La historia ambiental está en vías de convertirse en la historia general de la especie humana, superando e integrando en un mismo movimiento todo el aporte de la historia política, la económica y la social y cultural que hemos conocido del siglo XVIII a nuestros días.
Guillermo Castro H.* / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
“Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer;[…]. Esto es luz, y del sol no se sale.”
José Martí[1]
Para 1990, esa perspectiva ya estaba siendo abordada de manera inconexa por colegas dispersos en México, Costa Rica, Colombia, Brasil, Argentina y Chile, que se dedicaban – a veces sin saberlo – a sentar las bases de lo que hoy conocemos como la historia ambiental de nuestra América. Al propio tiempo, ese abordaje de lo ambiental como problema histórico ya venía madurando con rapidez en el mundo Noratlántico desde la década de 1970, en particular en los Estados Unidos, donde destacaba entre muchas otras la obra de Donald Worster, por entonces profesor de la Universidad de Kansas.
Worster fue y sigue siendo extraordinariamente generoso al compartir con sus colegas latinoamericanos su visión, su experiencia y su obra sobre el papel de la naturaleza en la historia de los humanos. Al hacerlo, además, reveló un punto de contacto entre su aprecio por los ambientalistas nortamericanos del XIX – en particular por Henry David Thoreau y Ralph Waldo Emerson – y el que tuvo por ellos José Martí durante sus años de exilio en los Estados Unidos.
En mi caso, además, el diálogo con Worster me facilitó comprender como un problema práctico, la importancia de disponer de un marco de referencia para el estudio de la historia de nuestras relaciones con la naturaleza que incluyera de manera explícita la cultura que lo inspiraba. En esa tarea, la obra de José Martí nos ofrece una visión de nuestro lugar en la naturaleza y de los modos de relacionarnos con ella que caracterizaban a las sociedades de su tiempo, y que se prolongan en el nuestro.
De todo ello resultó un diálogo con Martí que aún no cesa, y que mantiene las certezas que lo animan en la medida en que nos conduce una y otra vez a preguntas nuevas. En lo más elemental, hoy sabemos que -siendo la historia ambiental la de las interacciones entre los seres humanos y su entorno natural-, la de nuestra América tenía su origen en el poblamiento de nuestra región, hace unos 20 o 30 mil años, según las últimas estimaciones.
A partir de allí, esa historia es la de la intensificación de esa relación interactiva, antes y después de las transiciones a la agricultura de los pueblos originarios, y antes y después de la integración de nuestra América al mercado mundial, hasta culminar en lo que hacia 1993 se entendía como una crisis ambiental asociada sobre todo a un exceso en la extracción de materias primas y en la producción de desechos.
De entonces acá, quienes nos dedicamos a este campo hemos comprobado, una vez más, que el planteamiento de problemas complejos nos conduce siempre al de problemas de una mayor complejidad, y que la verdad nunca es esférica, sino poliédrica. Hoy entendemos mucho mejor algunos elementos de nuestro campo cuya importancia se incrementa con el tiempo.
Así, por ejemplo, hemos aprendido que la historia ambiental se distingue de la ecológica en cuanto ésta aborda la formación y desarrollo de los ecosistemas desde su origen, mientras la ambiental se ocupa de la interacción de los humanos con esos ecosistemas. En este sentio, toda historia ambiental hace parte de la historia ecológica, pero no toda historia ecológica hace parte de la historia ambiental.
La historia ambiental, en efecto, se distingue por el hecho de que el metabolismo natural, en el caso de los humanos, opera entre la sociedad y su entorno natural, a partir de procesos de trabajo socialmente organizados. Esos procesos de trabajo permiten a los humanos transformar los elementos naturales en recursos para la producción de bienes -y desechos- cada vez más complejos y, por esa vía, alterar el metabolismo natural a una escala cada vez mayor, hasta desembocar en lo que a partir del año 2000 algunos llaman el Antropoceno.
En este proceso, la historia ambiental está en vías de convertirse en la historia general de la especie humana, superando e integrando en un mismo movimiento todo el aporte de la historia política, la económica y la social y cultural que hemos conocido del siglo XVIII a nuestros días. Y en esa perspectiva general aprendemos que la calidad de nuestras relaciones con el entorno natural determina la del ambiente en que vivimos, y que si deseamos un ambiente distinto tendremos que construir sociedades diferentes, capaces de sobrevivir a lo peor del Antropoceno que hemos creado.
Esto, a su vez, nos lleva a una pregunta particular: ¿cuál es nuestro lugar, cuál nuestra tarea en este proceso? A una pregunta así cabe responder en primer término desde lo que nos advirtiera Martí en 1891, en su ensayo Nuestra América: “injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero que el tronco sea el de nuestras repúblicas.”
Nuestra América tiene muchísimo que aportar a ese empeño universal. Así, por ejemplo, lo viene haciendo desde 2003 la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental, que se inició con una docena de integrantes que hoy son más de 300, y que nos vincula con colegas de todo el mundo a través de nuestra presencia en orgaizaciones como el Consorcio Internacional de Organizaciones de Historia Ambiental.
En ese aporte desempeñan un papel decisivo los hechos y los valores desde los cuales participamos en esa tarea global. Así como para los norteamericanos la conservación y la degradación ambiental asociada al industrialismo son problemas centrales - como lo son la eficiencia tecnológica para los europeos, la perspectiva civilizatoria para los asiáticos, y la (re)construcción de sus identidades para los africanos-, para nuestra América son centrales los problemas de larga duración surgidos del impacto de la conquista, y la intensidad del impacto del extractivismo en nuestro entorno natural y nuestro ambiente.
Cada uno de estos casos ha producido perspectivas distintas dentro de una cultura que ya es mundial, sin duda, pero todavía no es universal. Para nosotros, esto obliga aún a distinguir entre la historia ambiental latinoamericana y la historia ambiental de nuestra América.
La segunda puede ser hecha desde múltiples perspectivas distintas. La nuestra nos proporciona la perspectiva desde la cual procuramos conocernos mejor a nosotros mismos, para comprender mejor la de aquellos con quienes compartimos el largo y difícil camino que nos lleve a trabajar con la naturaleza y ya no contra ella, para garantizar la sostenibilidad del desarrollo de la especie que somos todos.
Ciudad del Saber, Panamá, 21 de abril de 2021
* Elaborado a partir de las notas para la presentación del libro Naturaleza y Sociedad en la Historia de América Latina (1995), editado por la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica (2019), en el XV Congreso Centroamericano de Historia, el 21 de abril de 2021.
[1] "En casa", Patria, 26 de enero de 1895. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. V: 468 – 469:
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