Hoy sabemos que el capitalismo no tiene límites. Ni siquiera las revoluciones han podido erradicar este sistema ya que, una y otra vez, en el seno de las sociedades posrevolucionarias se expanden relaciones sociales capitalistas y desde dentro del Estado resurge la clase burguesa encargada de hacerlas prosperar.
Raúl Zibechi /LA JORNADA
leyesque harían inevitable su (auto) destrucción. Esas leyes son inmanentes al sistema y se relacionan con aspectos centrales del funcionamiento de la economía, como la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, analizada por Marx en El capital.
Esta tesis dio pie a que algunos intelectuales hablaran del derrumbe
del
sistema, siempre como consecuencia de sus propias contradicciones.
Más recientemente, no pocos pensadores sostienen que el
capitalismo tiene límites ambientales
que lo llevarían a destruirse
o por lo menos a cambiar sus aspectos más depredadores, cuando en realidad lo
que tiene límites es la propia vida en el planeta y, muy en particular, la de
la mitad pobre y humillada de su población.
Hoy sabemos que el capitalismo no tiene límites. Ni siquiera las
revoluciones han podido erradicar este sistema ya que, una y otra vez, en el
seno de las sociedades posrevolucionarias se expanden relaciones sociales
capitalistas y desde dentro del Estado resurge la clase burguesa encargada de
hacerlas prosperar.
La expropiación de los medios de producción y de cambio fue, y
seguirá siendo, un paso central para destruir el sistema, pero, a más de un
siglo de la revolución rusa, sabemos que es insuficiente, si no existe un
control comunitario de esos medios y del poder político encargado de
gestionarlos.
También sabemos que la acción colectiva organizada (lucha de
clases, de géneros y de colores de piel, contra las opresiones y los opresores)
es decisiva para destruir el sistema, pero esta formulación también resulta
parcial e insuficiente, aunque verdadera.
La actualización del pensamiento sobre el fin del capitalismo, no
puede sino ir de la mano de las resistencias y construcciones de los pueblos,
de modo muy particular de zapatistas y kurdos de Rojava, de los pueblos
originarios de diversos territorios de nuestra América, pero también de los
pueblos negros y campesinos, y en algunos casos de lo que hacemos en las
periferias urbanas.
Algunos puntos parecen centrales para superar este desafío.
El primero es que el capitalismo es un sistema global, que abarca
todo el planeta y debe expandirse permanentemente para no colapsar. Como nos
enseña Fernand Braudel, la escala fue importante en la implantación del
capitalismo, de ahí la importancia de la conquista de América, ya que le
permitió, a un sistema embrionario, desplegar sus alas.
Las luchas y resistencias locales son importantes, pueden incluso
doblegar al capitalismo a esa escala, pero para acabar con el sistema es
imprescindible la alianza/coordinación con movimientos en todos los
continentes. De ahí la tremenda importancia de la Gira por la Vida que estos
días realiza el EZLN en Europa.
El segundo es que no se destruye el sistema de una vez para
siempre, como debatimos durante el seminario El pensamiento crítico frente a la Hidra capitalista,
en mayo de 2015. Pero aquí hay un aspecto que nos desafía profundamente: sólo
la lucha constante y permanente, puede asfixiar el capitalismo. No se lo corta
de un tajo, como las cabezas de la Hidra, sino de otro modo.
En rigor, debemos decir que no sabemos exactamente cómo terminar
con el capitalismo, porque nunca se ha logrado. Pero vamos intuyendo que las
condiciones para su continuidad y/o resurgimiento deben acotarse, someterse a
control estricto, no por un partido o un Estado, sino por las comunidades y
pueblos organizados.
El tercer punto es que no se puede derrotar el capitalismo si a la
vez no se construye otro mundo, otras relaciones sociales. Ese mundo otro o
nuevo, no es un lugar de llegada, sino un modo de vivir que en su cotidianidad
impide la continuidad del capitalismo. Las formas de vida, las relaciones
sociales, los espacios que seamos capaces de crear, deben existir de tal modo
que estén en lucha permanente contra el capitalismo.
El cuarto es que, mientras exista Estado, habrá chance de que el
capitalismo vuelva a expandirse. En contra de lo que pregona cierto
pensamiento, digamos progresista o de izquierda, el Estado no es una
herramienta neutra. Los poderes de abajo, que son poderes no estatales y autónomos,
nacen y existen para evitar que se expandan las relaciones capitalistas. Son,
por tanto, poderes por y para la lucha anticapitalista.
Finalmente, el mundo nuevo posterior al capitalismo no es un lugar
de llegada, no es un paraíso donde se practica el buen vivir
, sino
un espacio de lucha en el que, probablemente, los pueblos, las mujeres, las
disidencias y las personas de abajo en general, estaremos en mejores
condiciones para seguir construyendo mundos diversos y heterogéneos.
Creo que si dejamos de luchar y de construir lo nuevo, el
capitalismo renace, incluso en el mundo otro. El relato del Viejo Antonio que
dice que la lucha es como un círculo, que empieza un día pero nunca termina,
tiene enorme actualidad.
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