Como nunca antes, en América Latina leemos a Donald Worster desde la necesidad de encarar un problema cultural y político que está en el corazón mismo del ambientalismo contemporáneo: aquel que se deriva del hecho de que, siendo el ambiente el producto de las interacciones entre la sociedad y su entorno natural, quien aspire a un ambiente distinto tendrá que contribuir a la construcción de una sociedad diferente.
Guillermo Castro Herrera / Especial para Con Nuestra América
Conferencia en el I Simposio de la Red Mexicana de Historia Ambiental. Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 17 de noviembre de 2011.
1. Donald Worster
Hace unos veinte años, un joven candidato al doctorado en estudios latinoamericanos por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México, empeñado en la tarea de contribuir a la creación de un marco de referencia para el estudio de las relaciones entre los seres humanos y el medio natural en nuestra región, recibió una atenta carta de respuesta a su solicitud de opinión y orientación hecha a un destacado especialista en la materia, profesor en la Universidad de Kansas. A partir de allí, ese contacto – originado por el descubrimiento, en el Centro Lincoln Juárez del Distrito Federal, del ensayo de Donald Worster “Transformations of the Earth. Toward an agroecological perspective in history”, publicado por el Journal of American History en marzo de 1990 – pasó a ser el punto de partida de lo que hoy es, en efecto, una relación del más sincero afecto hacia un maestro que es también un amigo.
Cuando aquel contacto se produjo, un grupo pequeño de latinoamericanos que no se conocían entre sí se interesaba en el abordaje de los problemas ambientales en perspectiva histórica desde lugares tan distantes como México, Argentina y Panamá. Hoy, cuando la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental se encamina hacia su VI Simposio, a realizarse en Villa de Leyva, Colombia, en junio del próximo año, y la Red Mexicana de Historia Ambiental acoge en esta reunión a Donald Worster para ofrecerle un merecido reconocimiento por parte de sus colegas del Bravo a la Patagonia, descubrimos que aquel primer impulso de origen ha dado lugar a todo un nuevo campo de actividad académica en nuestra región.
Desde ese campo – como desde otros que también conocen hoy un vigoroso desarrollo entre nosotros, como los de la ecología política, la economía ecológica y la economía ambiental – nuestra América se suma con voz propia al proceso de irrupción de la naturaleza en el campo de las ciencias humanas, que constituye sin duda uno de los hechos más notables de la cultura de nuestro tiempo. De una manera que aún parece casi súbita por contraste con el prolongado período de especialización y separación de campos que precedió al tiempo que vivimos, lo ambiental se torna en objeto de preocupación y estudio para la economía, la sociología, la ciencia política y, naturalmente, la historia. En alguna medida, esta tendencia nueva a la interacción y la síntesis expresa la necesidad de dar forma a las preguntas que nos plantea la época en que vivimos, en lo que hace al carácter y el significado de la crisis por la que atraviesan las relaciones entre los humanos y su entorno natural.
En el plano cultural, el alcance de esta crisis se expresa en la formación y difusión del concepto mismo de ambiente, para dar cuenta de los resultados de esa interacción en su desarrollo como en sus consencuencias. Hoy sabemos, en efecto, que el ambiente es el resultado de antiguas y prolongadas intervenciones humanas en los ecosistemas de los que depende nuestra existencia, entre cuyas consecuencias se incluyen nuestros problemas ambientales del presente. Empezamos, en breve, a entender el ambiente en perspectiva histórica, y a la propia historia en perspectiva ambiental - como lo sugiere Enrique Leff, por ejemplo, al decirnos que la historia ambiental es la historia del concepto de ambiente.
Este universo de problemas define en una importante medida la obra de Donald Worster, quien definió hace medio siglo ya su voluntad de contribuir a la construcción de una historia que fuera nueva en cuanto resultara del uso de una perspectiva ecológica en el estudio de la interacción entre los humanos y sus entornos a lo largo del tiempo, de las consecuencias que resultan de esa interacción para ambos y, sobre todo, de su significado cultural y moral en el desarrollo de nuestra especie. No es el caso citar aquí en detalle la obra que ha resultado de ese empeño. Ella incluye entre sus títulos más conocidos Nature's Economy. A history of ecological ideas; The Wealth of Nature. Environmental history and the ecological imagination; Dust Bowl: the southern plains in the 1930s; Rivers of Empire. Water, Aridity and the Growth of the American West; A River Running West: the life of John Wesley Powell, y A Passion for Nature: The Life of John Muir. Cabe resaltar, sí, el lugar que en esa obra ocupa un conjunto de ensayos – desde "La Historia como Historia Natural: un ensayo sobre teoría y método", de 1984, hasta “Encuentro de Culturas: la historia ambiental y las ciencias ambientales”, de 1996 - que aportan un conocimiento de primera mano de los orígenes, tendencias y preocupaciones fundamentales de la historia ambiental. Entre ambos, como el punto de apoyo de la palanca de Arquímides, se ubica "Transformaciones de la Tierra: hacia una perspectiva agroecológica en la historia”.
2. Transformaciones de la Tierra.
“Transformaciones de la Tierra” nace de un debate convocado a fines de la década de 1980 para discutir, en su contenido y su alcance, los primeros logros obtenidos en el desarrollo de aquella nueva historia que hoy llamamos ambiental. Su punto de partida no podía ser más sencillo: la nueva historia, decía Worster en su ensayo, “rechaza la presunción común de que la experiencia humana ha estado exenta de restricciones naturales, de que la gente constituye una especie única y separada, de que las consecuencias ecológicas de nuestros hechos pasados pueden ser ignoradas.”
Esta nueva modalidad de abordaje de nuestro pasado había empezado a tomar forma en la década de 1970, “al mismo tiempo que tenían lugar conferencias sobre el problema global y que adquirían impulso movimientos ecologistas populares”. Así, la historia ambiental había nacido “de una fuerte preocupación moral”, para madurar hasta convertirse en una empresa intelectual cuyo objetivo consistía
en profundizar nuestra comprensión acerca del modo en que los humanos se han visto afectados por su medio ambiente natural a lo largo del tiempo y, a la inversa y de manera quizás más importante ante la preocupación global de nuestro tiempo, cómo han afectado los humanos al medio ambiente, y con qué resultados.
A partir de esas preocupaciones, decía, la historia ambiental hacía un uso nuevo “del trabajo acumulado de geógrafos, especialistas en ciencias naturales y otros”, para ocuparse en primer término “del papel y el lugar de la naturaleza en la vida humana”, encontrado sus temas esenciales en cualquier lugar en que “las dos esferas, la natural y la cultural, se confrontan o interactúan la una con la otra”.
Para ese propósito, Worster proponía un esquema metodológico que no ha hecho sino ganar en riqueza y atractivo desde entonces. La nueva historia, decía, operaba en tres niveles de relación, “cada uno de los cuales depende de una variedad de otras disciplinas y requiere de métodos especiales de análisis”. El primero de ellos se refería al descubrimiento “de la estructura y la distribución de los ambientes naturales en el pasado”, como un requisito indispensable, en cuanto que para escribir historia ambiental era imprescindible entender en primer término “a la naturaleza misma -específicamente, a la naturaleza tal como estaba organizada y funcionaba en tiempos pasados.”
El segundo nivel de relación estaba referido a “la tecnología productiva en la medida en que ésta interactúa con el medio ambiente”, haciendo énfasis en el análisis de “las diversas maneras a través de las cuales la gente ha intentado convertir a la naturaleza en un sistema que produce recursos para su consumo” y en los cambios en la distribución del poder en la sociedad ocurridos a partir de esas transformaciones de la tierra. Por último, era necesario atender a “aquel tipo de encuentro más intangible, puramente mental, en el que las percepciones, las ideologías, la ética, el derecho y los mitos se han convertido en parte del diálogo de un individuo o unos grupos con la naturaleza”, generando “patrones de percepción humana, ideología y valoración” que operan “con todo el poder de grandes capas de hielo glacial, moliendo y empujando, reorganizando y recreando la superficie del planeta.”
El “gran desafío” de la historia así concebida, agregaba enseguida, radicaba en decidir cómo y dónde establecer conexiones entre esos niveles de relación. Al respecto, sugería que la clave mayor en la solución de este problema radica en el segundo de esos niveles - el del “análisis de los modos de producción como fenómenos ecológicos”, sobre todo “en cuanto están articulados en la agricultura”.
A partir de aquí, y de un modo característico de la gran tradición ambiental de la academia noratlántica, Worster reivindica en su ensayo la necesidad de un diálogo constante entre la historia y la ecología, en cuanto ésta “revela un dominio más allá de nuestras economías humanas, y más allá del trabajo que realizamos en él”,
una vasta, elaborada y compleja "economía de la naturaleza", un dominio organizado que se encuentra trabajando de manera hábil y enérgica para satisfacer las necesidades de todos los seres vivientes, creando lo que podría ser calificado como los "valores" indispensables de la existencia. Sin el funcionamiento callado de esa economía mayor, sin los valores creados por una naturaleza laboriosa, ningun grupo o pueblo podría sobrevivir por una hora, y la creación de la historia llegaría a su fin.
Dentro de ese conjunto mayor, añade, un ecosistema es “un subconjunto de la economía global de la naturaleza -un sistema local o regional de plantas y animales que trabajan junto para crear los medios de sobrevivencia”.
Así comprendido el ecosistema, el historiador puede asumirlo como una herramienta para “una comprensión más completa del pasado humano”, centrada en particular en el concepto de agroecosistema, definido como “un ecosistema reorganizado para fines agrícolas- un ecosistema domesticado”, “una versión truncada de algun sistema natural original” que resulta de “una reorganización, no de un rechazo, de procesos naturales”, y vulnerable por lo mismo ante las fuerzas naturales. De nuestra capacidad para crear y mantener esos agroecosistemas depende nuestra existencia como la especie que somos. Por ello, dice Worster, rastrear, trazar y explicar tales transformaciones ecológicas “ha de ser el paso primero y más esencial en la redacción de la historia del planeta.”
Desde aquí, el ensayo coteja los agroecosistemas anteriores al capitalismo – que, dice, “se basaban en una estrategia predominante de subsistencia” y preservaban mucho de la diversidad y complejidad de la naturaleza, y se constituían así en ”una fuente de estabilidad social, generación tras generación” – con los forjados a partir del siglo XV – “y de manera cada vez más rápida en los siglos XVIII y XIX” – cuyo desarrollo, dice, “acarreó un conjunto de cambios en el uso del suelo tan amplios y revolucionarios como los que produjo la revolución Neolítica.” Para el análisis de esta gran transformación, Worster recurre al concepto de modo de producción, encarando siempre a la herramienta a partir de su utilidad para la solución de los problemas que le interesan. Así, dice, para los marxistas
el rasgo distintivo fundamental del nuevo modo ha consistido en la reestructuración de las relaciones humanas: la compraventa de fuerza de trabajo como una mercancía en el mercado, y la organización de la misma con el fin de producir más mercancías para la venta. Pero, sobre todo, esta definición no incorpora la perspectiva del historiador del ambiente: no reconoce que la era de la producción capitalista introdujo una relación nueva y característica de la gente hacia el mundo natural. La reorganización de la naturaleza, y no sólo de la sociedad, es lo que debemos develar.
El aporte que hace Worster aquí gana en valor por el hecho mismo de que esta afirmación pueda y deba seguir siendo objeto de debate – a partir por ejemplo de lo planteado por autores como John Bellamy Foster en La Ecología de Marx, o por James O’Connor en Causas Naturales. Y ese valor quizás incluya el hecho de que, al explorar las consecuencias culturales y morales de la mercantilización de las relaciones entre los humanos y el mundo natural, Worster haya contribuido más de lo que él mismo quizás imagina a fomentar la renovación del marxismo en lo que hace a la cutura ambiental.
En esa perspectiva, tienen especial importancia sus observaciones sobre el desarrollo del monocultivo como agroecosistema fundamental del capitalismo, en el cual “una parte de la naturaleza ha sido reconstituida al punto de que produce únicamente una especie, la cual crece en la tierra sólo porque en alguna parte hay un mercado que la demanda con fuerza.” Y a ese mérito se agrega el de resaltar la importancia de dos factores - de indudable importancia para nosotros – que contribuyeron a oscurecer la tendencia “hacia la pérdida masiva de complejidad ecológica en la nueva agricultura”: el descubrimiento y colonización de las Américas por las naciones europeas, que “puso a disposición de los agricultores un asombroso conjunto de nuevas especies de plantas a cultivar en sus campos”, y “el ascenso casi simultáneo de la ciencia moderna, tanto en la práctica como en la teoría, y en su aplicación a la agricultura.”
“Transformaciones de la Tierra” no llega mucho más allá en su planteamiento. Su objetivo mayor consiste en demostrar la existencia de un problema, y la necesidad de encararlo. Desde la perspectiva ecológica que propone, añade el autor, la interpretación histórica de los últimos siglos puede resultar “más oscura, menos complaciente que las que hemos conocido”, pero ella puede y debe conducirnos al fin mayor de comprender que el mundo natural que nos rodea -“floreciente, zumbante, aullante”-:
siempre ha sido una fuerza en la vida humana. Lo es aún hoy, pese a todos nuestros esfuerzos por liberarnos de tal dependencia, y a pesar de nuestra frecuente reticencia a reconocer nuestra dependencia hasta que resulta demasiado tarde y una crisis se hace sentir sobre nosotros.[…] La historia ambiental apunta a traer de vuelta a nuestra conciencia ese significado de la naturaleza y, con la ayuda de la ciencia moderna, a descubrir algunas verdades frescas acerca de nosotros mismos y de nuestro pasado. […] Sea cual sea el terreno en el que el historiador del ambiente escoja investigar, ha de encarar el milenario problema de cómo puede la humanidad alimentarse a sí misma sin degradar la fuente primaria de la vida. Hoy, como siempre, ese problema constituye el desafío fundamental en la ecología humana, y enfrentarlo requerirá conocer bien a la Tierra - conocer su historia, y conocer sus límites.
3. América Latina, 1992 - 2012
La América Latina desde la que leemos a Donald Worster hoy es muy distinta de la que existía cuando Transformaciones de la Tierra fue traducido al español por primera vez. Entonces, la región ingresaba al clima de expectativas entusiastas creado por Rio 92, como hoy se acerca a Rio + 20 en un clima de expectativas decrecientes en lo que hace al sistema internacional. Esto no es de extrañar, si consideramos que nuestro camino hacia Rio + 20 discurre a lo largo de un proceso marcado por dos líneas de conflicto vinculadas entre sí de manera cada vez más compleja.
Una de esas líneas está asociada a la transformación masiva de la naturaleza en capital natural, mediante vastos procesos de reordenamiento territorial y la inversión en infraestructuras de gran escala. La otra, a la creciente resistencia a esa mercantilización por parte de movimientos indígenas, campesinos y de capas medias urbanas, y reclaman en cambio formas alternativas de relación con el mundo natural asociadas de manera cada vez más íntimas a formas nuevas de organización de la vida social.
Así, no es de extrañar que un organismo como la CEPAL – tras recapitular los mandatos y acciones derivados de Rio 92 y Rio + 10 -, señale que “los grandes retos de la región en materia de desarrollo sostenible siguen siendo los mismos de antes, pero ubicados en un contexto nuevo y más exigente de cambio climático y de reajuste del poder económico mundial.” En ese contexto, se añade, la buena noticia es que nuestra circunstancia está definida ahora por el crecimiento económico de la región durante la última década; su creciente importancia en la economía mundial; el fortalecimiento de sus organizaciones estatales, y lo logrado en materia de reducción de la pobreza.
A eso habría que agregar, si de ambiente se trata, la masificación del interés por los problemas ambientales; la creciente incidencia de ese interés en nuestros movimientos sociales, y la renovada vigencia del pensamiento latinoamericano en este campo, a partir de la labor de una intelectualidad que recoge lo mejor de una tradición que se remonta al menos a la sefunda mitad del siglo XIX y lo vincula a lo mejor, también, de los grandes debates contemporáneos sobre el tema. Y esto no es poca cosa, cuando de lo que se trata hoy no es de encontrar soluciones a los problemas ambientales que encara nuestra especie en este momento de su desarrollo dentro de un orden mundial que se desintegra, sino de establecer con claridad las opciones de futuro que se abren a partir de esa desintegración en curso.
Como nunca antes, por tanto, leemos a Donald Worster desde la necesidad de encarar un problema un problema cultural y político que está en el corazón mismo del ambientalismo contemporáneo: aquel que se deriva del hecho de que, siendo el ambiente el producto de las interacciones entre la sociedad y su entorno natural, quien aspire a un ambiente distinto tendrá que contribuir a la construcción de una sociedad diferente. Contribuir a la identificación de esa diferencia, y a la de los términos de su viabilidad, es quizás el mayor desafío que encara hoy nuestra historia ambiental. Y ese desafío, precisamente por lo claro de su carácter político, demanda en primer término una clara renovación cultural.
Para nosotros, esto significa en primer término trascender, más que superar, los marcos de referencia del liberalismo triunfante que, de Domingo Faustino Sarmiento acá, nos han llevado a organizar nuestro pensamiento y nuestra imaginación a partir de las antinomias sucesivas de la civilización y la barbarie, del progreso y el atraso, y del desarrollo y el subdesarrollo, siempre estructuradas a partir de referentes Noratlánticos. Por ese camino, hemos llegado una y otra vez a la conclusión de que solo el crecimiento económico – y sobre todo aquel sustentado en la oferta de lo que Nicolo Gligo ha llamado las “ventajas espurias” del acceso a la mano de obra y los recursos naturales baratos, y de la posibilidad de transferir a la sociedad los costos ambientales que ese tipo de crecimiento genera – puede dar solución a nuestros problemas.
De esa práctica ha resultado que la presencia de lo ambiental en nuestra vida cultural y política tiende a reproducir, una y otra vez, la visión que proclama como natural – y no histórica – la reducción de la naturaleza a la condición de un conjunto de recursos a ser administrado con tanta eficiencia como sea posible en función de las demandas del mercado mundial. De la crítica a las consecuencias prácticas de esa visión tendríamos que llegar, ahora, a prestar nueva atención a la advertencia que a fines del siglo XIX nos hiciera José Martí: la de que no hay en nuestra América batalla entre la civilización y la barbarie, sino “entre la falsa erudición y la naturaleza.”
En este terreno, la lectura de Worster desde América Latina revela y confirma la trascendencia de la cultura como elemento de relación con la naturaleza. Su deuda es más profunda con Henry David Thoreau que con los hermanos Odum, como era profunda también la deuda de Martí con Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman. Eso explica, quizás, la cálida cercanía de la obra de Worster con nuestra propia labor: nos habla desde una cultura que tiene más en común con la nuestra de lo que imaginamos, y que ahora empieza a aflorar con un vigor renovado en su mundo como en el nuestro.
Para fecundar el diálogo y enriquecer la colaboración que esa comunidad de cultura hace posible, es necesario conocer y comprender cada vez mejor los procesos, siempre conflictivos, a través de los cuales se ha venido construyendo el ambiente como ámbito de relación de los seres humanos entre sí y con su entorno en nuestra América. Y para hacer esto posible es imprescindible sostener y fomentar día a día los esfuerzos que nos han llevado a constituirnos ya en la comunidad académica que merecemos ser, a partir de aquel Primer Simposio de Historia Ambiental Americana realizado en junio de 2003 por iniciativa de un grupo de colegas del Departamente de Historia Ecológica de la Universidad de Chile.
Hemos creado ya, en breve, la posibilidad de sumarnos a la gran tarea colectiva de empezar a hacer – y no solo escribir – una historia planetaria como la que una vez pidiera Donald Worster, en colaboración con todos aquellos que, al Norte, al Este y al Oeste de nuestra América comprenden que el desarrollo de nuestra especie solo será sostenible por lo humano que llegue a ser. En esta tarea mayor, la obra de Donald Worster tiene mucho que aportar a la mejor comprensión del sustrato histórico y cultural que compartimos, porque tanto su labor como la nuestra se remiten a fin de cuentas a interacciones de escala planetaria, que definen los problemas que compartimos como definirán los modos en que será resueltos, cuando lo sean.
Ciudad del Saber, Panamá / Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Noviembre de 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario