes y se eligieran a los gobernantes
mediante los votos.
El Estado moderno es un
sistema de poder expuesto detalladamente en cada constitución, lo que impide
que exista vacío de poder, porque éste, el poder, es concebido como una
relación simbólica entre seres humanos iguales y soberanos y no entre un ser
divino (el Rey) y otro profano (el pueblo). En palabras de Claude Lefort: el
poder en la democracia moderna es un “lugar vacío” que ocupa un ser humano por
un tiempo determinado y bajo determinadas condiciones impuestas por el soberano
que es el pueblo.
Es una lógica simple:
un lugar vacío no pertenece a nadie en particular y puede ser ocupado por
cualquiera que reúna ciertas características y si logra el apoyo de un sector
mayoritario del pueblo.
En las monarquías
absolutas no había leyes escritas por hombres y mujeres de pensamientos
autónomos y organizados en comunidades por consenso, sino leyes impuestas (a
sangre y fuego) por hombres que eran “elegidos” por Dios y que obedecían por
tanto a designios divinos. Por ello, quien ocupaba el trono era dueño o dueña
del “lugar del poder”, absoluta y vitaliciamente. Dueño de todo: el trono, la
cama, los vestidos, la espada, etc. Su cuerpo era sagrado porque estaba ungido
por Dios. Su palabra era indiscutible por ser ley divina. Sus deseos y
aspiraciones eran códigos tácitos de su poder absoluto que extendía hasta donde
le permitieran su ejército, sus riquezas y sus agallas.
Para tener una idea de
lo que esto significaba, recordemos que a comienzos del siglo XX, el médico
venezolano Felipe Guevara Rojas, era uno de los dos galenos hispanoamericanos
que podían tocar el cuerpo de la reina de Inglaterra porque era miembro del
Real Colegio de Médicos de Londres (el otro había sido Vargas). Y todos
recordamos el escándalo mediático que se armó cuando Chávez besó a la reina de
España en su primer viaje a ese país a comienzos del siglo XXI.
¿Y cuándo se generaba
el vacío de poder? Al morir el rey o la reina, porque con él o ella moría
también su poder. Es decir, el lugar del poder quedaba vacío literalmente y
volvía a repetirse el ciclo: el Papa ungía a otro rey o reina que ocupaba de
nuevo el trono, con su cuerpo venerable, sus pensamientos irrefutables, sus
caprichos hechos leyes, etc., hasta que la muerte lo separara del trono y éste
quedaba vacío.
Una vez concebidas las
constituciones republicanas, con tres poderes independientes y sus respectivas
normas, el poder así constituido nunca está vacío, porque ya no es una persona
quien se apropia vitaliciamente del poder, sino que son distintos seres humanos
quienes “ejercen” durante un tiempo determinado y bajo determinadas condiciones
establecidas por las leyes “un poder” que el pueblo les delega mediante el
voto. De manera que el “soberano” ya no es el rey o la reina, sino el pueblo.
Si uno de esos seres humanos se ausenta (parcial o indefinidamente) de su
cargo, lo sustituye quien esté autorizado por la constitución y las leyes. Y si
comete falta grave puede ser revocado del cargo por quienes le delegaron el
poder. Y si nunca se ausenta ni falla, tendrá la oportunidad de permanecer en
el cargo hasta que se acabe su mandato y ser reelecto.
Ni siquiera en una
revolución moderna existe vacío de poder, porque en ellas la sustitución del
poder “constituido” por el poder “constituyente” es una transición en la que
permanecen vigentes las viejas leyes hasta que son sustituidas por las nuevas,
de manera que nunca nadie puede decir “ahora el poder soy yo”, como hizo
Carmona en el 2002, sino que se tiene que instalar una asamblea constituyente
para sustituir la vieja constitución por una nueva.
Vacíos de sentido y sin
poder están, en Venezuela, quienes añoran volver a Miraflores engañando al
pueblo.
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