Se inicia una nueva etapa en el gobierno de Alberto y Cristina con renovado apoyo popular, su mejor garantía de éxito. No siempre el triunfo es estímulo para mayores desafíos, a veces se diluye en envanecimiento. En cambio, este “perder ganando”, se insinúa con efecto de garantido compromiso.
Carlos María
Romero Sosa / Para Con Nuestra América
Desde
Buenos Aires, Argentina
Canta Gardel en el tango “Amores de estudiante” aquello de “Hoy un juramento, mañana una traición”. Pero
nadie tiene el voto atado y el último domingo algunos pusieron entre paréntesis
el propio recuerdo o la memoria familiar de otros tiempos más felices, dicho
así para no caer en la aristocratizante ironía de Leopoldo Lugones proferida en
1916 cuando involucionaba del socialismo al autoritarismo prefascista: “Espero que el pueblo, con su acostumbrada
generosidad, me lleve un día a la cárcel”. Al cabo la emigración fue menor
que la vaticinada con optimismo gorila, desde el redil peronista hacia expresiones
del neoliberalismo; justamente allí donde no han de hallar soluciones a sus dramas
los sumergidos y los apremiados por los flagelos de la inflación, el trabajo en
negro y la inseguridad. El desgobierno clasista
al revés de Macri es buena enseñanza de ello.
Sin embargo admitamos causas y no solo ajenas para este resultado de “perder ganando”, según el
sofisma de la legisladora oficialista electa señora Victoria Tolosa Paz. Por una parte que existió y existe la insidiosa
propaganda de los medios concentrados dirigida a desestabilizar al gobierno del
doctor Fernández desde su inicio y algo exacerbada, a nivel de periodismo militante
o peor aún de periodismo gurka, durante la campaña electoral. Aunque igualmente es ingenuo desconocer el
hecho cierto que por lo que fuere, en especial la pandemia que cayó sobre el
orbe todo como un regalo del infierno, buena parte del programa original del
Frente de Todos, no se pudo cumplir en plenitud.
En su momento dio para la crítica constructiva la frustración ante
la anunciada y traspapelada nacionalización
del gigante agroexportador Vicentin. O que
el presidente Fernández decidiera por decreto el aumento a los jubilados,
eternos perdedores. También cierta desatención a los sectores medios en gran
proporción votantes independientes. (Llegó a decir un demasiado joven e insolente
ex Jefe de Gabinete, algo así como que “no
vinimos para aumentar las jubilaciones de los que cobran 80000 pesos”, o sea las de montos medianos a las que pudieron
acceder aquellos que trabajaron por lo menos treinta años y aportaron lo
correspondiente para recibir en justicia eso o más de hacer bien el cálculo el
ANSES.) Además computemos en el debe que no se tomara demasiado en serio la
inseguridad designando como ministra nacional del área a una antropóloga cuyo
currículum daba para ser directora del Museo Etnográfico Juan Bautista
Ambrosetti y que vinculado con el trasnochado garantismo de horizonte abolicionista
“progre”, se liberaran presos comunes durante la cuarentena, a tono con la
cantinela zaffaroniana de trasmutar a los victimarios en víctimas. Sin olvidar
corruptelas o más que eso capaces de enturbiar la correcta administración oficial
del Covid 19 que ha permitido la doble vacunación de gran parte de la población
con la notoria baja de contagios y muertes.
Marcadas estas objeciones, convengamos que otras cosas se hicieron de manera correcta pese
a la carga agobiante de la deuda al FMI con que el gobierno de Macri hipotecó a
varias generaciones de argentinos. Mientras la reacción bate el parche con la
reforma laboral, habrá que preguntarse qué desocupación se tendría hoy sin la
intervención del Poder Ejecutivo que abonó la mitad de los salarios durante
buena parte de la cuarentena. Y cuál sería su número de no seguir vigente la
doble indemnización por despido.
Tal vez la campaña electoral del oficialismo no hizo hincapié en
ello y el rechazo manifestado a esa reforma laboral por parte de sus voceros habrá parecido a muchos, más un salida
para tranquilizar a los “gordos” de
Es cierto que resulta inquietante el éxodo del policlasista y
contradictorio movimiento peronista, ideológicamente más cohesionado en la
visión kirchnerista. Y que haya nutrido al partido de Macri, de Patricia
Bullrich, y ahora del judas Pichetto el profeta de la mano dura con los
mapuches y el abanderado contra el “pobrismo” en su teatral fanatismo de
converso, en vez por ejemplo de volcarse a las expresiones de la izquierda
radical con sus simpáticas irrealidades, algo que sin embargo hubiera sido hasta
más lógico si de frustración se trataba. Fácil será apelar solamente a la
antedicha influencia idiotizante de los medios concentrados, que por supuesto
existió, para entenderlo. Arturo Jauretche disparaba en su hora dardos contra
la “tilinguería” del “medio pelo”, es decir los sectores de la clase media con
ínfulas de “gente bien”. Todo cambia y no para mejorar a veces. Sin demagogia
cabe reconocer que tal “tilinguería” se viene generalizando y perfora la clase
media. Un dato: el ultraderechista Milei ha
triunfado en barriadas humildes de la ciudad de Buenos Aires con su
partido que remeda lo peor de Bolsonaro,
Trump y Vox y llevó como segunda candidata en la lista de legisladores a una asidua
defensora de los militares genocidas de la dictadura. ¡Cuánta libertad prometen!
En
el sin final abierto de esta historia, el multitudinario acto del miércoles 17
de noviembre, Día de
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