Ubicados en nuestras respectivas burbujas telemáticas, muchas veces perdemos de vista los mundos paralelos que coexisten con el nuestro, mundos diferentes, muchas veces divergentes, con referentes y coordenadas en las antípodas de nuestra normalidad, de las verdades que damos por sentadas, que de tan naturales que nos parecen no tenemos ni siquiera argumentos para defenderlas.
Rafael Cuevas Molina/Presidente UNA-Costa Rica
Hago estas reflexiones después de ver cómo, en lugares rurales de Costa Rica, se pierden las vacunas que los centros locales de la Caja del Seguro Social ofrecen a todos los pobladores. He presenciado campañas y llamados para que la gente acuda a vacunarse a iglesias católicas y centros de culto evangélicos; he visto a gente con carteles escritos a mano ofreciendo a los transeúntes motorizados y peatones para que pasen y se vacunen, y también he visto la indiferencia de la gente, hasta las reacciones airadas, agresivas, de quienes esgrimen argumentos que circulan por las redes sociales, que se van a implantar dispositivos de control, que se trata de estratagemas para esterilizar a la población, que todo es una mentira para imponer medidas de control que coartan la libertad y el libre albedrío.
Corren los bulos desbocados y la gente no sabe qué pensar, qué es verdad y qué mentira, gente que solo tiene su teléfono celular para mirar memes, textos cortos que pueden leer en unos segundos con afirmaciones lapidarias, nunca explicaciones fundamentadas porque no están acostumbrados a leer, porque no tienen, además, quién se las envíe, nadie en su burbuja sabe de esas cosas que le son ajenas. La imagen de autoridad más cercana, tal vez la única, es el pastor, alguien que no tienen muchas más luces que ellos mismos y se apoya en el libro sagrado del cristianismo y lo abre, incluso, al azar, para encontrar respuestas a sus propias interrogantes y a las que le hace su grey, y luego interpreta según su leal saber y entender.
Y ahora, las preguntas giran en torno a las vacunas porque la pandemia y las vacunas están en todas las bocas, en todos los comentarios de los medios, en los mediocres y aburridos noticieros nacionales en donde se da cuenta de esa realidad tan lejana que no se ve, la de los hospitales que ya no dan abasto, en donde se dice que está muriendo la gente a la espera de una cama. En sitios en donde la muerte ronda con tanta naturalidad, en donde se muere de dolor de panza, de pérdida de la vista, de sentir un mareo repentino, morir de algo que no se ve es solo una forma más en la que puede venir la muerte que acecha constantemente.
Son burbujas que en los centros urbanos no se conocen, que apenas se intuyen cuando emergen en circunstancias especiales y hacen oír su clamor sordo, como un retumbo, como la que vivieron los costarricenses hace unos tres años en las elecciones presidenciales y de diputados, cuando de pronto se vio la posibilidad de que un neopentecostal fuera su presidente. Entonces abrieron los ojos desmesuradamente y no dieron crédito a lo que tenían al frente, que no se correspondía con lo que ellos creen, dentro de su burbuja, que son.
Y ahora ojalá pudieran ver cómo esos mismos que tantos los asustaron siguen vivos, aunque callados, como siempre, solo haciéndose sentir con esas decisiones como no querer vacunarse, esgrimiendo argumentos que a los ilustres y cultos citadinos les parecerían ridículos. Mundos paralelos como túneles que conviven en un mismo territorio pero que se ignoran mutuamente, que no se ven, ni se sienten, ni se oyen.
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