sábado, 9 de octubre de 2021

Pablo Richard, in memoriam

 La memoria de Pablo Richard debe ser honrada conservando y profundizando su invaluable legado, tanto testimonial como doctrinal.

Arnoldo Mora Rodríguez / Para Con Nuestra América


Hace unos días falleció en San José uno de los más connotados creadores y promotores de la Teología Latinoamericana de Liberación, el Dr. Pablo Richard Guzmán. Había nacido hace 82 años en Santiago, capital de Chile. Vivía con su familia en nuestro país, donde lo acogimos las organizaciones que dábamos apoyo a quienes eran víctimas de la implacable persecución de la dictadura, que el General Pinochet había implantado en su patria desde 1973. 

Con otros connotados intelectuales, pertenecientes a la mencionada corriente político-teológica, Pablo perteneció al Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI), creado en San José en 1976 por otro eminente teólogo Hugo Assmann, de nacionalidad brasileña, a quien también acogimos en nuestro país en su condición de perseguido político. Pablo era sacerdote, licenciado en teología bíblica del célebre Instituto de Estudios Bíblicos de Roma y doctor en sociología de la religión por la Sorbona de París.


 Para comprender la inconmensurabilidad de la personalidad de Pablo Richard, podemos distinguir dos dimensiones, ambas indisolublemente ligadas y que mutuamente se fecundan.  Por su origen materno, Pablo Richard provenía de las castas oligárquicas de un Chile rígidamente estratificado social, económica e ideológicamente. Pero Pablo rompió con ese ligamen inspirado en sus convicciones religiosas.  Con esa valiente e inclaudicable actitud, se ganó el cariño de los sectores marginados de su pueblo y el odio sus opresores. Al surgir el gobierno que promovía una democracia popular con el Presidente  Salvador Allende (1970-1973),  basado en la alianza estratégica de los dos partidos tradicionales de la izquierda chilena, como son el Partido Socialista y el Partido Comunista, Pablo Richard, consecuente con sus principios,  se adhirió con fervor a dicha y prometedora experiencia; pero lo hizo no sólo individualmente, sino como uno de los fundadores del movimiento Cristianos por el Socialismo. Exiliado en Costa Rica desde 1976, Pablo Richard consagró el ejercicio de su sacerdocio al servicio de los más pobres; junto con otro sacerdote y sociólogo costarricense, Orlando Navarro, creó una olla común que, todos los domingos frente a la Iglesia La Dolorosa, reparte comida a unos 60 indigentes de San José. Fue también capellán del Hogar de la Esperanza, que acoge gratuitamente a personas que sufren enfermedades terminales y que han sido relegadas por la sociedad. Las honras fúnebres que tuvieron verificativo allí, fueron profundamente conmovedoras. A guisa de testamento Pablo había dicho:” La Carpa frente a la Iglesia de la Dolorosa es mi parroquia, el Hogar de la Esperanza es mi altar”.  

 

Como científico social y politólogo, Pablo logró un reconocimiento mundial por haber creado la categoría de “régimen de cristiandad”, con que calificaba  a  aquellos regímenes políticos  que se fundan en base a la  alianza estratégica y estructural entre la Iglesia y el Estado; según esta concepción ideológica, la Iglesia legitima políticamente al Estado y éste, como contrapartida, le  confiere un status de privilegio  garantizado legalmente; así, sin que se identifiquen, cada uno cumple su función al servicio de la clase dominante; ambos se complementan. A la luz de esta categoría epistemológica, se explica la implantación del catolicismo en las colonias del imperio español, que se perpetúa con el advenimiento, luego de la Independencia, no sólo con los regímenes oligárquicos, sino incluso con los regímenes liberales laicos mediante un modus vivendi que, en la práctica, produce los mismos efectos.  Pero - y en esto radica el genial aporte de Pablo Richard - el establecimiento de un “régimen de cristiandad” no equivale a imponer una “teocracia”. En una teocracia, como la que se dio en la cristiandad occidental durante los siglos XI al XIII, y hoy pretenden implantar los sectores más radicales de los talibanes en Afganistán, los ayatolas en Irán, o los movimientos religiosos ultraconservadores en Israel. En todos esos casos, se pretende conferir constitucionalmente al clero un status político en su condición de partido único; el poder político laico se subordina al poder religioso, clerical jerarquizado, “la verdad” la define el dogma y no la laicidad; esa “verdad” constituye una aberración incluso teológica, pues sólo le interesa su dimensión ideológica. Por el contrario, en un “régimen de cristiandad” la Iglesia conserva su identidad estrictamente religiosa, porque el poder lo ejercen los laicos mediante los partidos políticos, como expresión organizada de su ideología que regula el dogma religioso, si bien ambos, insisto, buscan consolidar una alianza estratégica sin excluir que, en ocasiones, puedan surgir divergencias de índole coyuntural.  

 

Esos conceptos pueden parecer un tanto abstractos, cuyo interés se reduciría a los exclusivos círculos de sociólogos y politólogos. Pero la realidad cotidiana demuestra lo contrario; lamentablemente en la “democrática” Costa Rica que hoy vivimos, hemos experimentado con estupor que esos retrocesos en la evolución de la conciencia política de nuestro pueblo, constituyen una amenaza real. En las elecciones pasadas partidos con no disimulada tendencia teocrática, estuvieron cerca de llegar a la casa presidencial y hoy gozan de una dosis de poder nada despreciable en la Asamblea Legislativa y en el imaginario colectivo. Más aún, el artículo 75 de la actual Constitución Política es un resabio obsoleto, que busca perpetuar un “régimen de cristiandad” de raíces coloniales, pero que choca cada día más con la indetenible tendencia hacia la laicización que muestra la corriente, dominante actualmente, en la sociedad costarricense. Por desgracia, Costa Rica no es un caso único. En los Estados Unidos, el Partido Republicano cada día se asemeja más a una secta fundamentalista donde la hegemonía la ejerce el Tea Party. En la Guatemala del General Ríos Montt, los fundamentalistas evangélicos mancharon de sangre todo un país debido a las masacres perpetradas impunemente por ser la expresión más macabra del terrorismo de Estado; en Brasil, las sectas evangélicas han creado un régimen cercano al fascismo con el advenimiento de  Jair Bolsonaro a la presidencia. Esto nos hace concluir, no sin gran angustia, que los fundamentalismos, sean éstos religiosos o de cualquier otra índole (monetaristas, xenófobos, etc.), constituyen la mayor amenaza a la sobrevivencia de la especie humana, dado que hacen gala de un menosprecio total del mayor valor de la tradición cultural de Occidente: el papel imprescindible de la razón como guía de la acción en todos los ámbitos del quehacer humano. 

 

En consecuencia, hemos de concluir que la memoria de Pablo Richard debe ser hornada conservando y profundizando su invaluable legado, tanto testimonial como doctrinal.  Estas modestas líneas, escritas bajo el impacto de su desaparición física, pretenden ser un testimonio de lo dicho.

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