El fracaso del Consenso de Washington y de la doctrina neoliberal han dado lugar a un fenómeno imparable, la desoccidentalización (las recientes elecciones en Marruecos y Egipto son una muestra), que no estaba en los limitados esquemas del pensamiento occidental ni de derecha ni de izquierda.
Walter D. Mignolo / Página12
A mediados de la primera década del Siglo XXI hubo una ola de entusiasmo por el giro a la izquierda de los gobiernos de América latina. La elección de Evo Morales en Bolivia me permitió preguntar si se trataba de un giro a la izquierda o de un giro descolonial. Había muchos indicios, hacia 2006, de que así sería. El discurso inaugural de Rafael Correa en su primera presidencia ecuatoriana, la celebración en territorio indígena de su segunda presidencia, con la presencia de Evo Morales y Rigoberta Menchú, las constituciones de Bolivia y Ecuador, todo auguraba el inicio de un fuerte giro descolonial.
A principios de la segunda década del Siglo XXI las cosas han cambiado, no sólo en América Latina, sino en el (des)orden global. Estamos presenciando hoy en la región un giro hacia la de-soccidentalización. La desoccidentalización es una orientación política más que geográfica. El discurso promoviendo la desoccidentalización político-económica se inició en Asia del Este. Hoy sus huellas se encuentran en Medio Oriente, en Africa y en América Latina y el Caribe.
Veamos. La política exterior de Barack Obama fue, desde el comienzo, la de reoccidentalizar el mundo y recobrar el prestigio perdido durante la turbulenta presidencia de Bush-Cheney. En ese proceso, el discurso reciente de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, en Honolulu, declarando que el Siglo XXI será “el siglo de Estados Unidos en el Pacífico” y el artículo sobre el mismo tema publicado en Foreign Policy (noviembre de 2011) marcan un segundo momento en esos esfuerzos de reoccidentalización. La región del Pacífico asiático enfrenta desafíos que, según dijo Clinton, requieren el liderazgo de Estados Unidos para garantizar la libertad de navegación en el mar del sur de China, para contrarrestar las provocaciones de Corea del Norte y asegurar y promover el desarrollo económico equilibrado.
No es necesario ser un experto en política internacional para entender el mensaje detrás de las palabras ni para darnos cuenta de que ya es demasiado tarde para cumplir esos reclamos. Desde 1990, para muchos actores de Asia del Este era claro que el giro hacia el hemisferio oriental es irreversible. Le han dado también un nombre: desoccidentalización. Kishore Mahbubani, decano de la Escuela de Políticas Públicas Lee Kwan Yew, argumenta desde los ’90 que en el presente y hacia el futuro hay y habrá tres centros de poder: los Estados Unidos, la Unión Europea y el este asiático. Con ello afirma que el este asiático no será una sucursal de la UE ni de los EE.UU. La desoccidentalización significa pensar y hacer las cosas por cuenta propia, sin seguir ya las instrucciones de Occidente. Si China hubiese seguido las instrucciones del FMI o el Banco Mundial, no sería lo que es.
Este es el camino en el que ya se embarcó América latina y que confirma la reciente reunión de la CELAC en Venezuela. Este camino fue marcado y diseñado durante la segunda etapa de la presidencia de Lula da Silva. En ningún momento Lula cuestionó el capitalismo como orientación económica. Brasil también creció económicamente y contribuyó a bajar los niveles de pobreza. Como en China, la situación interna no es ideal, pero en la situación internacional el giro desoccidentalizador es obvio. Un ejemplo: cuando Lula y el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, se unieron para apoyar al iraní Mahmud Ahmadinejad frente a los embargos de Occidente, Hillary Clinton le reprochó a Lula estar caminando fuera de la línea. Lula respondió que él no recibía órdenes.
En la reciente reunión de la CELAC hubo consenso en avanzar en la unión de América Latina y el Caribe para enfrentar y prevenir que la crisis financiera de la Unión Europea y EE.UU. se extienda. No se cuestiona el capitalismo, pero ya no se confía ni en Europa ni en Norteamérica. El primer discurso fue pronunciado por Dilma Rousseff. La desoccidentalización liderada por Brasil continúa su marcha. En este contexto, es posible adivinar que el proyecto del gobierno boliviano para construir una ruta que lo conecte con Brasil es parte del liderazgo brasileño hacia la desoccidentalización y la inevitabilidad de seguir ese camino. Estimo que éste es el giro de Correa, a juzgar por los conflictos con las comunidades indígenas en Ecuador. Correa tampoco se presta a las políticas de Estados Unidos, pero ya abandonó las posibilidades de proyectos descolonizadores estatales insinuadas inicialmente. Colombia y Chile son aliados de la reoccidentalización. No fue casual que Obama, en su visita a América latina hace un año, visitara estos dos países, después de visitar Brasil. Pero no nos confundamos: la visita a Brasil fue, como sus visitas a China, parte de las relaciones diplomáticas con un contrincante. Las visitas a Chile y Colombia fueron visitas diplomáticas a dos aliados.
En esta encrucijada, la descolonización es una tercera trayectoria, coexistente con la reoccidentalización y la desoccidentalización, pero ya no es una trayectoria estatal. La desoccidentalización es el próximo paso en el tablero del orden global económico-estatal. El fracaso del Consenso de Washington y de la doctrina neoliberal han dado lugar a un fenómeno imparable, la desoccidentalización (las recientes elecciones en Marruecos y Egipto son una muestra), que no estaba en los limitados esquemas del pensamiento occidental ni de derecha ni de izquierda.
* Director del Centro de Estudios Globales y Humanidades de la Universidad de Duke (EE.UU.), investigador de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador).
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