sábado, 8 de mayo de 2021

Centroamérica, Colombia y el bicentenario de la independencia

De lo que piensan y proponen las clases dominantes podemos derivar conclusiones de su práctica política y económica. No había necesidad de pandemia para que se revelara descarnadamente que su proyecto apunta no solo a mantener, sino a profundizar el proyecto que han venido impulsando desde el siglo XIX.

Rafael Cuevas Molina/Presidente UNA-Costa Rica


En el bicentenario de la independencia de Centroamérica, las clases dominantes y los políticos en el poder no hacen ningún esfuerzo por hacer un balance de lo que hemos sido y somos durante los doscientos años de vida republicana. Eso se lo dejan, eventualmente, a la academia, que también parece haber sido pillada desprevenida, porque, aparte de ciclos de charlas y webinarios, algunos improvisados y otros que aglutinan cualquier cosa con tal que se diga que algo están haciendo, no hay mayor reflexión de la que pueda sacarse algún balance, diagnóstico ni propuesta viable.

 

De lo que piensan y proponen las clases dominantes podemos derivar conclusiones de su práctica política y económica. No había necesidad de pandemia para que se revelara descarnadamente que su proyecto apunta no solo a mantener, sino a profundizar el proyecto que han venido impulsando desde el siglo XIX, es decir, un estilo de desarrollo basado en la explotación despiadada de la fuerza de trabajo con concentración cada vez mayor de riqueza en uno de los polos.

 

Desde el punto de vista político no estamos mejor: una creciente descomposición del de por de por sí precario estado de derecho que, a pesar de episódicos esfuerzos por construirlo, sigue siendo deteriorado aceleradamente. Seguramente el episodio protagonizado por Nayib Bukele en El Salvador puede ser puesto como ejemplo, pero no es ni el único ni el más grave, puesto que en toda la región podemos encontrar expresiones de una creciente tendencia al afianzamiento de posiciones cada vez más autoritarias en los gobiernos. Como se puede constatar fácilmente, no solamente en Centroamérica la democracia burguesa se ha convertido ya en un impedimento para la profundización de las reformas neoliberales. De esto, venimos teniendo noticias desde hace rato, y no en algún país recóndito en donde prevalezca el tan vilipendiado “populismo”, sino en la modélica Europa.

 

No habiendo santo en el cual persignarse, ¿qué nos queda? En América Latina tenemos los ejemplos de Chile y Colombia, en donde se han desencadenado verdaderas explosiones sociales sin aparente conclusión positiva hasta ahora. Las protestas tienen características propias de nuestros tiempos, y marchan sin vanguardia política reconocida que aumente y direccione su eficacia. La atomización y la diversidad de intereses atentan contra la contundencia de la eficacia política. Es un problema de los movimientos sociales del siglo XXI, que causó tantas discusiones y polémicas en el Foro Social Mundial hace ya casi veinte años, sin que se pudiera llegar a consensos.

 

Así que, como muy bien se ha dicho antes, en el bicentenario no hay nada que celebrar. Sí debería ser momento de profunda reflexión, de balance, de sopesar opciones de futuro en nuestro contexto tan precarizado y tan geoestratégicamente sensible. Lo que está sucediendo en Colombia debería ser un llamado de atención de que la paciencia de los pueblos se agota y rompe cualquier valladar en el momento menos pensado. Y puede romperlo por muchos lados, desde insurrecciones como la que estamos viendo, hasta tomar otros rumbos, como, por ejemplo, llevar al poder a algún bolsonarito que termine haciendo disparates que hagan que la cura sea más cara que la enfermedad. Porque esa es la realidad a la que nos enfrentamos en estos tiempos de descomposición social, política y cultural que transitamos. En tiempos de desesperación, las radicalizaciones populares pueden ir para cualquier lado, ya tenemos bastantes ejemplos en la historia.

 

Al igual que Centroamérica, Colombia ha sufrido una sangría tremenda de líderes populares y militantes de movimientos sociales. Igualmente, tiene dirigentes de derecha autoritarios y belicistas que ocupan puestos de elección popular, lo que quiere decir que cuentan con el respaldo de amplios sectores de la población. La vox populi no siempre se enrumba en dirección de sus propios intereses en este mundo abigarrado en donde la bruma y el vocinglerío desdibuja el horizonte.

 

En el bicentenario de la independencia política del Imperio Español seguimos teniendo muchas tareas pendientes.

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