La nueva agenda nacional deberá
encarar el problema mayor de pasar del crecimiento sostenido de la economía
entre 2004 y 2014 a un desarrollo que sea sustentable por la equidad en las
relaciones sociales, y en las relaciones entre la sociedad y su entorno
natural. Esta es la clase de problemas que podemos plantearnos hoy, desde la
nación que hemos venido a ser como resultado de la conquista de nuestra
soberanía y de las transformaciones desatadas por ese logro decisivo en nuestra
historia.
Guillermo
Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
La disputa electoral
acerca de lo hecho o dejado de hacer por el Estado en materia de inversión
pública en los últimos 45 años en Panamá elude lo realmente esencial del
problema que la genera. Sin duda,
la inversión bruta en infraestructura iniciada en 2006 por el Gobierno que
presidiera Martín Torrijos con la ampliación del Canal, y continuada hasta el
presente por el Gobierno que preside Ricardo Martinelli con las importantes
mejoras al sistema vial y de transporte aéreo del país, carece de precedentes
en la historia nacional. Aun así, en ese panorama destacan tres elementos
de contraste.
El primero de ellos consiste
en lo limitado de la inversión pública en el desarrollo del capital humano
y social, reducida en lo esencial a una política de subsidios que elude mucho,
y palia muy poco, las causas de origen de la inequidad en nuestra
sociedad. Otro consiste en la desmesura de la inversión en el corredor
interoceánico, que incrementa a su vez el subsidio del resto del país al
crecimiento económico de las área aledañas al Canal – que ya albergan a más de
la mitad de la población del país en menos del 10% de su territorio -,
incrementando con ello las amenazas a la sustentabilidad del desarrollo futuro
en Panamá. Y el otro, finalmente, consiste en la pobreza del análisis
relativo al origen, la naturaleza y la sustentabilidad del crecimiento
económico en los años por venir, en el seno de las principales agrupaciones
políticas y sociales del país.
El factor fundamental, aquí, ha sido
la integración del Canal a la economía interna. Todo lo demás ha dependido
de ello. La trascendencia y complejidad de ese factor se hace evidente en
el hecho de que la creación de las condiciones necesarias para su despliegue en
profundidad generara una crisis que en la práctica paralizó políticamente al
país entre 1981 y 1994, para iniciar a partir de allí - con idas y venidas que
todos conocemos bien - el proceso de transformaciones que ha venido a alcanzar
su impulso mayor en los últimos cuatro años.
Ese impulso mayor, por otra parte,
también empieza a definir con claridad creciente los límites del proceso de
transformaciones en curso. Ese proceso surge de la solución de la
parálisis de la voluntad política de los grupos sociales y económicos
dominantes en el país entre 1999 y 2009 mediante el uso – hasta un grado de
paroxismo - de los valores y procedimientos inherentes a una cultura política
tradicional, para la construcción de una economía y una sociedad renovadas.
La solución así encontrada al
problema de la parálisis política ha generado, como era de prever, problemas
nuevos y más complejos. En efecto, los medios utilizados han determinado los
fines que podían ser alcanzados, y uno de los resultados del proceso ha sido el
oscurecimiento de las contradicciones asociadas a esos fines. Así, por
ejemplo, aquí se sigue discutiendo como si los problemas del país tuvieran
su origen en incapacidades e irregularidades administrativas, y bastara con
encontrar mejores gerentes y disponer de mejores manuales de procedimiento para
resolverlos.
En realidad, no podremos resolver los
problemas del siglo XXI sin entenderlos en sus riesgos como en sus
oportunidades. Pero no podremos entender esos problemas ni desde la cultura
política del siglo XX -correspondiente al anhelo de llegar a tener un Estado
nacional, que ya tenemos -, ni desde el llamado "criterio empresarial"
que se limita a imitar para nuestra sociedad aquella consigna de los años 50
que tanto contribuyó finalmente a los problemas que hoy enfrentan la economía y
la sociedad norteamericana: "Lo que es bueno para la General Motors es
bueno para los Estados Unidos." Dígalo, si no, la ciudad de Detroit,
capital del automóvil, cuyo gobierno municipal acaba de declararse en quiebra.
Para encarar los problemas del país,
hará falta aún identificar aquellos que definen, hoy, el interés general de la
nación en esta etapa de su desarrollo. Esto, en breve, demanda la creación
de una agenda que sintetice los obstáculos fundamentales que el proceso
de crecimiento económico sin cambio social y con deterioro ambiental le plantea
a los grupos sociales fundamentales en su desarrollo como tales grupos. Ese
fue el punto de partida en la etapa final de la lucha por la recuperación del
Canal en la década de 1970. En ese terreno, nadie en su sano juicio podría
decir que se ha hecho más de 1980 a nuestros días de lo que se hizo entre 1972
y 1977.
También habría que aprender mucho,
por supuesto, del hecho de que una vez resueltos aquellos problemas comunes
quedó superada la agenda que los expresaba, en la medida en que florecieron y
se desplegaron en otro nivel de complejidad las contradicciones entre los
grupos que habían concurrido a forjarla. El resultado neto, entonces, fue que
el Estado que negoció el Tratado del Canal vino a ser muy distinto del que
asumió la responsabilidad de implementarlo. Así, por ejemplo, el propósito de
hacer “el uso más colectivo posible” de la Zona del Canal, propuesto por el
Estado que negoció el Tratado, cedió su lugar a la más completa privatización
posible de las tierras e infraestructuras de esa Zona, por parte del Estado que
lo implementó.
La nueva agenda nacional deberá
encarar el problema mayor de pasar del crecimiento sostenido de la economía
entre 2004 y 2014 a un desarrollo que sea sustentable por la equidad en las
relaciones sociales, y en las relaciones entre la sociedad y su entorno natural.
Esta es la clase de problemas que podemos plantearnos hoy, desde la nación que
hemos venido a ser como resultado de la conquista de nuestra soberanía y de las
transformaciones desatadas por ese logro decisivo en nuestra historia. Queda
para nosotros, ahora, la tarea de definir estos problemas de nuevo tipo con la
claridad necesaria para encararlos y resolverlos de un modo correspondiente a
la nación que queremos llegar a ser.
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