No tener odio en el corazón no implica que no estemos convencidos de que para que haya un nunca más debe de haber Memoria, Verdad y Justicia.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Hace algunos años publiqué un libro que actualmente es distribuido por F&G editores que lleva un título desesperanzador: Los que siempre estarán en ninguna parte. Con ello lo que quise decir es que los desaparecidos rara vez aparecen. Por lo menos esto es lo que ha sucedido en Guatemala con la inmensa mayoría de las 45 mil víctimas de desaparición forzada. La inmensa mayoría de estos desaparecidos lo son porque fueron secuestrados, torturados, ejecutados extrajudicialmente por las diversas agencias del Estado guatemalteco. La gran tragedia es que la gran mayoría de estos desaparecidos desaparecen nuevamente porque no tienen rostro, se han vuelto una estadística, en no pocas ocasiones a sus familiares les da vergüenza o temor que se sepa que cuentan con familiar desaparecido, las autoridades gubernamentales negaron y niegan cualquier información sobre ellos y paulatinamente su memoria se va disolviendo. Terminan estando en ninguna parte.
No todos los desaparecidos corren igual fortuna. Una parte importante de ellos son recordados y enarbolados como bandera por sus familiares e instituciones como el Grupo de Apoyo Mutuo (GAM) y Familiares de desaparecidos de Guatemala (FAMDEGUA). Y de otros, muy pocos, acaso contados con la mano, han aparecido sus restos. Recuerdo muy bien el caso de mi amigo y colega Jorge Romero Imery, desaparecido en 1981 y cuyos restos fueron encontrados meses después en algún lugar de la costa sur del país. Ahora sabemos del caso de Sergio Saúl Linares Morales, un joven ingeniero de 30 años quien fue capturado el 23 de febrero de 1984 por las agencias represivas del gobierno del general Héctor Humberto Mejía Víctores. Los esbirros de la dictadura militar fueron el mismo día de su desaparición forzada a la casa de su madre y la golpearon, complementando con el saqueo su acción represiva.
Los restos de Sergio fueron encontrados en el 2003 en la fosa IX del antiguo destacamento militar de San Juan Comalapa y fue identificado el 1 de noviembre por medio de sus restos óseos y la coincidencia de ADN con sus familiares. Sergio había sido parte de la organización estudiantil FRENTE, miembro del Consejo superior Universitario de la USAC en 1977 y en el momento de su captura trabajaba en el Instituto de Fomento Municipal. Su caso es relevante porque es uno de los 182 capturados que aparecen en el llamado Diario Militar en las fichas elaboradas por los aparatos represivos. Por esa ficha sabemos que Sergio permaneció en manos de sus victimarios hasta el 29 de marzo de 1984, fecha en la cual fue ejecutado. No podemos sino imaginar, como lo hizo el padre Ricardo Falla en la misa de su sepelio, el infierno de torturas y sufrimiento que Sergio vivió hasta el momento en que fue asesinado.
Me he enterado que los hijos de Sergio continuaron sus vidas y se han convertido en personas de bien. Alejandra es abogada y Sergio Alfonso es ahora un ingeniero mecánico con una maestría en la Universidad del Valle. Sergio Alfonso, quien nunca conoció a su padre, porque Sandra su madre estaba encinta cuando desaparecieron a Sergio, lleva los nombres de su padre y de su abuelo materno, Julio Alfonso Figueroa, asesinado por la dictadura de Lucas García en marzo de 1980. A ellos, como a sus madres, les deseo que lleven una vida con alegría y sin rencores. El odio que podemos llevar los sobrevivientes o familiares de las víctimas de la represión estatal siempre se revierte en una amargura propia, en un resentimiento estéril. Estoy convencido que hay hechos más odiosos aun que los victimarios de los 45 mil desaparecidos y los 150 mil ejecutados que dejó el conflicto interno. La miseria de millones de guatemaltecos, las insultantes desigualdades, los aberrantes privilegios, la corrupción, la impunidad son algunos de ellos.
No tener odio en el corazón no implica que no estemos convencidos de que para que haya un nunca más debe de haber Memoria, Verdad y Justicia. Ahora que sabemos muy bien que Sergio muy probablemente fue ejecutado en el destacamento militar de Comalapa, porque sus restos fueron allí encontrados, inevitablemente surgen preguntas. ¿Quién era el comandante de dicho destacamento en marzo de 1984? ¿Quiénes eran sus subalternos? Probablemente allí empiece el hilo de una tenebrosa madeja que acaso pase por la sección de inteligencia del ejército, por el Estado mayor presidencial o por cualquier otra sección de las fuerzas armadas y que inevitablemente termine en la presidencia de facto del general Mejía Víctores.
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