El furor antichavista, exacerbado al ritmo de la actual campaña electoral, no alcanza a ocultar que la Argentina y Venezuela son dos economías altamente complementarias, lo que facilita su creciente integración. No ocurre lo mismo entre nuestro país y el Brasil, por ejemplo, que está desplazando de los mercados internacionales a la languideciente presencia de nuestros productos agropecuarios.
En los últimos años la relación argentino-venezolana ha registrado un significativo crecimiento en el terreno de la economía a la vez que una importante profundización en materia política. Es por eso que la cada vez más reaccionaria derecha argentina puso el grito en el cielo ante las nacionalizaciones dispuestas por el gobierno bolivariano dando cumplimiento a un plan largamente anunciado, ratificado electoralmente y congruente con el proceso de transformaciones en curso en Venezuela.
La histérica reacción de la derecha da lugar a varios comentarios. En primer lugar, ¿cómo objetar el derecho incuestionable del gobierno venezolano –en realidad, de cualquier gobierno– a disponer la expropiación de empresas consideradas estratégicas para un proyecto de desarrollo nacional y cuyo desempeño no puede ser librado a la dictadura del capital y su insaciable afán de ganancias? Contrariamente a lo que piensan los hombres de Neanderthal que comparten su caverna con Mario Vargas Llosa y sus acólitos, la nacionalización de empresas no fue un invento de los populismos latinoamericanos sino de los flemáticos gobiernos socialdemócratas y laboristas del período de entreguerras y, sobre todo, del que se abriera con posterioridad a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, y tuvo resultados extraordinarios. De hecho, los logros de esas políticas de nacionalizaciones sobrevivieron en muchos países europeos hasta nuestros días. ¿Por qué prescindir de semejante herramienta?
Segundo, la formidable expansión de la intervención estatal en los mercados puede asumir diversas formas. Las nacionalizaciones son una de ellas; otras son las políticas de rescate empresarial dispuestas por gobiernos tan “revolucionarios e izquierdistas” como los de Barack Obama y Gordon Brown, que destinaron cifras cercanas al billón de dólares para salvar a bancos, financieras y compañías industriales introduciendo a cambio un cierto grado de control público en sus operaciones. Los publicistas de la derecha, siempre tan obsesionados por preservar el funcionamiento de los mercados de toda injerencia extraña como la que puede ejercer un Estado democrático, acudieron en tropel a Caracas para criticar a Chávez por sus nacionalizaciones y denunciar públicamente su curiosa dictadura –curiosa porque triunfó en 14 de las 15 elecciones habidas desde 1998 y también porque permite que los ultramontanos desgranen su prédica destituyente sin ninguna clase de restricciones, siendo incluso invitados a debatir con otros intelectuales nada menos que en el Aló Presidente–. Rechazaron el convite porque los ideólogos de la derecha son buenos para pontificar ante los medios del establishment pero “arrugan” invariablemente a la hora de debatir con los intelectuales de izquierda. En su insanable incongruencia, estos celosos custodios de la libertad son “socialistas” a la hora de socializar las pérdidas de las empresas, mientras que hacen profesión de un cerril individualismo cuando hay que embolsar ganancias. Este doble standard de la derecha no es novedoso: denuncia con tono apocalíptico las amenazas a la libertad y los derechos humanos en países como Venezuela, Bolivia o Ecuador pero ni las torturas ordenadas por la Casa Blanca, ni los “vuelos clandestinos” para trasladar prisioneros, ni las atrocidades de Guantánamo o Abu Ghraib suscitan en ella la menor preocupación. Lo mínimo que se puede concluir es que la derecha es moral e intelectualmente deshonesta.
Tercero: el furor antichavista, exacerbado al ritmo de la actual campaña electoral, no alcanza a ocultar que la Argentina y Venezuela son dos economías altamente complementarias, lo que facilita su creciente integración. No ocurre lo mismo entre nuestro país y el Brasil, por ejemplo, que está desplazando de los mercados internacionales a la languideciente presencia de nuestros productos agropecuarios. Por eso, el intercambio comercial con Venezuela ha crecido sensiblemente y está en el mejor interés de la Argentina fortalecer esta relación y, además, urgir a Brasilia para que de una vez por todas haga posible la plena incorporación de Venezuela al Mercosur. Con esto se cerraría un triángulo de oro integrando tres países con perfiles macroeconómicos altamente complementarios en materias alimentaria, industrial y energética, lo que no sólo robustecería a cada uno de ellos sino a la región en su conjunto en momentos en que arrecia la crisis capitalista. Con un agregado: la incorporación de la Venezuela bolivariana dotaría al Mercosur de una imprescindible visión geopolítica que brilla por su ausencia en un proceso de integración dominado todavía por la lógica y los valores del neoliberalismo. Todo esto, por supuesto, es mala noticia para el imperialismo, que lo último que desea es una América latina económicamente fortalecida. De ahí los denodados esfuerzos de la derecha para mantener a Venezuela fuera del Mercosur.
Finalmente, no puede desconocerse que en todos los casos en que se han producido nacionalizaciones Caracas siempre se ha mostrado dispuesta a resarcir con indemnizaciones a las empresas afectadas. Empresas que, como antes Sidor, violaban la legislación laboral vigente e incumplían compromisos contraídos con el gobierno, lo que añadía nuevos elementos para justificar su expropiación. Pese al coro desafinado que unificó voces tan discordantes como las de la UIA, el titular de la CGT (que asombró al mundo al declarar ¡que las nacionalizaciones no eran lo que había enseñado Perón, gestor de las más importantes jamás ocurridas en la historia argentina!) y el emporio massmediático –verdadero intelectual orgánico que articula el fragmentado, incoherente y desunido espacio de la derecha argentina– el promisorio camino abierto por la creciente vinculación entre la Argentina y Venezuela no será clausurado por la gritería de ayer.
La histérica reacción de la derecha da lugar a varios comentarios. En primer lugar, ¿cómo objetar el derecho incuestionable del gobierno venezolano –en realidad, de cualquier gobierno– a disponer la expropiación de empresas consideradas estratégicas para un proyecto de desarrollo nacional y cuyo desempeño no puede ser librado a la dictadura del capital y su insaciable afán de ganancias? Contrariamente a lo que piensan los hombres de Neanderthal que comparten su caverna con Mario Vargas Llosa y sus acólitos, la nacionalización de empresas no fue un invento de los populismos latinoamericanos sino de los flemáticos gobiernos socialdemócratas y laboristas del período de entreguerras y, sobre todo, del que se abriera con posterioridad a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, y tuvo resultados extraordinarios. De hecho, los logros de esas políticas de nacionalizaciones sobrevivieron en muchos países europeos hasta nuestros días. ¿Por qué prescindir de semejante herramienta?
Segundo, la formidable expansión de la intervención estatal en los mercados puede asumir diversas formas. Las nacionalizaciones son una de ellas; otras son las políticas de rescate empresarial dispuestas por gobiernos tan “revolucionarios e izquierdistas” como los de Barack Obama y Gordon Brown, que destinaron cifras cercanas al billón de dólares para salvar a bancos, financieras y compañías industriales introduciendo a cambio un cierto grado de control público en sus operaciones. Los publicistas de la derecha, siempre tan obsesionados por preservar el funcionamiento de los mercados de toda injerencia extraña como la que puede ejercer un Estado democrático, acudieron en tropel a Caracas para criticar a Chávez por sus nacionalizaciones y denunciar públicamente su curiosa dictadura –curiosa porque triunfó en 14 de las 15 elecciones habidas desde 1998 y también porque permite que los ultramontanos desgranen su prédica destituyente sin ninguna clase de restricciones, siendo incluso invitados a debatir con otros intelectuales nada menos que en el Aló Presidente–. Rechazaron el convite porque los ideólogos de la derecha son buenos para pontificar ante los medios del establishment pero “arrugan” invariablemente a la hora de debatir con los intelectuales de izquierda. En su insanable incongruencia, estos celosos custodios de la libertad son “socialistas” a la hora de socializar las pérdidas de las empresas, mientras que hacen profesión de un cerril individualismo cuando hay que embolsar ganancias. Este doble standard de la derecha no es novedoso: denuncia con tono apocalíptico las amenazas a la libertad y los derechos humanos en países como Venezuela, Bolivia o Ecuador pero ni las torturas ordenadas por la Casa Blanca, ni los “vuelos clandestinos” para trasladar prisioneros, ni las atrocidades de Guantánamo o Abu Ghraib suscitan en ella la menor preocupación. Lo mínimo que se puede concluir es que la derecha es moral e intelectualmente deshonesta.
Tercero: el furor antichavista, exacerbado al ritmo de la actual campaña electoral, no alcanza a ocultar que la Argentina y Venezuela son dos economías altamente complementarias, lo que facilita su creciente integración. No ocurre lo mismo entre nuestro país y el Brasil, por ejemplo, que está desplazando de los mercados internacionales a la languideciente presencia de nuestros productos agropecuarios. Por eso, el intercambio comercial con Venezuela ha crecido sensiblemente y está en el mejor interés de la Argentina fortalecer esta relación y, además, urgir a Brasilia para que de una vez por todas haga posible la plena incorporación de Venezuela al Mercosur. Con esto se cerraría un triángulo de oro integrando tres países con perfiles macroeconómicos altamente complementarios en materias alimentaria, industrial y energética, lo que no sólo robustecería a cada uno de ellos sino a la región en su conjunto en momentos en que arrecia la crisis capitalista. Con un agregado: la incorporación de la Venezuela bolivariana dotaría al Mercosur de una imprescindible visión geopolítica que brilla por su ausencia en un proceso de integración dominado todavía por la lógica y los valores del neoliberalismo. Todo esto, por supuesto, es mala noticia para el imperialismo, que lo último que desea es una América latina económicamente fortalecida. De ahí los denodados esfuerzos de la derecha para mantener a Venezuela fuera del Mercosur.
Finalmente, no puede desconocerse que en todos los casos en que se han producido nacionalizaciones Caracas siempre se ha mostrado dispuesta a resarcir con indemnizaciones a las empresas afectadas. Empresas que, como antes Sidor, violaban la legislación laboral vigente e incumplían compromisos contraídos con el gobierno, lo que añadía nuevos elementos para justificar su expropiación. Pese al coro desafinado que unificó voces tan discordantes como las de la UIA, el titular de la CGT (que asombró al mundo al declarar ¡que las nacionalizaciones no eran lo que había enseñado Perón, gestor de las más importantes jamás ocurridas en la historia argentina!) y el emporio massmediático –verdadero intelectual orgánico que articula el fragmentado, incoherente y desunido espacio de la derecha argentina– el promisorio camino abierto por la creciente vinculación entre la Argentina y Venezuela no será clausurado por la gritería de ayer.
* Doctor en Ciencia Política, profesor de Teoría Política (UBA).
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