Argentina, Bolivia, Ecuador, Venezuela: la pugna por los procesos de cambio sigue abierta y solo de la fortaleza y organización de los sectores populares dependerá qué rumbo tomen estos países en el futuro.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
El caracazo venezolano de 1989 marcó un hito en la historia reciente de América Latina. Fue la clarinada de que el aguante de los sectores populares ante las reformas neoliberales estaba tocando un límite infranqueable. De ahí en más se sucedió toda una serie de alzamientos que desembocaron más tarde en gobiernos de mayor o menor radicalidad, lo cual quiere decir mayor o menor acercamiento con la necesidad de construir modelos de desarrollo alternativos al neoliberal.
Mucho se ha discutido en estos últimos 10 años sobre el carácter de estos regímenes. Uno de los temas centrales ha sido el de si realmente han podido dar el salto hacia algo que podríamos llamar posneoliberalismo o socialismo (con el apellido que sea), o si solo se trata de gobiernos que, aunque le atribuyen una mayor importancia a las políticas sociales en sus programas de gobierno, éstas no alcanzan como para romper con el viejo modelo haciéndolo, incluso, más eficiente en algunos casos. Las ganancias récord obtenidas por los banqueros venezolanos en el 2010 sería un ejemplo de ello.
No se trata, claro está, de desvalorar los avances y los logros de estos gobiernos. Con ellos, en América Latina se ha inaugurado una nueva etapa que tendencialmente lleva en una dirección distinta a la del período de las reformas neoliberales. Pero ciertos acontecimientos recientes muestran que aquellos sectores sociales que fueron la gasolina que alimentó los movimientos que los llevó al poder del Estado están alertas y no necesariamente contentos.
Si, por ejemplo, algunos de los movimientos opositores, muchas veces violentos, de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina, tienen tras de sí la mano siniestra de la derecha más reaccionaria, vinculada a los intereses norteamericanos en la región, otros no tienen ese cariz y responden más bien a la frustración por lo que interpretan como inconsecuencia de los dirigentes con los intereses y necesidades de los sectores sociales que los encumbraron.
El caso más claro es el del llamado gasolinazo en Bolivia. La ira popular fue la reacción ante una medida que fue interpretada como una traición. No solamente no se discutió previamente, sino que se impuso en circunstancias que recuerdan las peores prácticas de la política tradicional, un 25 de diciembre por la noche, cuando todo el mundo se encuentra en medio de las celebraciones de fin de año, con la atención volcada hacia cualquier lado menos la política.
Evo Morales y su gobierno han pagado caro este craso error político. Las encuestas muestran el derrumbe que ha tenido su popularidad. Tal vez esto signifique que, tal como el mismo Evo lo ha dicho en algunas oportunidades, el poder solo lo tienen prestado, es decir, mientras muestren y demuestren con hechos concretos que se encuentran encarrilados en una dirección coincidente con lo que dicen sus discursos.
En Venezuela también han aparecido signos que pueden leerse en el sentido que venimos apuntando. Las últimas elecciones legislativas fueron menos positivas para el oficialismo de lo que éste esperaba y deseaba. La oposición sigue disgregada y sin proyecto propio, pero aún así han logrado aglutinar a sectores descontentos que les han permitido mirar con cierto optimismo las elecciones presidenciales del año entrante.
Entendemos que la composición social de quienes se han manifestado en ambos casos es diferente. Los protestantes bolivianos tienen un perfil popular que no poseen los venezolanos; pero en ambos casos se pone en jaque a los proyectos que, en esta etapa de la historia latinoamericana, constituyen la punta de lanza en el proceso de búsqueda de modelos alternativo de desarrollo. Si hablamos de ésta como una etapa, también pensamos que pueden y deben venir otras, de profundización de los cambios, de mayor alejamiento del modelo neoliberal.
Lo que ha mostrado Bolivia es que la pugna sigue abierta, y que solo de la fortaleza y organización de los sectores populares dependerá qué rumbo tomen estos países en el futuro.
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