En Centroamérica vemos el triple encuentro del poder político, militar y económico: recientemente se lanzó el proyecto multimillonario de un corredor seco entre las costas del mar Caribe y las del Océano Pacífico en Guatemala, de 362 kilómetros de extensión, para el que el Ejército ya participó formando técnicos, y en el que algunos de los principales accionistas son exmilitares que, por su cercanía con el presidente electo, se sienten eufóricos con el futuro de esta obra de infraestructura.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Fotografía ilustrativa: soldados del ejército de Guatemala)
De distintas formas y maneras, los militares vuelven a ocupar lugares centrales en la política y la economía centroamericana. Alguien podría preguntarse, en buena lid, si en algún momentos éstos se fueron realmente y sí, se le puede responder que los militares tuvieron un período de reflujo en la política después de la culminación de la guerra, que puede identificarse simbólicamente con la firma del último tratado de paz de la región entre la guerilla guatemalteca y el gobierno; eso sucedió en 1996.
En función de ellos, los ejércitos de El Salvador y Guatemala redujeron sus efectivos considerablemente, y el estamento militar dejó de participar activamente como instrumento principal de la política estatal. Los organismos policiales se desmilitarizaron y, por lo menos formalmente, disminuyó la influencia que tenía el Ejército sobre ellos.
En Guatemala, sin embargo, algunos de los protagonistas de la aplicación de la política de seguridad nacional siguieron participando, pero en su calidad de exmilitares. Un caso ejemplar en este sentido es el del exgeneral Efraín Rios Montt, quien llegó a ser presidente del Congreso de la República. Sin embargo, el protagonismo de los militares ha conocido una escalada en los últimos años, tanto en la política como en la economía o, para decirlo más claramente, en la política y la economía, pues éstas se encuentran estrechamente vinculadas en su accionar.
Un factor que coadyuva de forma importante a este retorno de los militares al protagonismo es la llamada guerra contra el narcotráfico, que tiene como principal impulsor a los Estados Unidos de América, y que necesita de la presencia de la “mano dura” que los militares respresentan. Los militares son, también, socios fiables, con los que han trabajado en Centroamérica desde, por lo menos, los años 30 del siglo XX, cuando pusieron a Tacho Somoza al frente de la recién creada Guardia Nacional de Nicaragua, y del cual nunca ignoraron que se trataba de un corrupto y cruel dictadorzuelo de una Banana Republic,pero que servía fielmente a sus intereses políticos: “Puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta” dijo de él Franklin Delano Roosevelt.
Ahora, cuando el poder norteamericano flaquea en América Latina, Centroamérica retoma, con toda nitidez, el destino de ser su patio trasero, y ahí están los militares para echarles una mano.
No se trata, sin embargo, de un camino de una sola vía, es decir, de ser ejecutores fieles de los dictados del imperio, sino de ida y vuelta, a saber, en el que los intereses de ambos se satisfacen.
En medio de la vorágine que vive diariamente la sociedad a causa de la violencia, los militares aparecen para mucha gente como el último salvavidas al cual agarrarse antes de morir. Son la imagen de la represión por excelencia, de la mano dura, y ya han demostrado en el pasado que pueden ser implacables con quien se ensañan. No sabe la mayoría, sin embargo, que mandos medios y altos de los ejércitos centroamericanos se encuentran profundamente penetrados por el narcotráfico y la criminalidad organizada, constituyendo eslabones imprescindibles para el trasiego de drogas por la región. No sabe, tampoco, que en ese negocio se encuentra inmerso hasta las cachas los mismos Estados Unidos de América que, en muy buena medida, como afirma el salvadoreño Carlos Rojas, tienen en el narcotrafico al gran sustentador subterraneo de su quebrada economía, por lo que no les interesa resolver el problema ni en su propio territorio; al contrario, lo exacerba asegurando el libre flujo de narcóticos en la región.
Por eso, los militares cuentan con un horizonte prometedor para su retorno. En El Salvador, a pocos días de cumplirse el vigésimo aniversario de los Acuerdos de Paz, y violándolos claramente, el gobierno de Mauricio Funes nombra a un militar en la cartera de seguridad. En Guatemala es electo el general retirado Otto Pérez Molina, lo que envalentona a la recalcitrante derecha guatemalteca.
No se trata solo de política. Atrás de todo, ocultos y silenciosos, están lo negocios millonarios que consolidan al estamento militar como un grupo con poder económico importante: en esta semana que termina se lanzó el proyecto multimillonario de un corredor seco entre las costas del mar Caribe y las del Océano Pacífico en Guatemala, de 362 kilómetros de extensión, para el que el Ejército ya participó formando técnicos, y en el que algunos de los principales accionistas son exmilitares que, por su cercanía con el presidente electo, se sienten eufóricos con el futuro de esta obra de infraestructura.
En la Cuenca del Caribe, Estados Unidos mantiene 28 bases militares. Ha impulsado el Plan Colombia, el Plan Mérida, La Iniciativa Mesoamérica, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y otro con Centroamérica y República Dominicana.
La cuenca es su mare nostrum y los militares una pieza vital de su estrategia.
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