Dignidad y ejercicio de la voluntad soberana se presentan ahora como la fórmula que resume los rasgos esenciales de la nueva diplomacia de nuestra América, especialmente la que se construye desde la ALBA: de fuerte acento bolivariano, latinoamericanista, antiimperialista y que, por lo tanto, aparece como disonante frente al concierto monocorde de las voces que defienden la hegemonía estadounidense.
El bloque de países de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), junto a Brasil, desempeñan un papel de primer orden en la actual coyuntura política de la región.
Así quedó demostrado, primero, en la Cumbre del Grupo de Río en Salvador de Bahía, en diciembre de 2008, cuando este organismo latinoamericano aceptó por unanimidad la incorporación de Cuba como miembro pleno, y más recientemente, en las dos reuniones celebradas en el marco de la OEA en los últimos meses (Puerto España y San Pedro Sula), que culminaron con la derogatoria del decreto que expulsó del sistema interamericano al gobierno revolucionario de la isla, en 1962.
Por mucho que le pese a los agentes del imperialismo y el divisionismo de nuestra América –los de adentro y los de afuera-, y aunque la derogatoria del decreto no pase de ser más que un gesto de desagravio hacia Cuba, que no tiene intenciones de volver al ministerio de colonias (como certeramente definió Raúl Roa a la OEA) desde el cual fue agredida por más de 40 años, es claro que estos encuentros se han convertido en el escenario de prueba y victoria de los pueblos latinoamericanos, frente a las tendencias históricas de dominación que han imperado en las relaciones entre los EE.UU. y el continente.
La ejemplar resistencia y rebeldía de los representantes de Argentina, Brasil, Honduras, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Venezuela y los estados del Caribe en las maratónicas “sesiones de trabajo” en San Pedro Sula, que se extendieron hasta altas horas de la madrugada (con el claro propósito de quebrar voluntades); el abandono de la sesión de clausura por parte de la Secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton (quien acusó “compromisos de agenda”), y la expresión parca y contrita del rostro del Subsecretario de Asuntos Hemisféricos, Thomas Shannon, cuando se dirigió a los presentes en este foro, son hechos inequívocos que señalan el ocaso –por el momento- de la política norteamericana de garrote y zanahoria para América Latina.
Dignidad y ejercicio de la voluntad soberana se presentan ahora como la fórmula que resume los rasgos esenciales de la nueva diplomacia de nuestra América, especialmente la que se construye desde la ALBA: de fuerte acento bolivariano, latinoamericanista, antiimperialista y que, por lo tanto, aparece como disonante frente al concierto monocorde de las voces que defienden la hegemonía estadounidense, y a través de esta, sus propios intereses y negocios (como lo hacen los intelectuales neoliberales de Vargas Llosa & asociados).
La visión y persistencia cubano-venezolana en la idea de la unidad latinoamericana, manifiesta desde el 2004 en el Acuerdo de Aplicación de la ALBA firmado en La Habana, ha permitido avanzar en el diseño y consolidación de una integración multidimensional de los Estados y los pueblos de América Latina.
Hoy, el espíritu martiano-bolivariano que anima a la ALBA se concreta en la participación de más de una veintena de países, entre miembros plenos (el más reciente será Ecuador, que se incorporará en los próximos días) y socios, en iniciativas como el Banco del Sur, la propuesta de creación del SUCRE como sistema de compensación del intercambio comercial regional, Telesur, Petrocaribe y otros acuerdos de integración energética, así como las misiones culturales, educativas y sociales. Estos esfuerzos configuran una nueva lógica que desafía al economicismo elitista y desintegrador que inspiró otros empeños de asociación, sobre todo bajo el dominio neoliberal de las décadas de 1980 y 1990.
Por su parte, la diplomacia brasileña, con objetivos que apuntan más a la consolidación de su hegemonía en América del Sur –el proyecto histórico de las élites militares y la burguesía industrial-, también cumple una función clave en la conformación de esta nueva arquitectura regional. De modo particular, las gestiones del presidente Lula han permitido atemperar los ánimos en la relación entre EE.UU. y Bolivia y Venezuela, por ejemplo, con lo que se ha creado un clima de diálogo –no exento de suspicacias- entre el Norte y el Sur de nuestra América.
Ahora bien, todavía es mucho lo que queda por hacer para consolidar las estructuras que garanticen la sostenibilidad de los principios latinoamericanistas de esta nueva diplomacia y su ánimo integracionista; asimismo, se requiere creatividad y un vigoroso impulso de los gobiernos para forjar un organismo alternativo, democrático y representativo de la voluntad de los pueblos, que sustituya definitivamente a la OEA (por mucho que esto le pese a José Miguel Insulza).
En el contexto de un mundo multipolar es cada vez más evidente la necesidad –pero ante todo la posibilidad real- de construir nuevos esquemas de conducción de las relaciones internacionales. Nuestros pueblos deben recordar, en esta hora determinante, lo que dijera José Martí en un memorable texto sobre Simón Bolívar: “lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy; porque Bolívar tiene qué hacer en América todavía”.
El tiempo apremia y la derecha –racista, conservadora, furiosamente antidemocrática, imperialista y magnicida- no se quedará de brazos cruzados.
Así quedó demostrado, primero, en la Cumbre del Grupo de Río en Salvador de Bahía, en diciembre de 2008, cuando este organismo latinoamericano aceptó por unanimidad la incorporación de Cuba como miembro pleno, y más recientemente, en las dos reuniones celebradas en el marco de la OEA en los últimos meses (Puerto España y San Pedro Sula), que culminaron con la derogatoria del decreto que expulsó del sistema interamericano al gobierno revolucionario de la isla, en 1962.
Por mucho que le pese a los agentes del imperialismo y el divisionismo de nuestra América –los de adentro y los de afuera-, y aunque la derogatoria del decreto no pase de ser más que un gesto de desagravio hacia Cuba, que no tiene intenciones de volver al ministerio de colonias (como certeramente definió Raúl Roa a la OEA) desde el cual fue agredida por más de 40 años, es claro que estos encuentros se han convertido en el escenario de prueba y victoria de los pueblos latinoamericanos, frente a las tendencias históricas de dominación que han imperado en las relaciones entre los EE.UU. y el continente.
La ejemplar resistencia y rebeldía de los representantes de Argentina, Brasil, Honduras, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Venezuela y los estados del Caribe en las maratónicas “sesiones de trabajo” en San Pedro Sula, que se extendieron hasta altas horas de la madrugada (con el claro propósito de quebrar voluntades); el abandono de la sesión de clausura por parte de la Secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton (quien acusó “compromisos de agenda”), y la expresión parca y contrita del rostro del Subsecretario de Asuntos Hemisféricos, Thomas Shannon, cuando se dirigió a los presentes en este foro, son hechos inequívocos que señalan el ocaso –por el momento- de la política norteamericana de garrote y zanahoria para América Latina.
Dignidad y ejercicio de la voluntad soberana se presentan ahora como la fórmula que resume los rasgos esenciales de la nueva diplomacia de nuestra América, especialmente la que se construye desde la ALBA: de fuerte acento bolivariano, latinoamericanista, antiimperialista y que, por lo tanto, aparece como disonante frente al concierto monocorde de las voces que defienden la hegemonía estadounidense, y a través de esta, sus propios intereses y negocios (como lo hacen los intelectuales neoliberales de Vargas Llosa & asociados).
La visión y persistencia cubano-venezolana en la idea de la unidad latinoamericana, manifiesta desde el 2004 en el Acuerdo de Aplicación de la ALBA firmado en La Habana, ha permitido avanzar en el diseño y consolidación de una integración multidimensional de los Estados y los pueblos de América Latina.
Hoy, el espíritu martiano-bolivariano que anima a la ALBA se concreta en la participación de más de una veintena de países, entre miembros plenos (el más reciente será Ecuador, que se incorporará en los próximos días) y socios, en iniciativas como el Banco del Sur, la propuesta de creación del SUCRE como sistema de compensación del intercambio comercial regional, Telesur, Petrocaribe y otros acuerdos de integración energética, así como las misiones culturales, educativas y sociales. Estos esfuerzos configuran una nueva lógica que desafía al economicismo elitista y desintegrador que inspiró otros empeños de asociación, sobre todo bajo el dominio neoliberal de las décadas de 1980 y 1990.
Por su parte, la diplomacia brasileña, con objetivos que apuntan más a la consolidación de su hegemonía en América del Sur –el proyecto histórico de las élites militares y la burguesía industrial-, también cumple una función clave en la conformación de esta nueva arquitectura regional. De modo particular, las gestiones del presidente Lula han permitido atemperar los ánimos en la relación entre EE.UU. y Bolivia y Venezuela, por ejemplo, con lo que se ha creado un clima de diálogo –no exento de suspicacias- entre el Norte y el Sur de nuestra América.
Ahora bien, todavía es mucho lo que queda por hacer para consolidar las estructuras que garanticen la sostenibilidad de los principios latinoamericanistas de esta nueva diplomacia y su ánimo integracionista; asimismo, se requiere creatividad y un vigoroso impulso de los gobiernos para forjar un organismo alternativo, democrático y representativo de la voluntad de los pueblos, que sustituya definitivamente a la OEA (por mucho que esto le pese a José Miguel Insulza).
En el contexto de un mundo multipolar es cada vez más evidente la necesidad –pero ante todo la posibilidad real- de construir nuevos esquemas de conducción de las relaciones internacionales. Nuestros pueblos deben recordar, en esta hora determinante, lo que dijera José Martí en un memorable texto sobre Simón Bolívar: “lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy; porque Bolívar tiene qué hacer en América todavía”.
El tiempo apremia y la derecha –racista, conservadora, furiosamente antidemocrática, imperialista y magnicida- no se quedará de brazos cruzados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario