El resultado del referéndum chileno ha sido una gran alegría, una especie de liberación de tensión después de un largo período de acumulación en el que participaron muy diversas fuerzas sociales y políticas.
Rafael Cuevas Molina/Presidente UNA-Costa Rica
Cambiar la Constitución significará para Chile iniciar un nuevo período histórico. El referéndum no ha sido sino el gozne sobre el cual se articula un proceso que viene de atrás y tiene todavía mucho por andar, pero el solo hecho de que el cambio sea posible abre un amplio horizonte de posibilidad que los chilenos no han tenido desde el período en el que la Unidad Popular gobernó.
En el pasado, hubo momentos fundamentales, de gran intensidad, que fueron pasos para ir llegando a esto. El referéndum que perdió Augusto Pinochet, por ejemplo, cuando aún se encontraba entronizado en el poder; o las elecciones en las que ganó la Concertación, que en su momento abrieron muchas expectativas y celebraciones, que luego se vieron en buena medida desteñidas por la frustración.
Pero todos estos momentos por los que fueron atravesando los chilenos se hicieron dentro de la trampa que había tendido la dictadura, cuyos compinches siguieron reforzándola porque tenían muy claro que era la garantía para que, gatopardianamente, todo pareciera cambiar sin cambiar de verdad.
La resistencia de la derecha chilena ha sido intensa y prolongada, y hasta el último momento han tenido la esperanza de conservar bastiones que hicieran inexpugnables sus posiciones. Fracasaron, pero solo momentáneamente, porque se encuentran ante un conjunto heterogéneo con objetivos, intereses y necesidades diversas, no siempre solo distintas entre sí sino también a veces enfrentadas en asuntos puntuales. Constituyen la mayoría, pero no cabe la menor duda que la derecha intentará sacar partido de esa característica de lo que tiene al frente, que no es, por cierto, un caso excepcional, algo que solo sucede en Chile, sino es como se presenta el movimiento social contemporáneo en donde no existe una fuerza unificadora como ocurrió en otros países en el pasado, en Brasil, por ejemplo, con el Partido de los Trabajadores, o en Ecuador con el Movimiento Revolución Ciudadana.
Esa es, ciertamente, una debilidad política de los movimientos sociales contemporáneos cuando de tener incidencia sobre el poder político se trata. Es cierto que esa variedad es también una riqueza, en el sentido que ofrece la posibilidad de que se exprese la multifacética realidad encarnada en la sociedad civil, pero se transforma en debilidad a la hora de tener contundencia ante las fuerzas reaccionarias.
Esa variedad de expresiones de la sociedad civil generalmente tiene dificultades para alcanzar consensos, para encontrar formas unificadas de acción política que les proporcionen contundencia. Formas de alcanzar esos consensos ya existen y deberían estudiarse con atención; me refiero especialmente al Frente Amplio del Uruguay, conformado por fuerzas disímiles, beligerantemente distintas, que han sabido, sin embargo, encontrar formas de trabajo conjunto que les han rendido frutos. La experiencia de la izquierda uruguaya agrupada bajo las siglas del Frente Amplio muestra un grado de madurez que no ha nacido por generación espontánea, que no es fruto de alguna inteligencia innata de los uruguayos, sino de una lenta y tesonera construcción que se ha ido dando a lo largo de décadas, tal y como esto que estamos viendo ahora, que es el referéndum chileno.
Desde nuestra revista Con Nuestra América expresamos todo nuestro apoyo y solidaridad por el logro alcanzado en Chile, y hacemos votos porque el proceso que se inicia ahora lleve a que se abran las alamedas que otrora Salvador Allende vaticinara que, tarde o temprano, se abrirían para su pueblo.
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