El camino que han emprendido los latinoamericanos parte del empoderamiento de sectores nacional-populares luego de la debacle que se sufriera en la región por la aplicación de las medidas económicas asociadas al Consenso de Washington; responde, pues, a procesos y tendencias propias, de creciente madurez política.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
En estos días se reúnen en Caracas, Venezuela, 33 presidentes y jefes de estado de América Latina y el Caribe para conformar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), un paso gigantesco en el proceso de profundización de nuestra autonomía como región.
Han debido pasar doscientos años para que nuestro subcontinente se desperece y de pasos ciertos y efectivos que permitan pensar con cabeza propia, en función de nuestros intereses y necesidades regionales, sin la injerencia prepotente y avasalladora del norte.
Sería ocioso repasar todos los esfuerzos que desde Bolívar, e incluso antes, se han planteado para que este inmenso territorio que hoy conocemos como América Latina tenga voz propia sin injerencias externas que siempre llevan agua para su molino.
Pero los procesos y tendencias que se han desencadenado en los últimos diez años van permitiendo que, paulatinamente, el sueño de una América Latina unida se vaya haciendo realidad. En esto, un papel de primer orden debe reconocérsele al gobierno presidido por Hugo Chávez, que con tenacidad y constancia no ha cejado un minuto en impulsar todo tipo de iniciativas integradoras y unionistas. Su política ha recibido, merecidamente para su referente original, el nombre de bolivariana, haciendo mención de aquel que, aún sabiendo las limitaciones que le imponían las condiciones políticas de su tiempo, convocó al Congreso Anfictiónico de Panamá.
A la CELAC la precede toda una serie de organizaciones que han venido acercando a los diferentes países en distintos ámbitos: la UNASUR, el ALBA, Petrocaribe, el MERCOSUR; pero es ésta la que tiene más aliento, la que incorpora al más amplio espectro de naciones latinoamericanas y la que más claramente asume su papel político. No es, pues, un punto de llegada sino uno de partida, un punto de arranque en este mundo convulso, en grave crisis, en el que nace.
En efecto, la CELAC se estructura en una coyuntura marcada por una de las más profundas crisis del capitalismo contemporáneo, crisis que ha puesto en jaque el andamiaje de todo el sistema económico-político al golpear sus centros neurálgicos: Estados Unidos y la Unión Europea. Hasta el momento, la subregión latinoamericana ha logrado sortear la coyuntura negativa de forma relativamente indemne (dada la magnitud de los acontecimientos), pero el futuro puede no ser tan benigno. En este sentido, urge profundizar las relaciones interregionales de todo tipo para poner un blindaje ante los embates que, de seguro, llegarán en algún momento.
Dos cosas debemos destacar y aclarar de lo antedicho: primero, que la necesidad de la integración y eventualmente la unión regional no responde únicamente (y tal vez tampoco en primer lugar) a razones románticas, sino que tienen una dimensión pragmática de primer orden. Y en segundo lugar, que a pesar que la coyuntura mundial actual urge a tomar este tipo de medias, la CELAC no nace con miras cortas, es decir, como una respuesta a una situación eventualmente pasajera de crisis, sino apunta a estructurar vínculos y relaciones duraderas que le den un carácter y un peso distinto a la región en el concierto mundial de las naciones.
Estamos viviendo y viendo en nuestros días el nacimiento de una nueva era, de un tiempo en el que, por fin, se empiezan a concretar los anhelos nacidos del diagnóstico de postración y sometimiento de toda nuestra vida independiente. Siempre había algo o alguien que ponía obstáculos insalvables en el camino y los sueños quedaban en el camino. Unos dicen que esto se debe a que los Estados Unidos de América ve hacia otra parte y ha “descuidado” el espacio en el que tradicionalmente prevalecieron sus intereses. Pero lo cierto es que los Estados Unidos han hecho todo lo posible por hacer prevalecer sus intereses cuando así lo han requerido, y no han parado mientes en ello. El golpe de estado en Honduras hace dos años así lo hace ver. El camino que han emprendido los latinoamericanos parte del empoderamiento de sectores nacional-populares luego de la debacle que se sufriera en la región por la aplicación de las medidas económicas asociadas al Consenso de Washington; responde, pues, a procesos y tendencias propias, de creciente madurez política.
Como dijo Ernesto Guevara de la Serna: “si fuéramos capaces de unirnos, qué hermoso y qué cercano sería el futuro”
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