La verdad es que me alegro del interés que han demostrado la derecha y la ultraderecha por la historia. Y vaya que ha despertado pasiones. Tal parece que la historia no les importa hasta que se comienza a cuestionar el discurso oficial en el que han querido siempre creer contra toda evidencia empírica.
Baltasar Garzón / Página12
"En 1492, los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo, y que ese dios había inventado la culpa y el vestido y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja."
(Octubre 12. El descubrimiento. De Los hijos de los días. Eduardo Galeano)
Esto es, palabras más, palabras menos, lo que hemos oído decir en los últimos días de boca de personajes como Díaz Ayuso, Toni Cantó o el propio Pablo Casado, que acaba de celebrar su Convención de auto-reafirmación, por no hablar de las mentiras difundidas desde la cuenta oficial de Twitter de Vox, que por ejemplo señala que España no tuvo colonias sino “provincias de ultramar”.
Se ha producido una suerte de competencia en la derecha y la ultraderecha sobre quién se siente más orgulloso que el otro de ser español y de lo que hicieron nuestros antepasados en América, hace ya más de 500 años.
Lo siento mucho por el señor Casado, pero como espectador de este circo mediático de distorsión histórica, debo otorgarle la Palma de Oro a Ayuso, al atreverse a cuestionar al mismísimo representante de Cristo en la Tierra (según la confesión católica que ella misma profesa), al decir, y cito literalmente: "Me sorprende que un católico [refiriéndose al Papa], que habla español, hable así a su vez de un legado como el nuestro, que fue llevar precisamente el español y, a través de las misiones, el catolicismo y por tanto la civilización y la libertad al continente americano".
Discípulos de Aznar
Van de católicos cuando la Iglesia dice lo que quieren oír y, cuando no, no aceptan una opinión diferente. Esto más que orgullo es ser engreído y arrogante, es creerse dueños absolutos de la verdad, aunque el mismísimo Papa les diga lo contrario. Cómo se nota que todos ellos son discípulos de José María Aznar, quien, por cierto, marcó la línea a seguir por sus acólitos al restar legitimidad al gesto de perdón del Papa por ser argentino, es decir, latinoamericano (cuestionando de paso el dogma de la infalibilidad del Sumo Pontífice). Y de paso Aznar también se burló del presidente mexicano al señalar: “¿Y quién nos dice que pidamos perdón? ¿Usted cómo se llama? Andrés Manuel López Obrador”, para añadir que “si no hubiesen pasado algunas cosas, usted ni se podría llamar como se llama ni podría haber sido bautizado”. Para el líder vitalicio de la derecha y la ultraderecha, “el nuevo comunismo de Latinoamérica se llama indigenismo. Y el indigenismo sólo puede ir contra España”.
En este punto conviene recordar que los pueblos originarios de América no pidieron ser evangelizados, ni civilizados, ni culturizados. Nadie les preguntó su opinión. Simplemente los conquistadores se plantaron un buen día allí, tomaron posesión de esos territorios supuestamente sin dueño (res nullius), en nombre de Dios y la Corona, y mediante engaños o superioridad bélica los hicieron súbditos, les obligaron a pagar tributo y emplearon esta excusa argumentativa para perpetrar uno de los mayores expolios de la historia de la humanidad, si no el mayor, fundiendo obras de arte para convertirlas en monedas de oro y plata, porque la corona (siempre la corona) necesitaba esos metales para agrandar el imperio.
Por todo ello no hay que pedir perdón, claro que no, sino que ellos deberían darnos las gracias, y agradecer además que les pudo ir peor si en vez de los españoles hubiesen llegado los ingleses.
El Papa pidió perdón
Todo esto a raíz de que el pasado 27 de septiembre el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), nada menos que desde el Palacio Nacional en México, dio lectura a una carta que fue escrita el 16 de septiembre de parte del Papa Francisco a la presidencia de la Conferencia del Episcopado Mexicano, a propósito del bicentenario de la declaración de la independencia. En esta carta el Papa expresa que “para fortalecer las raíces es preciso hacer una relectura del pasado, teniendo en cuenta tanto las luces como las sombras que han forjado la historia del país. Esa mirada retrospectiva incluye necesariamente un proceso de purificación de la memoria, es decir, reconocer los errores cometidos en el pasado, que han sido muy dolorosos. Por eso, en diversas ocasiones, tanto mis antecesores como yo mismo hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales, por todas las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización”. Bien lo sabe el Papa, como buen jesuita, congregación expulsada de América y los demás territorios del Imperio en tiempos del mismísimo Carlos III.
Un año antes AMLO le envió al Papa una misiva que resaltaba la importancia de que tanto la Iglesia católica como el Gobierno español reconocieran que la memoria de la conquista debe ser reparada a través del perdón de la violencia y el exterminio de los pueblos originarios. Es una buena iniciativa, que resalta el papel de la memoria y de la historia, de cómo abordamos el pasado para construir presente y futuro, pero que ha despertado los odios más ancestrales y la soberbia más casposa.
Más allá de las opiniones y tergiversaciones, la historia está allí, para el que quiera leerla, y está escrita hace siglos, con documentos y hechos innegables. Baste mencionar el nombre de Fray Bartolomé de Las Casas y su lucha por los derechos de los indígenas y la abolición de la Encomienda. Quien de verdad quiera saber, que lea su obra Breve relato de la destrucción de las Indias, escrito por el propio fraile a mediados del Siglo XVI, donde se relatan las atrocidades cometidas por los colonizadores en contra de los pueblos indígenas.
Legado inquisitorial
No está de más recordar que, en esa época y hasta mucho después, en Europa se freía en aceite a los herejes, se hacían cacerías de brujas y las quemaban vivas o practicaban todo tipo de torturas refinadas a manos del Tribunal del Santo Oficio, todo lo cual, cómo no, fue también exportado a América. Es verdad que algunos pueblos indígenas realizaban ofrendas a los dioses y en algunos casos sacrificios humanos, pero era una práctica que no se extendía a todos los pueblos americanos, ni mucho menos, como tampoco el canibalismo. En cambio, la tortura hasta la muerte de quienes se desviaban del camino trazado por el Rey o la Iglesia era una práctica extendida en toda Europa y que también dejamos a los americanos como “legado”. Para quien le interese, le recomiendo el libro de Francisco Tomás y Valiente titulado La tortura judicial en España. O si alguien prefiere un clásico de toda la vida, De los delitos y las penas de Cesare Beccaria.
Otro aspecto interesante y que se suele omitir, hablando de civilizados, es que en América existían en ese entonces tres grandes imperios, Azteca, Maya e Inca (estos que Aznar no acaba de ubicar ni territorial ni étnicamente), todos con ciudades de cientos de miles de habitantes. Tenochtitlán, por ejemplo, fundada en 1325, llegó a contar con 200.000 habitantes y estaba construida en medio del lago Texcoco, algo que incluso hoy sería una obra de ingeniería compleja de igualar; de Tikal en la actual Guatemala o Machu Pichu en Perú, respectivamente. Ello, por no hablar de las pirámides, del calendario solar y lunar y un largo etcétera. Mientras tanto, en pleno Siglo XVII, la Iglesia católica obligaba a Galileo Galillei a retractarse de su herejía al afirmar que la Tierra giraba alrededor del Sol.
Derecha, ultraderecha e historia
La verdad es que me alegro del interés que han demostrado la derecha y la ultraderecha por la historia. Y vaya que ha despertado pasiones. Tal parece que la historia no les importa hasta que se comienza a cuestionar el discurso oficial en el que han querido siempre creer contra toda evidencia empírica.
Lo mismo sucede con la Memoria Histórica. Para ellos de la Guerra Civil y de la dictadura franquista no hay que hablar, hay que dejar las cosas como están y mirar hacia adelante, para que así prevalezcan las mentiras del régimen que siempre han contado y en las que siempre han querido creer. Y fíjense cómo les importa la historia que en cuanto han podido han repuesto el callejero franquista devolviendo el nombre de Millán Astray a la calle Maestra Justa Freire.
Como todo período histórico y como la vida misma, siempre hay luces y sombras, nada es blanco o negro como la estrecha mente de la derecha que hoy nos quiere hacer creer. Claro que hubo cultura y que quedó un idioma y unas costumbres, pero ello no quita todas las atrocidades cometidas que yo mismo, como español, no tengo inconveniente alguno en reconocer. Y ello en la esperanza de que estos gestos sirvan para que hoy los pueblos indígenas de América tengan un mayor respeto de sus derechos a su cultura, su lengua, sus tradiciones, su propia forma de vida, su territorio y su derecho ancestral.
Lo he dicho muchas veces y lo reitero ahora: de los pueblos indígenas tenemos mucho que aprender, de su cosmovisión y su interacción en armonía con la naturaleza. Ellos son los mayores soportes de aquélla. Nosotros, los occidentales, los civilizados y civilizadores, estamos llevando el planeta al desastre ecológico al devastar sus recursos naturales sin control. Lo demás es supremacismo y en él radica el peligro de sentir orgullo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario