No hay duda que estamos en un momento histórico decisivo, en el que las decisiones que se tomen o se posterguen en materia ambiental determinarán nuestro futuro más inmediato; y mientras nos debatimos en ese lance, la inercia del capitalismo nos conduce hacia el precipicio, presumiendo sus escándalos éticos.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Según la OMM, la abundancia de gases de efecto invernadero en la atmósfera “volvió a alcanzar un nuevo récord el año pasado, y la tasa de aumento anual registrada fue superior a la media del período 2011-2020. Esa tendencia se ha mantenido en 2021”; los datos sobre la concentración de este tipo de gases son abrumadores: el dióxido de carbono, por ejemplo, “se sitúa en el 149 % de los niveles preindustriales”, en tanto que el metano y el óxido nitroso registran niveles equivalentes a más del doble de “los niveles de 1750, el año elegido para representar el momento en que la actividad humana empezó a alterar el equilibrio natural de la Tierra”. Y concluye el comunicado: “La ralentización económica causada por la COVID-19 no tuvo ningún efecto evidente en los niveles atmosféricos de los gases de efecto invernadero ni en sus tasas de aumento, aunque sí se produjo un descenso transitorio de las nuevas emisiones. Si no se detienen las emisiones, la temperatura mundial seguirá subiendo”.
Pero este no ha sido el único llamado de alerta lanzado por las organizaciones científicas a la comunidad internacional, y en particular a sus dirigencias políticas y económicas, sobre los riesgos de insistir en rumbo de acumulación y explotación de los recursos de la naturaleza vigente, sin dar paso a transformaciones de fondo. La revista científica The Lancet publicó recientemente un estudio en el que establece, entre otros escenarios de alcance inmediato, que “la recuperación pospandémica, impulsada a partir de combustibles fósiles, tendrá como consecuencias el agravamiento de la inseguridad alimentaria y las crisis climática y sanitaria, las cuales amenazan a millones de personas”. Y no hace más de un par de meses, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) presentó un nuevo informe en el que indicaba que “las emisiones de gases de efecto invernadero de las actividades humanas son responsables de un calentamiento del planeta en un 1,1° grados centígrados desde el periodo 1850-1900 hasta la actualidad”, tendencia que se mantendrá en el futuro cercano, al punto de esperar que “la temperatura global alcance o supere los 1,5°C o más de calentamiento en los próximos 20 años”.
No hay duda que estamos en un momento histórico decisivo, en el que las decisiones que se tomen o se posterguen en materia ambiental determinarán nuestro futuro más inmediato; y mientras nos debatimos en ese lance, la inercia del capitalismo nos conduce hacia el precipicio, presumiendo sus escándalos éticos: hoy, cuando conocemos con precisión la delicada climática del planeta, y contemplamos en todas partes el sufrimiento de millones de personas ante los embates sanitarios y socioeconómicos de la pandemia, las organizaciones Americans for Tax Fairness (ATF) y el Programa de Desigualdad del Institute for Policy Studies informaron que “los multimillonarios de Estados Unidos se han enriquecido en 2,1 billones de dólares más durante la pandemia, y su fortuna colectiva se ha disparado en un 70%, pasando de algo menos de 3 billones de dólares al inicio de la crisis del COVID, el 18 de marzo de 2020, a más de 5 billones el 15 de octubre de este año”.
Nada de esto debiera sorprendernos (aunque sí indignarnos), pues se trata de una contradicción intrínseca al sistema capitalista. Como sostiene el economista inglés David Harvey “es perfectamente posible que el capital continúe circulando y acumulándose en medio de catástrofes medioambientales”, toda vez que estas “generan abundantes oportunidades para que un capitalismo del desastre obtenga excelente beneficios”; de ahí su interés por “dominar los discursos ecológicos” -en los medios de comunicación, en las academias, en los foros internacionales- y gestionar las contradicciones entre naturaleza y capital “de acuerdo con sus propios intereses de clase”[1].
Capitalismo o sobrevivencia, degradación de la naturaleza o sostenibilidad de la vida en el planeta: tal es la tensión dialéctica de nuestro tiempo. En esa disyuntiva se enmarca la COP26.
[1] Harvey, D. (2014). 17 contradicciones y el fin del capitalismo. Quito: Editorial IAEN. Pp. 244 y 247.
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