Habría que poner atención en lo que el fraterno investigador cubano Luis Suárez interpreta resumidamente como la actitud que de seguro seguirá su país. En una conferencia en la UNAM, hace poco, lo escuché afirmar que Cuba tratará de “insertarse” en el mundo, evitando “ensartarse”. Es la misma política que debe impulsar América Latina en su conjunto, visto el momento histórico que vive la humanidad.
Transcurrieron cinco décadas y todavía se escucha un eco fuerte de los tambores revolucionarios cubanos en América Latina. Vapuleada por los huracanes, sujeta a acciones armadas en su contra, como la de Playa Girón, y sometida durante mucho tiempo al aislamiento y a un infame bloqueo económico, Cuba regresa hoy erguida, digna y de cumpleaños de medio siglo. El fenómeno obedece principalmente a la capacidad de resistencia de su pueblo y a las profundas convicciones del equipo dirigente.
Su ejemplo revolucionario provocó desde temprano las iras del imperio. Yo estuve presente en San José de Costa Rica, en agosto de 1960, en la séptima reunión de Consulta de la Organización de Estados Americanos (OEA), cuando Estados Unidos preparó su bloqueo a Cuba y el canciller Raúl Roa dijo al final del acto: “Los gobiernos latinoamericanos han dejado sola a Cuba… Me voy con mi pueblo y con mi pueblo se van también de aquí los pueblos de nuestra América”.
Dos años más tarde, enero de 1962, vino la ignominiosa expulsión de Cuba de la OEA, en Punta del Este, Uruguay, y a continuación la ruptura de relaciones diplomáticas de los países latinoamericanos con el régimen cubano, salvo la honrosa excepción de México. Y ahora, en este junio, 47 años después de la expulsión, en San Pedro Sula, Honduras, durante la 39 Asamblea General de la OEA, los cancilleres de las naciones del hemisferio, unánimemente, “por aclamación”, incluyendo el voto de Estados Unidos, resolvieron “dejar sin efecto” las sanciones decretadas contra Cuba, todo lo cual demuestra, como dice el dicho, que “el que persevera alcanza”.
En honor a la verdad, el acto abrogatorio fue continuación de lo que ya la isla había obtenido antes, merced a una gran paciencia diplomática. O sea que había logrado el apoyo nada menos que de 17 resoluciones de la ONU en su favor. Y en cuanto a América Latina, al llegar Mauricio Funes a la presidencia de El Salvador, reanudó sus vínculos con Cuba, alcanzando así ésta, en la práctica, el mantenimiento de las relaciones con todos los países de nuestra región.
Me parece que lo excepcional en el reciente voto de la OEA es que en su decisión aclamatoria también participó un representante de Barack Obama, el presidente de Estados Unidos. Tal participación permite colegir que en la actualidad estamos viviendo en el hemisferio una época muy distinta de la de 1960, en plena guerra fría, cuando Raúl Roa se quejó de la agresión estadunidense y de que los gobiernos de América Latina habían dejado sola a su patria.
Pero estos avances no han zanjado todos los problemas. Cuba piensa que, después de lo sucedido, Estados Unidos debe levantar su bloqueo económico, y se niega rotundamente a reintegrarse al Ministerio de Colonias, nombre con el que Raúl Roa bautizó a la OEA. Y no es muy difícil deducir que Obama, por su parte, calculó el voto estadunidense en la OEA, considerando abrir el compás para negociar con Cuba las relaciones diplomáticas bilaterales, a cambio de que esta nación introduzca modificaciones en su régimen. Esto significa que deberá haber largas conversaciones entre representantes de los dos países, sin que se puedan presagiar los resultados.
Lo que sí se puede afirmar es que las pláticas están llenas de dificultades. Aunque Obama no es Bush y los tiempos hayan cambiado, le costará mucho trabajo entender que Cuba se aferrará a su régimen, manteniendo el espíritu de la revolución surgida contra la dictadura de Batista y por la rebeldía ante la supeditación y explotación de la isla, originada desde la gubernatura estadunidense que allí se estableció entre 1898 y 1902. Asimismo, deberá entender que el sistema de poder establecido en Cuba no estuvo prefigurado, sino que se fue conformando mediante las medidas a mano para resistir la ofensiva que le lanzó el imperialismo, escaldado éste por los hechos revolucionarios que estaban ocurriendo a un brinco de su geografía.
Por otro lado, habría que poner atención en lo que el fraterno investigador cubano Luis Suárez interpreta resumidamente como la actitud que de seguro seguirá su país. En una conferencia en la UNAM, hace poco, lo escuché afirmar que Cuba tratará de “insertarse” en el mundo, evitando “ensartarse”. Es la misma política que debe impulsar América Latina en su conjunto, visto el momento histórico que vive la humanidad.
El mundo está urgido de una renovación completa. Los imperios siguen manteniendo su injusta distribución internacional del trabajo. No sólo invierten sus capitales y exportan sus productos a nuestros pueblos atrasados, sino que también nos exportan los modelos políticos y, con su anarquía productiva y financiera, provocan el estallido de las crisis económicas que aumentan el desempleo en millones de personas. Y lo que resulta peor es que la crisis económica que padecemos se ha concatenado en nuestros días con otras crisis más, como la crisis de la forma de explotación de los recursos naturales, en desarmonía y agresión violenta a la naturaleza, amenazando así la existencia humana en el planeta.
Frente a esto, ¿qué hacer? Después de la Segunda Guerra Mundial, el orbe pasó por la bipolaridad que compartieron Estados Unidos y la URSS y, más tarde, por la unipolaridad estadunidense y, en la actualidad, está asomada en forma evidente la multipolaridad, subrayada por los galopantes desarrollos de China e India.
El conocimiento del mundo hoy nos permite verlo ampliado en su complejidad y en todas las partes que lo componen, comprobándonos lo absurdo del pensamiento único neoliberal. El futuro es incierto, y en él participarán los distintos bloques geográficos con sus preocupaciones. América Latina no podrá imponer su voluntad en una ONU remozada, digamos, aunque sí podrá hacer sentir su presencia y defender sus intereses legítimos.
La condición sine qua non para que esto último ocurra es que los países de “Nuestra América” vayan avanzando, entre tantas gestiones a realizar, como ya ha sido sugerido, en el propósito de constituir una estructura regional propia. Formar una Organización de Estados Latinoamericanos, con un programa amplio y sin discriminar ninguna nación nuestra, para lograr acuerdos colectivos y genuinos de interés común, constituye una idea imponderable, a pesar de sus dificultades.
En un panorama favorable a dicha necesidad, América Latina, antes de ir a la palestra mundial, o simultáneamente, tendría que pensar también en la necesidad de mantener ajustes de convivencia e interés recíproco con Estados Unidos y Canadá, países que se encuentran en nuestro mismo hemisferio. En la concreción de la hipótesis no sería deleznable considerar la reorganización de la Cumbre de las Américas, despojada de ínfulas de prepotencia estadunidense, en la que estaría regularizada la participación de Cuba.
Lo que estoy diciendo no son mis sueños personales. Son el anhelo de lo que debe hacerse para la recomposición de las instituciones políticas regionales en nuestro hemisferio por parte de gobiernos nuestros e incluso de lo que piensan capas importantes de las poblaciones latinoamericanas.
De la OEA en particular hay mucho que decir. En las condiciones en que ha estado funcionando esta organización no puede seguir siendo el espacio de convivencia para considerar los intereses de Estados Unidos y los intereses de América Latina. Es imposible olvidar que la OEA fue preferentemente desde 1948, año de su fundación, un instrumento ad hoc para la dominación imperialista y responsable de la retórica legaloide para justificar no sólo el alevoso ataque de Playa Girón, en Cuba, sino también los desembarcos yanquis de todo tipo en diversos países de nuestra región.
He terminado el resumen de lo que quería exponer acerca de los nuevos enfoques para entrar en otra etapa de las relaciones políticas entre naciones y regiones. Por lo menos en nuestro ámbito se impone una regulación distinta de las instituciones hemisféricas y latinoamericanas. Tenemos por delante años muy difíciles y de mucho ajetreo y sólo el tiempo aclarará cómo se resolvieron los asuntos en que está envuelto nuestro continente y el mundo.
Su ejemplo revolucionario provocó desde temprano las iras del imperio. Yo estuve presente en San José de Costa Rica, en agosto de 1960, en la séptima reunión de Consulta de la Organización de Estados Americanos (OEA), cuando Estados Unidos preparó su bloqueo a Cuba y el canciller Raúl Roa dijo al final del acto: “Los gobiernos latinoamericanos han dejado sola a Cuba… Me voy con mi pueblo y con mi pueblo se van también de aquí los pueblos de nuestra América”.
Dos años más tarde, enero de 1962, vino la ignominiosa expulsión de Cuba de la OEA, en Punta del Este, Uruguay, y a continuación la ruptura de relaciones diplomáticas de los países latinoamericanos con el régimen cubano, salvo la honrosa excepción de México. Y ahora, en este junio, 47 años después de la expulsión, en San Pedro Sula, Honduras, durante la 39 Asamblea General de la OEA, los cancilleres de las naciones del hemisferio, unánimemente, “por aclamación”, incluyendo el voto de Estados Unidos, resolvieron “dejar sin efecto” las sanciones decretadas contra Cuba, todo lo cual demuestra, como dice el dicho, que “el que persevera alcanza”.
En honor a la verdad, el acto abrogatorio fue continuación de lo que ya la isla había obtenido antes, merced a una gran paciencia diplomática. O sea que había logrado el apoyo nada menos que de 17 resoluciones de la ONU en su favor. Y en cuanto a América Latina, al llegar Mauricio Funes a la presidencia de El Salvador, reanudó sus vínculos con Cuba, alcanzando así ésta, en la práctica, el mantenimiento de las relaciones con todos los países de nuestra región.
Me parece que lo excepcional en el reciente voto de la OEA es que en su decisión aclamatoria también participó un representante de Barack Obama, el presidente de Estados Unidos. Tal participación permite colegir que en la actualidad estamos viviendo en el hemisferio una época muy distinta de la de 1960, en plena guerra fría, cuando Raúl Roa se quejó de la agresión estadunidense y de que los gobiernos de América Latina habían dejado sola a su patria.
Pero estos avances no han zanjado todos los problemas. Cuba piensa que, después de lo sucedido, Estados Unidos debe levantar su bloqueo económico, y se niega rotundamente a reintegrarse al Ministerio de Colonias, nombre con el que Raúl Roa bautizó a la OEA. Y no es muy difícil deducir que Obama, por su parte, calculó el voto estadunidense en la OEA, considerando abrir el compás para negociar con Cuba las relaciones diplomáticas bilaterales, a cambio de que esta nación introduzca modificaciones en su régimen. Esto significa que deberá haber largas conversaciones entre representantes de los dos países, sin que se puedan presagiar los resultados.
Lo que sí se puede afirmar es que las pláticas están llenas de dificultades. Aunque Obama no es Bush y los tiempos hayan cambiado, le costará mucho trabajo entender que Cuba se aferrará a su régimen, manteniendo el espíritu de la revolución surgida contra la dictadura de Batista y por la rebeldía ante la supeditación y explotación de la isla, originada desde la gubernatura estadunidense que allí se estableció entre 1898 y 1902. Asimismo, deberá entender que el sistema de poder establecido en Cuba no estuvo prefigurado, sino que se fue conformando mediante las medidas a mano para resistir la ofensiva que le lanzó el imperialismo, escaldado éste por los hechos revolucionarios que estaban ocurriendo a un brinco de su geografía.
Por otro lado, habría que poner atención en lo que el fraterno investigador cubano Luis Suárez interpreta resumidamente como la actitud que de seguro seguirá su país. En una conferencia en la UNAM, hace poco, lo escuché afirmar que Cuba tratará de “insertarse” en el mundo, evitando “ensartarse”. Es la misma política que debe impulsar América Latina en su conjunto, visto el momento histórico que vive la humanidad.
El mundo está urgido de una renovación completa. Los imperios siguen manteniendo su injusta distribución internacional del trabajo. No sólo invierten sus capitales y exportan sus productos a nuestros pueblos atrasados, sino que también nos exportan los modelos políticos y, con su anarquía productiva y financiera, provocan el estallido de las crisis económicas que aumentan el desempleo en millones de personas. Y lo que resulta peor es que la crisis económica que padecemos se ha concatenado en nuestros días con otras crisis más, como la crisis de la forma de explotación de los recursos naturales, en desarmonía y agresión violenta a la naturaleza, amenazando así la existencia humana en el planeta.
Frente a esto, ¿qué hacer? Después de la Segunda Guerra Mundial, el orbe pasó por la bipolaridad que compartieron Estados Unidos y la URSS y, más tarde, por la unipolaridad estadunidense y, en la actualidad, está asomada en forma evidente la multipolaridad, subrayada por los galopantes desarrollos de China e India.
El conocimiento del mundo hoy nos permite verlo ampliado en su complejidad y en todas las partes que lo componen, comprobándonos lo absurdo del pensamiento único neoliberal. El futuro es incierto, y en él participarán los distintos bloques geográficos con sus preocupaciones. América Latina no podrá imponer su voluntad en una ONU remozada, digamos, aunque sí podrá hacer sentir su presencia y defender sus intereses legítimos.
La condición sine qua non para que esto último ocurra es que los países de “Nuestra América” vayan avanzando, entre tantas gestiones a realizar, como ya ha sido sugerido, en el propósito de constituir una estructura regional propia. Formar una Organización de Estados Latinoamericanos, con un programa amplio y sin discriminar ninguna nación nuestra, para lograr acuerdos colectivos y genuinos de interés común, constituye una idea imponderable, a pesar de sus dificultades.
En un panorama favorable a dicha necesidad, América Latina, antes de ir a la palestra mundial, o simultáneamente, tendría que pensar también en la necesidad de mantener ajustes de convivencia e interés recíproco con Estados Unidos y Canadá, países que se encuentran en nuestro mismo hemisferio. En la concreción de la hipótesis no sería deleznable considerar la reorganización de la Cumbre de las Américas, despojada de ínfulas de prepotencia estadunidense, en la que estaría regularizada la participación de Cuba.
Lo que estoy diciendo no son mis sueños personales. Son el anhelo de lo que debe hacerse para la recomposición de las instituciones políticas regionales en nuestro hemisferio por parte de gobiernos nuestros e incluso de lo que piensan capas importantes de las poblaciones latinoamericanas.
De la OEA en particular hay mucho que decir. En las condiciones en que ha estado funcionando esta organización no puede seguir siendo el espacio de convivencia para considerar los intereses de Estados Unidos y los intereses de América Latina. Es imposible olvidar que la OEA fue preferentemente desde 1948, año de su fundación, un instrumento ad hoc para la dominación imperialista y responsable de la retórica legaloide para justificar no sólo el alevoso ataque de Playa Girón, en Cuba, sino también los desembarcos yanquis de todo tipo en diversos países de nuestra región.
He terminado el resumen de lo que quería exponer acerca de los nuevos enfoques para entrar en otra etapa de las relaciones políticas entre naciones y regiones. Por lo menos en nuestro ámbito se impone una regulación distinta de las instituciones hemisféricas y latinoamericanas. Tenemos por delante años muy difíciles y de mucho ajetreo y sólo el tiempo aclarará cómo se resolvieron los asuntos en que está envuelto nuestro continente y el mundo.
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