La democracia se ejerce hoy no desde las legislaturas o los partidos encumbrados en las estructuras oficiales del Estado actual, sino que desde las calles y las comunidades por su potencialidad democrática como principal escenario de la movilización proactiva de la sociedad.
A Miguel Sánchez, para quien la vida es una lucha eterna
Hace unas semanas, a raíz de un artículo que publiqué sobre el nuevo Estado de los movimientos sociales que se construye en Bolivia, me llamó el compañero Miguel Sánchez, destacado dirigente mayagüezano del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH), para hablarme sobre la pertinencia que tenía su contenido para Puerto Rico en estos momentos. En particular, se refería a la idea de que ante la creciente corrupción e incapacitación de los procesos legislativos bajo el Estado neoliberal –como el que vivió Bolivia hasta finales del 2005 o el que ha estado viviendo Puerto Rico hace ya unos años- , las acciones de fuerza de los movimientos sociales se han convertido en el principal instrumento de contestación a sus desvaríos y abusos, así como la más fértil fuente de producción de otro porvenir nacido de sus entrañas como soberano popular, incluyendo sus correspondientes expresiones normativas.
De ahí que la democracia se ejerce hoy no desde las legislaturas o los partidos encumbrados en las estructuras oficiales del Estado actual, sino que desde las calles y las comunidades por su potencialidad democrática como principal escenario de la movilización proactiva de la sociedad, como caracteriza el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera el movimiento real que va entretejiendo las formas nuevas de la política que aspira a suprimir y superar el orden actual de cosas. El movimiento hoy se caracteriza no sólo por su resistencia, sino que sobre todo por su carga propositiva que va anunciando la articulación, golpe a golpe, de ese otro futuro posible que anida ya en el presente.
¿Cómo es posible dentro de este mundo, que no tiene un afuera, determinar con la resistencia la construcción de un nuevo mundo?, se preguntó el filósofo político italiano Antonio Negri en un foro sobre el “movimiento de movimientos” celebrado en La Paz en agosto de 2007. A lo que responde que no basta con proclamar la ruptura con la máquina capitalista de explotación y opresión de un ser humano por otro. Hay que ir más allá: se trata también de “definir un éxodo, una salida”. Abunda al respecto: “Si no hay más afuera, el afuera tiene que ser construido, pues este construir un éxodo significa concebir la lucha por el poder como un paso para vaciar el poder, para expropiarlo. Habrá que construir un camino en el cual nosotros logremos expresar nuevas formas de vida, nuevas formas de asociación, nuevos lenguajes”.
En ello coincide esencialmente el filósofo político boliviano Luis Tapia en referencia a las transformaciones que vive la política hoy en la América nuestra ante la pérdida de la capacidad de representación de los llamados representantes dentro de la decrépita partidocracia actual: “Los movimientos sociales que estamos viviendo son formas de revinculación entre vida productiva y tiempo político o generación de capacidades de autoorganización y autogobierno local. Cuando la política se vuelve un no lugar es cuando una sociedad (o parte de una sociedad) se está moviendo in toto, es decir, se está autogobernando”. Se genera así un nuevo espacio político para la gobernabilidad desde abajo, es decir, un “espacio político paralelo cambiante, discontinuo y polimorfo que se constituye y reconstituye según los conflictos y luchas sociales que se plantean y en función de los sujetos sociales y políticos que se constituyen como querellantes y reformadores”. (Política salvaje, Coedición CLACSO-Muela del Diablo-Comuna, La Paz, 2008, pp. 66,68).
Un buen ejemplo de lo anterior es lo cosechado por los pueblos de la Amazonia peruana con su abnegada y firme lucha de las pasadas semanas que consiguió forzar al gobierno neoliberal de Alan García a derogar una serie de controvertibles decretos legislativos que pretendían la privatización y posterior entrega al capital transnacional de una serie de bienes patrimonio de dichos pueblo, así como una serie de bienes comunes (agua, yacimientos mineros, riquezas madereras e hidrocarburos) que se encuentran allí. A pesar de que el gobierno peruano intentó imponer dichos decretos a sangre y a fuego, dejando un saldo de más de una treintena de muertos y más de sesenta desparecidos, la férrea movilización de miles de nativos de la región constituyó un espacio político a partir del cual la carga contestataria y propositiva le infligió una dura derrota a un gobierno que hasta ese momento desoía arrogantemente sus reclamos. Y si bien éstos se iniciaron en Bagua, pronto se extendieron a todos los rincones del país, extendiéndose así la fuerza política y la legitimidad democrática de la interpelación. Los congresistas, a regañadientes, anularon las leyes “por razones de Estado” y el presidente Alan García se vio forzado a admitir públicamente “errores” en su trato con los pueblos indígenas, luego de haberlos maltratados y tachados de “terroristas”, así como de haber desconocido sus legítimos derechos a ser consultados en todo lo relativo al desarrollo de la Amazonia.
Sin embargo, al igual que ocurrió en su momento en Bolivia, se ha potenciado en este caso el poder paralelo de los pueblos indígenas de la Amazonia. De ahí que no le será fácil al gobierno dejar atrás las heridas abiertas y silenciar las voluntades de poder despertadas. “Estamos felices por la anulación de las leyes, pero seguimos muy afectados y dolidos por la forma cómo nos trató el Gobierno”, le señaló al diario argentino Página 12 Salomón Awananch, uno de los dirigentes de la rebelión. Aseguró que insistirán en que el gobierno debe anular las órdenes de captura que hay contra aproximadamente veinte dirigentes indígenas acusados de “azuzar a la violencia” y que se liberen la veintena de manifestantes aún detenidos. Debe igualmente aclararse la situación de los desaparecidos. Si el gobierno no accede, “nos retiraremos del diálogo”, puntualizó.
Tal y como enseña el levantamiento zapatista en las selvas de Chiapas, con su carga contestaría pero sobre todo propositiva para transformar el mundo a partir de instancias locales autogobernadas como expresión de ese “poder muy otro” del pueblo; la insurgencia civil de ese movimiento de movimientos que en Bolivia desgastó y derrocó al neoliberal presidente, para elegir en su lugar a un presidente de sus propias filas, un indígena, para refundar el país, desde la economía hasta el Estado; así como los procesos que en Venezuela y Ecuador emprenden igualmente la refundación, desde los otrora marginados de la historia, esos descalificados como “salvajes” incapaces de gobernarse a sí mismos y menos aún a todo un país; estamos ante la puesta en escena de un nuevo paradigma: el poder está hoy en la lucha. Contrario al modelo juridicista clásico, la soberanía no está en las formas jurídicas abstractas, sino en los actos políticos concretos. Sólo son libres los que, a partir de sus acciones soberanas deciden serlo. La fuente de la soberanía está, pues, en la autodeterminación. Como tal su fuente está en nosotros mismos.
Miguel lo entendió perfectamente cuando me llamó aquella mañana, pocos días antes de caer gravemente enfermo. Había que mirar al sur en busca de darle sentido a un presente que pretende demasiadas veces agotarnos con sus tribulaciones, minarnos el ánimo como si los mismos motivos de nuestra cotidiana desesperanza no contuviese, a su vez, la clave de nuestra ansiada esperanza. Sólo hay que saber buscar, porfiadamente buscar, casi por fe, ya que a ratos hasta las razones parecen burlarse de uno.
Y es que por encima de todo, Miguel lo veía claramente: Vivimos en un momento constitutivo en que sólo hace falta la voluntad para refundar. Los momentos constitutivos son aquellos en que una serie de procesos sociales y políticos se van cuajando, más allá del Estado neocolonial o colonial, para ir definiendo, desde ese afuera del que nos habla Negri, una nueva dirección del movimiento de toda una sociedad, de construcción de otra sociedad, aunque esta vez desde sí misma y para sí misma. Y en ese forcejeo histórico, Miguel será siempre una de esas voluntades indispensables.
El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.
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