Nuestro tiempo, en efecto, demanda sustentar en evidencia científica, debidamente referida a la circunstancia social e histórica de cada sociedad, toda estrategia orientada a sostener el desarrollo humano.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá
“Conocemos sólo una ciencia, la ciencia de la historia. Se puede enfocar la historia desde dos ángulos, se puede dividirla en historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin embargo, las dos son inseparables: mientras existan los hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionan mutuamente”
Carlos Marx, Federico Engels: La Ideología Alemana, 1846
(cursiva, gch)
Ambos hacen parte, entre muchas otras cosas, del debate sobre las relaciones entre las ciencias naturales y las humanas, tan relevante entre nosotros en la cultura ambiental como en la política pública hasta estos tiempos. Las posiciones fundamentales son bien conocidas. Las ciencias naturales serían “duras”, basadas en datos obtenidos a partir de métodos rigurosos e instrumentos de gran precisión. Las otras serían “blandas”, de carácter reflexivo y dependientes en alto grado de los datos obtenidos por las primeras.
Lo importante, en todo caso, es que la relación entre ambos campos del conocer desborda ya su dimensión académica de origen. Los graves problemas que hoy aquejan a los humanos nos obligan a reconocer que esa relación es más estrecha y compleja de lo que hasta ahora parecía.
Nuestro tiempo, en efecto, demanda sustentar en evidencia científica, debidamente referida a la circunstancia social e histórica de cada sociedad, toda estrategia orientada a sostener el desarrollo humano. En el caso de Panamá, por ejemplo, una estrategia así concebida tendría que proponer los cambios sociales, políticos y económicos necesarios para facilitar la transformación en competitivas las ventajas comparativas del país – que incluyen por ejemplo la abundancia de agua, biodiversidad y ecosistemas de alta capacidad de captura de CO2-, ubicadas sobre todo en las regiones más atrasadas del país.
En este terreno, la calidad práctica de todo conocimiento está asociada a su potencial para expresar las relaciones de interdependencia que mantienen entre sí los diversos aspectos de la realidad. El ejercicio de ese principio, sin embargo, no es sencillo.
Así, por ejemplo, la organización del conocer en ciencias naturales, ciencias sociales y Humanidades - que hoy a menudo se da por natural – fue tomando forma al calor del desarrollo del capitalismo entre los siglos XVII y XVIII, para consolidarse a mediados del XIX. Esa forma, nos dice Merchant, se desarrolló a partir de la contradicción entre dos visiones de las relaciones entre nuestra especie y el mundo natural.
Una de ellas, más primitiva entonces, sostenía y sostiene la necesidad de trabajar con la naturaleza y no contra ella. La otra, revolucionaria en su momento, sostiene la necesidad de dominar a la naturaleza en bien del crecimiento económico sostenido.
Esas visiones, por otra parte, no son enteramente nuevas. Ambas hunden sus raíces en el proceso de innovación y cambio cultural que hizo parte de la transición de la Edad Media feudal a la Moderna, capitalista.
En el punto de partida de dicho proceso, al decir de Merchant, ocurrió un verdadero “despliegue de ideas”, que no deja de recordar al que está ocurriendo en nuestro tiempo. Hoy, como entonces,
Algunas ideas se difunden; otras se pierden temporalmente. Y llega un momento en que la dirección y la acumulación de cambios sociales comienza a hacer diferencias entre el espectro de posibilidades, de modo que algunas ideas van adquiriendo un rol más importante mientras otras se trsladan hacia la periferia. A partir de esta selección de las ideas que parecen más plausible bajo condiciones sociales particulares, se produce la transformación cultural.
Es bueno tomar nota de la complejidad y la riqueza de este proceso. Merchant lo examinó en 1980 para comprender y dar a conocer la transformación de la cultura de la naturaleza en el marco de la revolución científica generada por el primer desarrollo del capitalismo. Hoy, nos corresponde examinar el proceso que nos conduce a una nueva transformación cultural de consecuencias aún imprevisibles, en el cual debemos incidir de la manera correspondiente.
Nunca, en verdad, ha sido tan grande nuestra capacidad para intervenir en el mundo natural y modificarlo de acuerdo con nuestras necesidades, sean reales o meramente especulativas. Nunca, tampoco, ha sido tan limitada nuestra capacidad política para encarar las consecuencias de esa forma de ejercer el poderío científico y tecnológico alcanzado por la especie humana.
Estamos en un tiempo en que van tomando forma las disyuntivas que darán lugar a la formación de la nueva normalidad en que desemboque la transición que vivimos. Un amplio sector de la Humanidad espera encontrar soluciones puramente tecnológicas a los desafíos de la crisis socioambiental. Otros, en número creciente, comprenden ya que “estudiar y entender lo ecológico” pasa por “estudiar y entender lo social, lo económico y lo humano”, si se trata de “desarrollar estrategias de adaptación para reducir la incertidumbre y la asimetría social y territorial que es concomitante, por ejemplo, al actual cambio climático.”[2]
Todo esto es especialmente relevante para el ambientalismo de nuestro tiempo. En verdad, para bien o para mal el cambio social abre paso a la innovación tecnológica, pues la interdependencia existente entre los sistemas sociales y los ambientales es el factor clave en la relación entre ambos, pues el cambio en cada uno de ellos afecta de una u otra manera al otro.
En breve, si deseamos un ambiente distinto, tendremos que crear una sociedad diferente. Esa diferencia no ha sido aún objeto de discusión adecuada. El neoliberalismo la reduce a terminar de convertir todo patrimonio natural en capital natural, encarando la dimensión ambiental de la crisis como una nueva oportunidad de negocios.
Desde otra perspectiva, la diferencia consiste en llegar a contar con una sociedad mucho más y mejor educada; sostenida por un mercado de base social mucho más amplia que la actual, y gobernada por una ciudadanía organizada, capaz de ejercer un control social de la gestión pública. Esto significa que estamos ante un problema de ecología política, que consiste en escoger el camino a tomar y las formas de recorrerlo.
De José Martí a Vladimir Vernadsky, de Carolyn Merchant a Fidel Castro en la Cumbre de la Tierra en 1992 y de allí a Francisco y su Laudato Si’ en 2015, la cultura de nuestra América dispone de los elementos necesarios para comprender en toda su complejidad los desafíos que nos plantea la crisis. Este es un privilegio en tiempos de confusión como los que vivimos, que se enriquecerá trabajando con nuestra gente, y no solo para ella.
Alto Boquete, Chiriquí, Panamá, 23 de septiembre de 2021.
NOTAS:
[1] Merchant, Carolyn (2020: 4): La Muerte de la Naturaleza. Mujeres, ecología y revolución científica. (Routledge,1980) COMARES Historia, Granada.
[2] María Martí Escayol, nota de presentación de la traducción de Merchant, 2020: XII.
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