Yo creo que Chávez ha
sido un gran hombre, que ha amado a su pueblo, y que ha intentado abrir camino
a un poco de justicia en un continente escandalosamente injusto. Para ello ha
sido duro con los dueños tradicionales del país y eso no se lo perdonan.
William Ospina / El Espectador (Colombia)
Alguna vez le pregunté
a García Márquez si no había sido muy difícil ese momento en que buena parte de
la intelectualidad latinoamericana rompió con la Revolución cubana, y sólo él y
unos pocos siguieron siendo sus amigos.
Gabo no respondió con
una teoría sino con algo más visceral: “Para mí, dijo, lo de Cuba fue siempre
una cuestión caribe”. A mi parecer, ello quería decir que no se trataba de
marxismo o teorías revolucionarias sino de la lucha de un pueblo por su
soberanía y su cultura frente al asedio de unos poderes invasores.
Los gobiernos de Estados
Unidos, que compraron la Florida y se robaron a México, que se apoderaron de
Puerto Rico y separaron a Panamá, se habrían anexionado con gusto la hermosa
isla de Cuba si ésta no hubiera sido siempre tan irreductible en su rebeldía y
tan firme en su resistencia.
Ya en Martí estaba todo
lo que haría de Cuba un país tan celoso de su independencia. García Márquez,
que conoce las felonías del “buen vecino” porque desde niño supo de la masacre
de las bananeras en la plaza de Ciénaga, comprendió que era vital mantener a
raya el afán hegemonista de aquel país que respeta tanto la ley dentro de sus
fronteras y la ignora tanto fuera de ellas.
La de América Latina ha
sido la historia de esa saludable tensión ante los poderes del norte. Hace poco
visité en el norte de México, en Ciudad Juárez, el Museo de la Revolución. Nada
me impresionó tanto, más incluso que el cráneo de vaca sobre una mesa bajo la
fogosa luz del desierto, que una fotografía donde la sociedad de El Paso,
Texas, caballeros con sombrero de copa y damas floridas con trajes ensanchados
por miriñaques, presenciaba desde la orilla del río Grande, como en picnic, la
lucha al otro lado de la frontera, donde hombres de grandes sombreros y dobles
pistolas se alzaban contra la dictadura. La viva imagen de una sociedad del
bienestar que se entretiene con el espectáculo de tragedias ajenas, esperando
el momento de entrar en acción para beneficiarse de los resultados.
La mejor manera de
admirar, de respetar y honrar a los Estados Unidos, es temerles, y no llamarse
a engaños sobre ellos. Para ellos somos otro mundo: materias primas, selva
elemental, inmigrantes, gobiernos que se sometan y firmen sin demasiadas
condiciones los contratos. Y aquí nadie los ama tanto como los que se
benefician de esos contratos.
Muchos medios del
continente han hecho un gran esfuerzo por convertir a los contradictores de
Estados Unidos en los grandes equivocados. Lo han intentado con Cuba y más
recientemente con Venezuela, hasta el punto de que sus elecciones victoriosas
son elecciones siempre sospechosas. No importa que en Colombia compren votos o
arreen electorados bajo promesas o amenazas: esta democracia nunca está bajo
sospecha. No importa que los paramilitares produzcan en diez años doscientos
mil muertos en masacres bajo todas las formas de atrocidad: la democracia
colombiana sigue siendo ejemplar, porque los poderes de la plutocracia siguen
al mando. Pero si alguien es enemigo, no de los Estados Unidos sino de los
abusos del imperialismo, eso lo hace reo de indignidad.
Uno de esos grandes
enemigos del imperialismo es Hugo Chávez. Por ello, aunque nadie pueda
atribuirle crímenes como los que manchan las manos de tantos poderes en el
mundo, para muchos opinadores y medios es un dictador y un tirano. Yo creo que
ha sido un gran hombre, que ha amado a su pueblo, y que ha intentado abrir
camino a un poco de justicia en un continente escandalosamente injusto. Para
ello ha sido duro con los dueños tradicionales del país y eso no se lo
perdonan. Ya se lo perdonarán: cuando adviertan que todo lo que se haga a favor
de los pueblos siempre postergados, tarde o temprano fructifica en sociedades
más reconciliadas consigo mismas.
Un amigo me decía hace
poco que un hombre que se hace reelegir tres veces es enemigo de la libertad.
No comparto esa idea restringida de la democracia. La reina Isabel de
Inglaterra, que no fue elegida por nadie, lleva sesenta años, es decir, para
nosotros, toda la historia universal, como soberana de su tierra, y no veo a
nadie protestando contra ese abuso. En Colombia llevamos doscientos años
reeligiendo al mismo tipo con caras distintas pero con exactamente la misma
política. El único un poco distinto era Álvaro Uribe, sólo porque era un poco
peor. Pero el problema no son los hombres sino las ideas que gobiernan, y a Colombia
la gobiernan las mismas ideas desde las lunas del siglo XIX, y la consecuencia
catastrófica se ve por todas partes.
Si fuera necesario
convocar a nuevas elecciones, lo más probable es que las mayorías chavistas
sean más grandes aún que en las elecciones pasadas, que ya se celebraron sin su
presencia.
Y tal vez nos será dado
asistir al paso de Chávez de la historia a la mitología, a la novelesca
mitología latinoamericana, de la que forman parte por igual María Lionza y José
Gregorio Hernández, Rubén Darío y José Martí, Carlos Gardel y Eva Perón, Martín
Fierro y Jorge Eliécer Gaitán, Simón Bolívar y Túpac Amaru, Frida Kahlo y Pablo
Neruda, Eloy Alfaro y Salvador Allende, el Che Guevara y Emiliano Zapata,
Vargas Vila y Jorge Luis Borges, Benito Juárez y Morazán, Pedro Páramo y
Aureliano Buendía.
Una mitología de la que
hoy tal vez sólo tenemos vivos a Fidel Castro y a Gabriel García Márquez.
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