Son ellos, los hombres y mujeres naturales, al decir de Martí, los que van venciendo, una y otra vez, a los letrados artificiales de la oligarquía regional –la vieja y la nueva-, y a los poderosos aliados que esta encuentra en los centros hegemónicos.
“Los hombre naturales han vencido a los letrados artificiales”.
José Martí
José Martí
(Ilustración: fragmento del mural "Grito de los excluidos", de Pavel Égüez).
Allá en el entrecruzamiento de los siglos XIX y XX, viviendo en las entrañas del monstruo, pero a la vez esclarecido en la creativa y ardua tensión de la lucha por la libertad y contra los imperios, José Martí supo ver, en los entresijos del tiempo, claves para la interpretación de la realidad latinoamericana. Desde allí señaló rumbos que ahora, en la primera década del siglo XXI, empiezan a ser transitados por los pueblos de la región.
Precisamente en estos días, Nuestra América celebra, jubilosa y solidaria, una victoria más en la que traslucen presagios del pensamiento martiano y las nuevas tendencias del cambio de época: se trata del triunfo de los pueblos indígenas de la amazonia peruana, en su lucha por la defensa de la tierra, de la biodiversidad y de su propia cultura e historia, frente a la voracidad neoliberal y el entreguismo de la clase política dominante del Perú, que cedió el patrimonio natural a la lógica depredadora del TLC con los Estados Unidos.
El incuestionable ascenso del campo popular, con los indígenas abriendo los nuevos caminos, provoca el escozor de la derecha latinoamericana, habituada a la colonialidad del poder y la subordinación del otro, de los más débiles, de los pobres de la tierra. Y es que son ellos, los hombres y mujeres naturales, al decir de Martí, los que van venciendo, una y otra vez, a los letrados artificiales de la oligarquía regional –la vieja y la nueva-, y a los poderosos aliados que esta encuentra en los centros hegemónicos.
No por casualidad, dos de las más eximias figuras de la derecha criolla han empuñado la pluma y el verbo para atacar, abierta o veladamente, este proceso. Con sus diatribas publicadas en empresas de comunicación adscritas al Grupo de Diarios de América (organismo privado de estirpe ya conocida), Alan García (presidente de Perú) y Julio María Sanguinetti (expresidente de Uruguay) han asumido la defensa de las concepciones más reaccionarias que se han vertido en América Latina, a lo largo de su historia, sobre política, cultura y el (falso) dilema entre modernidad y tradición, entre blancos e indígenas, entre desarrollo y subdesarrollo.
En un tristemente célebre artículo del año 2007, titulado "EL SÍNDROME DEL PERRO DEL HORTELANO" (El comercio, 28 de octubre), el presidente García, a la manera del requerimiento español durante la conquista, anticipó el proceso de apropiación de la amazonia peruana que implicaba la aprobación del TLC con Estados Unidos, y lo justificó en nombre del capital transnacional y del progreso.
Con la ofensiva metáfora del perro del hortelano aplicada a los pueblos indígenas, lo que revela su estrechez de mira cultural, García afirmó que “frente a la filosofía engañosa del perro del hortelano, la realidad nos dice que debemos poner en valor los recursos que no utilizamos y trabajar con más esfuerzo. Y también nos lo enseña la experiencia de los pueblos exitosos, los alemanes, los japoneses, los coreanos y muchos otros. Y esa es la apuesta del futuro, y lo único que nos hará progresar”.
El expresidente Sanguinetti, por su parte, recién hace tres meses y en el contexto de una polémica en Uruguay por lo que denominó “la exaltación de la tribu charrúa”, escribió un artículo editorial bajo el título “CHARRUISMO” (El País, 19 de abril), en el sostiene que: “No hemos heredado de ese pueblo primitivo ni una palabra de su precario idioma, ni el nombre de un poblado o una región, ni aun un recuerdo benévolo de nuestros mayores, españoles, criollos, jesuitas o militares, que invariablemente les describieron como sus enemigos, en un choque que duró más de dos siglos y les enfrentó a la sociedad hispano-criolla que sacrificadamente intentaba asentar familias y modos de producción, para incorporarse a la civilización occidental a la que pertenecemos”.
Ambos textos, de los que aquí referimos solamente unos breves pasajes –pero cuya lectura completa es indispensable-, rinden tributo a ese estilo generalizado del pensamiento de las élites latinoamericanas, que se fundamenta en ideas que otorgan una pretendida superioridad a la civilización europea sobre la barbarie americana, o bien, que pontifican sobre el supuesto de que lo mejor de la vida económica y cultural sólo puede residir en las metrópolis o centros de poder del sistema mundo. Es decir, los pueblos exitosos, como los llama el aprista Alan García.
Como correlatos políticos y retóricos del modelo de desarrollo hegemónico en la región –el capitalismo neoliberal tardío-, los discursos de García y Sanguinetti reproducen los peores aspectos de las estructuras y relaciones sociales, culturales e ideológicas, propias de la condición subordinada y periférica en que nuestra América fue integrada al sistema de la economía-mundo europea en el siglo XVI, y que se extendió hasta nuestros días como portadora del colonialismo interno al que aludimos antes.
Estos incuestionables defensores del statu quo y conspicuos seguidores del ideario neoliberal y fondomonetarista, no comprenden la importancia de la actual movilización indígena continental que, más allá de las particularidades y resultados diferenciados en Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, México y Perú, consolidó las cuestiones del territorio, la identidad cultural y la naturaleza como categorías legítimas y de primer orden en los procesos políticos latinoamericanos.
Hoy, viviendo en la añoranza de los palacios, los letrados artificiales de la derecha latinoamericana lloran el poder perdido y curan el escozor de sus heridas abiertas. Pero no se han ido para siempre: a pesar de la magnitud de su actual deriva política y cultural, se reúnen, conspiran, se martirizan y juran recuperar lo que una vez fue suyo. Así lo hicieron hace tan solo unas semanas en Caracas.
Sin duda, más pronto que tarde intentarán el asalto al poder. Será preciso velar atentamente y librar, una vez más, las batallas que la ocasión exija. Porque la nueva sociedad que nazca de los procesos en curso en nuestros países, esa que se forja ahora mismo desde abajo y en abierta disputa con los de arriba, no podrá excluir, nunca más, a los hombres y mujeres naturales de nuestra América.
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