En las últimas tres décadas, Estados Unidos apuntaló su dominación en Centroamérica de un modo prácticamente incontestable. Para ello, ha sido clave la articulación de los ejes de “seguridad nacional” y “libre comercio” en una sofisticada política imperialista, que opera en todos los órdenes: de lo económico y militar, a lo político y cultural.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: en marzo de 2010, Hillary Clinton se reunió con los presidentes centroamericanos en Guatemala)
Primero fue el vicepresidente Joe Biden, en San José. Luego, la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, en Ciudad de Guatemala. Ahora, en el mes de marzo, le tocará el turno al Presidente Barack Obama en San Salvador: en poco más de dos años de gestión en la Casa Blanca, las tres principales figuras políticas del gobierno estadounidense completarán un periplo de visitas a Centroamérica, que podría parecer inisual si se toma en cuenta que desde hace 20 años, tras el fin del conflicto armado y la firma de los Acuerdos de Paz, y por su poco peso económico y político, nuestra región ocupa un lugar marginal en el complejo escenario internacional.
Es cierto que frente al debilitamiento de la influencia de Washington en América del Sur, sobre todo durante las dos administraciones del expresidente G.W. Bush, México, Centroamérica y Colombia se convirtieron en auténticos bastiones norteamericanos para la afirmación y proyección de su política exterior hacia la región latinoamericana y caribeña. Sin embargo, este argumento, por sí solo, no sería suficiente para explicar el porqué del renovado interés - y presencia- estadounidense en el istmo.
Una hipótesis mucho más abarcadora, en nuestra opinión, es la que apunta a la necesidad que tienen los Estados Unidos, en el contexto de la actual crisis capitalista y de su hegemonía, de afianzar el proceso iniciado en las últimas tres décadas en Centroamérica y que, de manera menos estridente que en otras latitudes, pero acaso más efectiva aquí que en ninguna otra parte, le ha permitido apuntalar su dominación de un modo prácticamente incontestable. Para ello, ha sido clave la articulación de los ejes de “seguridad nacional” y “libre comercio” en una sofisticada política imperialista, que opera en todos los órdenes: de lo económico y militar, a lo político y cultural.
Una de las dimensiones de este proceso ha sido la paulatina construcción de una zona geoeconómica de casi exclusivo dominio estadounidense, que incluye, por el norte, a Canadá y México, y por el sur, a Centroamérica y el Caribe: es la actual geografía comercial y de control de recursos humanos y naturales, que define las dimensiones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y el Tratado de Libre Comercio Centroamérica-República Dominicana-Estados Unidos (conocido como CAFTA, por sus siglas en inglés).
Antecedentes de este proyecto se encuentran en la década de 1980, cuando Estados Unidos creó la Iniciativa para Cuenca del Caribe (ICC) como un instrumento de captura de mercados y, al mismo tiempo, de gendarmería político-ideológica (por ejemplo, para ser parte de la ICC, los países miembros debían cumplir dos requisitos: que no fueran comunistas y que no hubiesen nacionalizado o expropiado posesiones de ciudadanos o corporaciones norteamericanas); también en el Plan Puebla Panamá del 2001, rebautizado como Plan Mesoamérica desde 2008, y que avanza la integración de la infraestructura regional (carreteras, puertos, eletricidad) a favor del capital transnacional.
La otra dimensión de ese proceso hegemónico, vinculada a los contenidos y políticas de seguridad nacional, que en la óptica norteamericana implican el ejercicio arbitrario de la extraterritorialidad (el "derecho" a la intervención), puede rastrearse desde las décadas de 1970 y 1980, con las programas de cooperación y de ayuda militar a los gobiernos autoritarios de la región (que encubrían la guerra de baja intensidad contra las fuerzas insurgentes); también la vemos en los convenios anti-drogas de los años 1990, que adquieren nuevas connotaciones bajo la lógica de guerra contra el narcotráfico de los últimos 5 años; y por supuesto, en la colusión de coyunturas e intereses entre la invasión estadounidense a Irak (que la mayoría de gobiernos centroamericanos apoyó, con soldados o declaraciones políticas según el caso) y las negociones del CAFTA.
Esta posición dominante de la potencia del norte se fortaleció, además, por el desencuentro histórico entre las identidades político-culturales de Centroamérica y América del Sur, tras la ruptura de la larga noche neoliberal de finales del siglo XX y principios del XXI. Así, el aislamiento de Centroamérica de los procesos progresistas y nacional-populares suramericanos, a lo que se suma la grave crisis mexicana, ha dejado a nuestra región a su suerte frente a los Estados Unidos.
Vistos desde esta perspectiva, hechos como el golpe de Estado en Honduras, las presiones que ejerce la Embajada norteamericana en El Salvador contra dirigentes del FMLN en el gobierno, los convenios para facilitar la presencia de buques de Guerra y marines en Costa Rica, o el anuncio del Plan Centroamérica hace un par de semanas en Tegucigalpa, signados todos ellos por la gravitación permanente de funcionarios estadounidenses en las capitales centroamericanas, no hacen sino ratificar esas tendencias de dominación que describimos antes.
El analista salvadoreño Oscar Fernández, en un artículo publicado por la revista salvadoreña ContraPunto, lo dice con acierto: “la verdadera política exterior hacia América Latina, la delinea y ejecuta el Pentágono, al margen de la Casa Blanca y con un presupuesto el doble del asignado a la señora Clinton y su diplomacia. El presidente de los Estados Unidos, ciertamente es un hombre poderoso, pero no olvidemos que otros poderes son los que definen la esencia imperialista militarista en el mundo y en ninguna circunstancia están dispuestos a debilitarlo”.
Enmarcar la visita del presidente Obama a El Salvador en este contexto nos parece de la mayor importancia: para no alimentar expectativas y falsas ilusiones, allí donde no las hay; pero de modo especial, para no olvidar que la Centroamérica negada, olvidada por el mercado y los gobiernos; la Centroamérica de los cientos de miles de inmigrantes que emprenden su viaje hacia la muerte o la explotación cada año; la Centroamérica de los pobres y los excluidos, sigue siendo la eterna ausente de los banquetes y cónclaves del poder.
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