Los territorios son
claves para la lucha por un mundo nuevo por dos razones, digamos, estratégicas:
se trata de crear espacios donde podamos garantizar la vida de los de abajo, en
todas sus multifacéticas dimensiones; y porque la acumulación por despojo o
guerra –que es el principal modo de acumulación del capitalismo actual– ha
convertido a los movimientos territoriales en el núcleo de la resistencia.
Raúl Zibechi / LA
JORNADA
La resistencia mapuche en Chile: cinco siglos aferrándose a su territorio. |
Los movimientos de base
territorial, rurales y urbanos, integrados por indígenas y afrodescendientes,
campesinos y sectores populares, jugaron un papel decisivo en la resistencia y
deslegitimación del modelo neoliberal. Desde sus territorios lanzaron
formidables ofensivas que abrieron grietas en el sistema de partidos sobre el
que se asienta la dominación y modificaron el escenario geopolítico regional.
De modo directo e indirecto, influyeron en lo local, lo nacional, regional y
global.
Han jugado y jugarán
también un papel decisivo en la construcción de un mundo nuevo. Si ese mundo,
como señala Immanuel Wallerstein (La Jornada, 12 de enero de 2013),
“será el resultado de una infinidad de acciones nanoscópicas”, las “pequeñas
mariposas” capaces de construirlo habitan territorios en los que resisten y en
ellos pueden construir relaciones sociales diferentes a las hegemónicas. No es
con manifestaciones ni declaraciones, por más masivas y necesarias que sean,
como se crea el socialismo, sino con prácticas sociales en espacios concretos.
Territorios en resistencia que son a la vez espacios en los que va naciendo lo
nuevo.
Hasta ahí, son temas que
hemos venido debatiendo en los últimos años. El capitalismo puede ser derrotado
si somos capaces de expropiarle los medios de producción (y de cambio) en un
largo proceso. Pero la cuestión no se agota allí. El sistema aprendió a
desorganizar, diluir, cooptar y aniquilar por la fuerza (todo junto, no una u
otra acción) a los sujetos nacidos y arraigados en la resistencia territorial.
La combinación de fuerza bruta (militar y policial) con políticas sociales para
“combatir la pobreza” es parte de esa estrategia de aniquilación.
Ante esta situación
compleja y difícil, crece la tentación de replegarse de los territorios en los
que nacieron múltiples sujetos colectivos, buscando lugares más propicios donde
seguir creciendo. A veces se apuesta por lo sindical, otras a lo estudiantil y
en otras por lo electoral. Un debate de este tipo atraviesa sobre todo a
movimientos en Argentina, Chile, Paraguay y Perú, aunque está presente en casi
todos los países.
Es cierto que lo
territorial por sí solo no alcanza. Que debe incluir formas diferentes de hacer
política donde la gente común decida y ejecute; que hace falta crear formas de
poder distintas a las estatales; que para garantizar la autonomía territorial
es imprescindible asegurar la sobrevivencia material, o sea salud, educación,
vivienda y alimentación para todos y todas.
Pero no podemos olvidar
que los territorios son claves para la lucha por un mundo nuevo por dos
razones, digamos, estratégicas: se trata de crear espacios donde podamos
garantizar la vida de los de abajo, en todas sus multifacéticas dimensiones; y
porque la acumulación por despojo o guerra –que es el principal modo de
acumulación del capitalismo actual– ha convertido a los movimientos
territoriales en el núcleo de la resistencia. La mutación del capitalismo que
conocemos como neoliberalismo es guerra contra la vida.
A ellas se podría agregar
un tercer argumento: sólo es posible resistir “en” las relaciones tejidas en
torno de valores de uso, ya sean materiales o simbólicos. Si sólo nos movemos
en las esferas de los valores de cambio, nos limitamos a reproducir lo que hay.
Cerrados los “poros” de la vida en las fábricas por el posfordismo, es en los
territorios, barrios, comunidades o periferias urbanas donde –aun esos mismos
trabajadores– se vinculan entre sí en formas de reciprocidad, ayuda mutua y
cooperación que son relaciones sociales moldeadas en torno del intercambio de
valores de uso.
No es una cuestión
teórica y por lo tanto sólo se puede “mostrar”. Se conoce y se practica, o no
se entiende. Resistir hoy es proteger la vida y construir vida en territorios
controlados colectivamente. El punto es que si abandonamos los territorios,
ganaron los de arriba. Y en este punto no hay dos caminos. Sólo queda hacerse
fuertes y autónomos allí, neutralizando las políticas sociales que quieren
destruir lo colectivo “salvando” al pobre individualmente.
El pueblo mapuche resiste
desde hace cinco siglos aferrándose a sus territorios. Así derrotaron a los
conquistadores españoles, y en ellos se repusieron de la derrota que les
infligió la República criolla en la guerra de exterminio conocida como
“Pacificación de la Araucanía” en la segunda mitad del siglo XIX. En sus
territorios aguantaron el diluvio de la dictadura pinochetista y las políticas
“antiterroristas” de la democracia, debidamente condimentadas con “políticas
sociales” para someter con migajas lo que no pudieron con palos.
No es la excepción sino
la regla. Chiapas, Cauca, Cajamarca donde se resiste el Proyecto Conga, Belo
Monte, El Alto o el conurbano de Buenos Aires, entre muchos otros, muestran que
la combinación de guerra y domesticación son los modos de esterilizar las
resistencias. Lo que diferencia esos territorios es que allí existen los modos
de vida heterogéneos sobre los cuales es posible crear algo distinto a lo
hegemónico. No nos engañemos: esa posibilidad no existe hoy ni en las fábricas
ni en los demás lugares donde todo son valores de cambio, desde el tiempo hasta
las personas.
Por eso las políticas
sociales se han territorializado, porque los gestores del capital percibieron
que allí venían perdiendo pie ante el nacimiento de sujetos integrados por los
que no tienen nada que perder: mujeres, hombres y jóvenes sin futuro en este
sistema, aquellos que por el color de su piel, su cultura y su modo de ser no
tienen cabida en las instituciones, ni siquiera en las que se reclaman de
izquierda o defensoras de los trabajadores. Allí sólo existen como
“representados”, o sea como ausentes.
No hay alternativas al
trabajo territorial, ni atajos para hacer más corto y soportable el camino. La
experiencia reciente muestra que es posible doblegar el cerco del sistema
contra nuestros territorios, superar el aislamiento, sobrevivir y seguir
adelante. Persistir o no, es una cuestión de pura voluntad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario