En las nuevas condiciones globales, la vocación de puente que tiene Centroamérica ha resucitado, ha tomado vuelo, y no precisamente por razones de las cuales los centroamericanos deban alegrarse. Mencionaremos dos, a manera de ejemplo, que en la actualidad signan la realidad centroamericana: las migraciones y el narcotráfico.
A través de su historia, Centroamérica ha jugado tanto el papel de puente como de istmo. Puente de flora, fauna y culturas entres las dos masas continentales del Norte y del Sur. A partir de la llegada de los europeos a nuestras tierras en el siglo XV y XVI, se privilegió su condición de istmo, es decir, de lengua de tierra que separa los dos océanos más grandes de la Tierra: el Océano Pacífico y el Océano Atlántico, que aquí toma el nombre de Mar Caribe.
Poca utilidad le encontró el Imperio Español, volcado hacia afuera, es decir, a drenar las riquezas naturales hacia la metrópoli, a la posibilidad que ofrecían estas tierras para comunicar el Norte y el Sur. Le obsesionó sí, desde el principio, la eventualidad de encontrar un paso que comunicara los dos océanos para evitarse el viaje hasta el Cabo de Hornos, que entonces duraba más de dos meses y era altamente riesgoso. Esa condición de “zona de tránsito” que tiene, como vemos, origen eminentemente colonial, pondría su sello sobre la región y la caracterizaría durante su vida republicana. Buena parte del valor geoestratégico que ha tenido para los Estados Unidos de América, en el contexto de la Cuenca del Caribe, deriva, precisamente, de ahí, y se concreta en la existencia del Canal de Panamá y la posibilidad de construir otro, en Nicaragua, a través del río San Juan y el Gran Lago de Nicaragua.
Pero en las nuevas condiciones globales, la vocación de puente que tiene Centroamérica ha resucitado, ha tomado vuelo, y no precisamente por razones de las cuales los centroamericanos deban alegrarse. Mencionaremos dos, a manera de ejemplo, que en la actualidad signan la realidad centroamericana: las migraciones y el narcotráfico.
En efecto, Centroamérica es hoy el paso obligado de muchos de los migrantes que, en oleadas cada vez mayores, se mueven desde el Sur del continente americano hacia el Norte, en donde esperan encontrar la posibilidad de trabajar que les permita, luego, enviar dinero (“remesas” les llaman hoy) a sus familias. Las condiciones del tránsito son precarias y peligrosas, e implican atravesar varias fronteras. Ciudadanos peruanos, ecuatorianos o colombianos, para no hablar de los ciudadanos de los mismos países centroamericanos, se aventuran en riesgosas travesías a través de ese puente natural que es Centroamérica.
Estas migraciones constituyen hoy una de las principales preocupaciones de los Estados Unidos. Para frenarlas, han construido muros, uno en la frontera que tienen con México y, dentro de poco, otro en segmentos de la frontera entre México y Guatemala. Un muro vegetal es el llamado Tapón del Darién, en la frontera Sur panameña, único punto en el cual la carretera interamericana, que recorre todo el continente, se interrumpe, y que se ha mantenido así, precisamente, para que quien viene desde el Sur no pueda continuar por tierra su viaje. Algunos de los principales proyectos que tiene en la región, como el Plan Puebla Panamá (hoy Proyecto Mesoamérica) contempla también una serie de medidas destinadas a frenar el flujo migratorio.
Por otra parte, el narcotráfico también utiliza a la región como puente de paso hacia los Estados Unidos. Casi la totalidad de la droga proveniente de América Latina pasa, ya sea por tierra o por mar, por Centroamérica. Después de más de 30 años de guerra, con aparatos estatales débiles y venales, los estados centroamericanos no están en la posibilidad de enfrentar esa situación que dispone de ingentes capitales y, cada vez más, colaboradores en todos los estratos sociales. Hay lugares en los que su autoridad ya no funciona (si es que alguna vez funcionó), en donde quien arregla escuelas y equipa hospitales es algún reyezuelo local inserto en una red transnacional de narcotraficantes. Alguien atento a los avatares de la moda terminológica, ha hablado de estados “fallidos” para referirse a ellos.
Naciones pequeñas y pobres que, inmediatamente después de la independencia de España, se cuestionaron a sí mismas la posibilidad de constituir estados soberanos viables, ven en nuestros días jaqueada nuevamente su viabilidad para administrar la cosa pública y ofrecer, a quienes viven en el marco de sus fronteras, una vida más o menos digna y segura.
“Puente del universo” dice un conocido eslogan panameño para caracterizar al país. Puente de las Américas se llama, también ahí, una inmensa construcción que une las dos orillas del canal. ¡¡Ojalá puente del universo!! ¡¡Ojalá puente de las Américas!! Ojalá punto central del Nuevo Mundo como el que le asignaba Bolívar. Por ahora, puente revelador de la pobreza, puente de incierto futuro.
2 comentarios:
Muy buena tu publicación, hermano de América Latina. Me ha llamado la atención toda mi vida la peculiaridad de la América Central. Creo que es obvio que desde Panamá y hacia el norte es sólo un caminito de tierra, siendo Colombia una gran masa selvática, caribeña y andina. Pero tengo una pregunta, a ver si me ayudas. Cómo ven los guatemaltecos y sus vecinos cercanos su tierra? La ven como una zona semi-extensa como el sur de México, o como un "puente" entre dos grandes aguas? Saludos, que estés bien.
Muy buena tu publicación, hermano de América Latina. Me ha llamado la atención toda mi vida la peculiaridad de la América Central. Creo que es obvio que desde Panamá y hacia el norte es sólo un caminito de tierra, siendo Colombia una gran masa selvática, caribeña y andina. Pero tengo una pregunta, a ver si me ayudas. Cómo ven los guatemaltecos y sus vecinos cercanos su tierra? La ven como una zona semi-extensa como el sur de México, o como un "puente" entre dos grandes aguas? Saludos, que estés bien.
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