Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: el golpe de Estado en Honduras profundizó la crisis de la democracia en Centroamérica)
Los resultados de una encuesta publicada en El Salvador por el diario digital Elfaro.net, traen de nuevo este tema a la discusión, pues concluyen que “solo una séptima parte de los salvadoreños valora la democracia como el sistema de gobierno preferible sobre cualquier otro, mientras que casi la mitad dicen que estarían dispuestos a apoyar un golpe militar si el país siguiera sin resolver sus problemas económicos y de seguridad pública”[1].
Sorpresivas como pueden parecer estas percepciones, en particular porque se trata de un país que sufrió un desgarrador conflicto armado, y que pagó un altísimo precio para dar pasos hacia la democratización del sistema político (como lo atestigua el triunfo del FMLN en las elecciones de 2009), lo cierto es que el salvadoreño no es un caso aislado en Centroamérica.
En los últimos años, y con cierta periodicidad, distintos estudios de opinión vienen coincidiendo en señalar la erosión constante de las valoraciones e imaginarios asociados a la democracia en nuestros países. Son multiples los factores que explican esta situación, pero resultan decisivos la pobreza, la desigualdad, las presiones que la sociedad de consumo ejerce sobre el individuo, y por supuesto, la frustración colectiva ante el incumplimiento de las expectativas de paz y bienestar que hace poco más de dos décadas auguraban los Acuerdos de Paz de Esquipulas, Chapultepec o Guatemala.
Ni los programas de ajuste estructural del Banco Mundial y el FMI en la década de 1980; ni la Iniciativa para las Américas de George Bush -padre-, lanzada en el contexto de la crisis del socialismo real, la trampa discursiva del fin de la historia y el espejismo de la globalización económica de la década de 1990; ni la negociación y firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos en los primeros años del siglo XXI: ninguno de esos proyectos, anunciados por la tecnocracia regional y los nuevos grupos de poder como soluciones casi mesiánicas, ha logrado satisfacer las necesidades del desarrollo humano integral en Centroamérica.
Hoy cosechamos los frutos de esa insatisfacción. Del fracaso de la farsa de la democracia neoliberal. Un estudio presentado a finales del 2010 por la Corporación Latinobarómetro, por ejemplo, ofrecía datos alarmantes: Guatemala (46%) y Honduras (53%) registran algunos de los porcentajes más bajos de apoyo a la democracia en América Latina. En Nicaragua, solo el 32% de los entrevistados consideró que se gobernaba para el bien de todos.
En Costa Rica, la preocupación por la delincuencia y la seguridad pública, considerados los problemas más importantes (38% de las opiniones emitidas), estimula un creciente mercado de seguridad privada y venta de armas, cuyo correlato se encuentran en las políticas de seguridad nacional del gobierno de Laura Chinchilla: articuladas a la guerra contra el narcotráfico y los planes estratégicos –marines incluidos- de Washington. También en la llamada Suiza centroamericana, se debilita la idea de la democracia como un sistema de gobierno entre iguales: para el 67% de la población costarricense, algunas personas y grupos logran tener tanta influencia sobre los gobiernos, que los intereses de la mayoría terminan por ser ignorados[2].
En un contexto así, el golpe de Estado en Honduras, en 2009, solo demostró que la democracia en Centroamérica reposaba sobre pilares muy frágiles: ante la organización y movilización popular, que insinuaba un proyecto politico de signo distinto al orden tolerado por los grupos dominantes –los tradicionales y los emergentes-, de nuevo el recurso fue la ruptura del orden por vías represivas, conservadoras y antidemocráticas.
Las raíces más hondas de esta problemática, si realmente quiere combatírsela y subvertir el actual estado de cosas, deben buscarse en la violencia coyuntural, provocada por la conjunción de narcotráfico y crimen organizado –por mucho tiempo arropados por el poder político que ahora se rasga las vestiduras al denunciar la penetración de los cárteles de la droga-; en la violencia estructural, propia de un sistema económico-productivo expoliador y depredador de la naturaleza, que atrae capitales, extrae trabajo, derriba las fronteras para las mercancías, pero expulsa seres humanos al infierno de la migración y el exilio económico; y por supuesto, se debe buscar en la violencia –real y simbólica- de la cultura dominante del poder: excluyente, patriarcal, clientelista, elitista, traficante de influencias, en apariencia democrática por sus procedimientos, mas no así por sus contenidos.
Casi dos siglos de historia “independiente” y de esfuerzos por la construcción de estados nacionales y sistemas politicos más o menos estables, que reconozcan los derechos elementales de los ciudadanos y pueblos, no alcanzan aún para construir una verdadera cultura democrática: en Centroamérica, la colonia siguió –y sigue- viviendo en la república.
Transformar radicalmente esa mentalidad, esa cultura colonial del poder y sus expresiones en todos los órdenes de la vida individual y social, es condición indispensable para aspirar a la construcción de una futuro diferente en la region. Porque a la democracia con todos y para el bien de todos, tendremos que llegar por caminos muy distintos a los que hoy impone el neoliberalismo.
NOTAS
[1] “Salvadoreños consideran sacrificable la democracia”, en Elfaro.net, San Salvador. 2 de febrero de 2011. Disponible en: http://www.elfaro.net/es/201102/noticias/3465/
[2] Corporación Latinobarómetro. Informe 2010. Santiago de Chile. Disponible en: http://www.latinobarometro.org/
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