La Amazonia peruana ocupa más de la mitad del territorio nacional y es ubérrima en biodiversidad, recursos hídricos y forestales, hidrocarburos y minerales. Al defenderla de la codicia del capital los nativos prestan un servicio invaluable a Perú y a la humanidad.
Ángel Guerra Cabrera / LA JORNADA¿No era el APRA el que se proclamaba adalid de Indoamérica? Al menos, el vocablo y su sustentación, no del todo cuestionables, fueron autoría de su célebre fundador. Pues hete aquí que el gobierno aprista de Lima ha arremetido manu militari contra los pueblos indios de la Amazonia y provocado una matanza atroz de nativos y policías.
Los indígenas reclaman el derecho a la autodeterminación, a sus territorios ancestrales y a ser consultados sobre el uso de los recursos naturales que albergan, a defender el medio ambiente y al reconocimiento de su identidad, demandas consagradas en el derecho internacional y plasmadas en las nuevas constituciones de Bolivia, Ecuador y Venezuela. La Amazonia peruana ocupa más de la mitad del territorio nacional y es ubérrima en biodiversidad, recursos hídricos y forestales, hidrocarburos y minerales. Al defenderla de la codicia del capital los nativos prestan un servicio invaluable a Perú y a la humanidad.
Los 56 pueblos amazónicos peruanos poseen una depurada cultura forjada en milenios de relación con la selva tropical. De ella surgió su eficaz estrategia de supervivencia apoyada en la horticultura, la caza, la pesca y la recolección. Su sofisticado e insustituible conocimiento de la flora y la fauna constituye un referente obligado de cualquier proyecto de desarrollo en la Amazonia. No se oponen al progreso, pero sí a que en nombre de éste se les prive de sus derechos y se agreda a la naturaleza, puesto que lo conceptúan desde una perspectiva solidaria, antagónica a la “occidental”, avariciosa y racista de la oligarquía limeña. Como muchos otros pueblos indígenas rechazan la propiedad privada de la tierra y batallan por no ser sacrificados al dios mercado, más voraz aún por la monumental crisis capitalista.
Los pueblos awajum y wampis, predominantes en Bagua, donde el gobierno lanzó el ataque, son indomables y no pudieron ser reducidos por la Conquista ni por los gamonales caucheros de la república colonialista. Junto con los demás pueblos de la selva enfrentan una coalición de intereses imperialistas cuyos operadores locales son de una ceguera política inaudita. Cómo será, que el neoliberal diario El Comercio, vocero del proyecto de entregar la Amazonia al capital trasnacional, se vio forzado a acusar al presidente Alan García y al Congreso de no propiciar el diálogo con los nativos. El gobierno culpa a Bolivia y Venezuela del conflicto como si los indígenas no fueran capaces de concebir y defender un proyecto de vida propio.
Los pueblos amazónicos en su resistencia han creado complejas formas organizativas muy democráticas y desarrollado un liderazgo con sólidas convicciones, inspiradas en el conocimiento ancestral, pero también en una formación política contemporánea. Este esfuerzo marcó un hito hace tres décadas con la fundación de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep), que ha demostrado capacidad de sostener prolongadas jornadas de lucha, espíritu de diálogo con el gobierno y prudencia, pero también gran determinación.
Cuando el Ejecutivo emitió en 2008 decretos que abrían las puertas a la explotación petrolera y depredación salvaje de la selva por las trasnacionales, la Aidesep convocó protestas durante agosto y septiembre, que obligaron al Congreso a derogar uno de ellos y comprometerse a revisar dos más. Pero pasaron los meses y ni el Legislativo ni el Ejecutivo mostraron el menor interés en solucionar el conflicto. El primer ministro dialogaba con la dirigencia indígena, pero desde posiciones intransigentes. Al ver que tampoco el Parlamento cumplía su compromiso, los indígenas decretaron el 9 de abril de ese año un paro en la selva que continuaba el 6 de junio cuando la multitud que mantenía cortada la carretera transamazónica fue agredida por un gran contingente policial apoyado por helicópteros. Asesinados aproximadamente 25 de sus filas, los nativos ripostaron con los medios a su alcance, ocasionando dos decenas de muertos a los agentes.
Un misionero jesuita que convivió con los awajum y wampis escribió: “son siempre pacíficos y buenos amigos cuando se les respeta y no se abusa de ellos y ante la menor injusticia y abuso… se rebelan enseguida…” Así lo confirman numerosas crónicas ignoradas por García y su gabinete, cuya renuncia por este crimen exigen decenas de organizaciones de Perú que han llamado a una Jornada Nacional de Protesta.
Los 56 pueblos amazónicos peruanos poseen una depurada cultura forjada en milenios de relación con la selva tropical. De ella surgió su eficaz estrategia de supervivencia apoyada en la horticultura, la caza, la pesca y la recolección. Su sofisticado e insustituible conocimiento de la flora y la fauna constituye un referente obligado de cualquier proyecto de desarrollo en la Amazonia. No se oponen al progreso, pero sí a que en nombre de éste se les prive de sus derechos y se agreda a la naturaleza, puesto que lo conceptúan desde una perspectiva solidaria, antagónica a la “occidental”, avariciosa y racista de la oligarquía limeña. Como muchos otros pueblos indígenas rechazan la propiedad privada de la tierra y batallan por no ser sacrificados al dios mercado, más voraz aún por la monumental crisis capitalista.
Los pueblos awajum y wampis, predominantes en Bagua, donde el gobierno lanzó el ataque, son indomables y no pudieron ser reducidos por la Conquista ni por los gamonales caucheros de la república colonialista. Junto con los demás pueblos de la selva enfrentan una coalición de intereses imperialistas cuyos operadores locales son de una ceguera política inaudita. Cómo será, que el neoliberal diario El Comercio, vocero del proyecto de entregar la Amazonia al capital trasnacional, se vio forzado a acusar al presidente Alan García y al Congreso de no propiciar el diálogo con los nativos. El gobierno culpa a Bolivia y Venezuela del conflicto como si los indígenas no fueran capaces de concebir y defender un proyecto de vida propio.
Los pueblos amazónicos en su resistencia han creado complejas formas organizativas muy democráticas y desarrollado un liderazgo con sólidas convicciones, inspiradas en el conocimiento ancestral, pero también en una formación política contemporánea. Este esfuerzo marcó un hito hace tres décadas con la fundación de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep), que ha demostrado capacidad de sostener prolongadas jornadas de lucha, espíritu de diálogo con el gobierno y prudencia, pero también gran determinación.
Cuando el Ejecutivo emitió en 2008 decretos que abrían las puertas a la explotación petrolera y depredación salvaje de la selva por las trasnacionales, la Aidesep convocó protestas durante agosto y septiembre, que obligaron al Congreso a derogar uno de ellos y comprometerse a revisar dos más. Pero pasaron los meses y ni el Legislativo ni el Ejecutivo mostraron el menor interés en solucionar el conflicto. El primer ministro dialogaba con la dirigencia indígena, pero desde posiciones intransigentes. Al ver que tampoco el Parlamento cumplía su compromiso, los indígenas decretaron el 9 de abril de ese año un paro en la selva que continuaba el 6 de junio cuando la multitud que mantenía cortada la carretera transamazónica fue agredida por un gran contingente policial apoyado por helicópteros. Asesinados aproximadamente 25 de sus filas, los nativos ripostaron con los medios a su alcance, ocasionando dos decenas de muertos a los agentes.
Un misionero jesuita que convivió con los awajum y wampis escribió: “son siempre pacíficos y buenos amigos cuando se les respeta y no se abusa de ellos y ante la menor injusticia y abuso… se rebelan enseguida…” Así lo confirman numerosas crónicas ignoradas por García y su gabinete, cuya renuncia por este crimen exigen decenas de organizaciones de Perú que han llamado a una Jornada Nacional de Protesta.
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