La filosofía nunca ha estado de moda, es decir, no es mediática, no lo fue; si es fiel a su papel en la sociedad, sería más bien incómoda.
Abdiel Rodríguez Reyes / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Allí nos narró cómo vivimos en una caverna, donde estamos encerrados y acostumbrados a solo ver las sombras de “objetos fabricados” (VII-515c) y no la realidad. Cuando salimos de ella, chocamos con la luz del sol hasta hacernos ver centellas. De tajo no podríamos contemplar “las cosas de arriba” (VII-516a), nos tocaría acostumbrarnos poco a poco a ver la realidad en toda su complejidad. Ese es el trabajo de la filosofía y en consecuencia “lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello” (VII-517 c).
Sobre su importancia
Cuando nos preguntamos sobre la importancia de la filosofía, nos percatamos de que, hacerse esa pregunta es un recurso retórico. Cuando lanzamos la pregunta ya sabemos la respuesta por lo menos etimológica, la usamos como excusa para ahondar en la cuestión: la filosofía sí es importante, ahora la pregunta es, ¿para qué? Y la respuesta es fácil enunciarla: para pensar. Eso nos lleva a explicitar esa actividad. Oscar de la Borbolla escribió un libro titulado “La rebeldía de pensar” (FCE,2020), aquí reflexiona al respecto; nos dice, pensar:
“es descubrir en cada camino una multitud de sentidos y en cada sentido una multitud de caminos. Para quien piensa hay muchas metas y muchas maneras de alcanzarla y por ello, el que piensa relativiza, duda, y el que no piensa se vuelve dogmático. Pensar no es tranquilizador: provoca duda, incertidumbre y a veces, inclusive zozobra” (p.14).
Si no piensas, estás en una zona de confort unidimensional como diría Herbert Marcuse y en lugar de la zozobra, la conformidad es la norma. Esa es la cuestión con respecto al pensar, hay suficientes razones para dudar de todo, del orden vigente, del régimen alimentario o de cualquier otro tema de vital importancia para el desarrollo de nuestras vidas en el planeta. Entonces, esta incertidumbre ante la hecatombe nos invita pensar en la multitud de caminos que albergan la esperanza de un mundo mejor.
No hay duda de que hemos pensado, no dudamos de la existencia de filósofos y filósofas y filosofías. ¿Cuáles son los aportes de estas al impulso de la humanidad en su conjunto? Creo que la filosofía como el trabajo de pensar siempre tiene como objetivos mínimos indagar, dudar, organizar. Solo pensemos un poco en el trabajo de Aristóteles (por ejemplo, cuando analiza varias constituciones o clasifica las plantas); pensemos un poco en los núcleos problemáticos, en los mitos, en las narrativas de nuestros pueblos aurorales, las cuales nos ayudan a comprender la riqueza del mundo; pensemos en un trabajo como “La enciclopedia”. O, más reciente aún, en las discusiones en el Instituto del Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford, dirigido por Nick Bjostron (véase el sugerente enlace fhi.ox.ac.uk), sobre la inteligencia artificial, el mejoramiento de la humanidad o el “riesgo existencial”. En conclusión, el aporte de la filosofía reside en indagar, dudar y organizar el conocimiento.
La filosofía nunca ha estado de moda, es decir, no es mediática, no lo fue; si es fiel a su papel en la sociedad, sería más bien incómoda. A Sócrates lo mataron, a Enrique Dussel le hicieron un atentado de bomba y a pesar de los chistes de Slavoj Zizek, la filosofía no busca conciliar con el orden vigente, sino mover los cimientos de lo políticamente correcto y, en ese sentido, irrita; quizá por eso no sea mediáticamente relevante, pero en el fondo nadie con sano juicio dudaría de su pertinencia.
De hecho, hemos contado con filósofos notables como Ricardo Arias Calderón o Ricaurte Soler, quienes desde las antípodas ideológicas incidieron en el debate nacional en la segunda mitad del siglo XX. El primero llegó hasta la vicepresidencia de la República y el segundo tiene su sitial como uno de los principales teóricos de la nacionalidad.
Según la pertinencia de su lugar en la sociedad, en España se está dando un debate, quieren eliminar a la filosofía de la Educación Secundaria Obligatoria. Ciertamente no conozco cuál sea la cantidad de horas necesarias para la filosofía en el sistema educativo, lo curioso es el criterio para asignar mayor importancia a algunas asignaturas de las ciencias nomotéticas y en tecnológicas, en detrimento de las ciencias ideográficas y en particular a la filosofía restarle.
Si comparamos los programas de estudio, veremos la reducción. En la actualidad se dictan dos horas semanales de filosofía, mientras en la de 1980. Sin embargo, la cantidad de bachilleratos que fueron apareciendo en los últimos años, arrinconaron aún más a la filosofía. La mayoría están enfocados en lo industrial, comercial y turístico en menor medida, lo cual es entendible, lo preocupante es la desproporción, eso nos invita a preguntarnos qué tipo de sujetos queremos.
Sobre sus retos
Ahora la pregunta es, ¿qué hacer? En Panamá tenemos mucho por bregar con respecto a la gestión de la filosofía: con toda razón, el filósofo español Gustavo Bueno dijo que la filosofía rebasaba cualquier gremio. Sin embargo, es necesario organizarse para no perecer en la formalidad de la educación, dado que, si bien es impensable una educación sin filosofía, no dudamos de la impericia de nuestros funcionarios para eliminarla. La profesora de la Universidad de Chicago Martha C. Nussbaum nos habló sobre la necesidad de las humanidades para las democracias en su obra “Sin fines de lucro” (Katz, 2010).
Lo que está en juego en la formalidad de la educación es la reducción de la filosofía. Los caminos que corren a la sombra de la ignornacia son diversos. Uno es el de la orientación técnica y crematística de la educación en su conjunto; otro, el de la disminución de horas en los programas, y otros son aún más sinuosos, como el de elimnar la obligatoriedad de la materia en el sistema, el de proceder al cambio de nomenclatura, o cualquier otro que lleve a megüar explícitamente la filosofía en los planes y programas en el sistema educativo panameño.
En ese tenor, urge crear una asociación panameña de filosofía, como las existente en nuestros países vecinos. En Costa Rica, la Asociación Costarricense de Filosofía (Acofi), o en Colombia la Sociedad Filosófica Colombiana (SFC), proporcionan espacios externos a las universidades, con mayor dinamismo.
Es necesario, también, contar con un supervisor nacional de filosofía en el Ministerio de Educación, que vele por los espacios formales de la matewria en el sistema educativo, y sirva de enlace con los profesores de todos los colegios para su educación continua. Espacios como estos, aunados con la Universidad, tendrían que retomar los esfuerzos de un congreso nacional donde se discutan tanto los problemas domésticos de la asignatura como las grandes problemáticas que la realidad nos impone, donde reside la importancia de la filosofía y sus retos.
El autor es Profesor de Filosofía en la Universidad de Panamá
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