El pasado militar del futuro presidente y su eventual involucramiento en las acciones de genocidio que perpetró el ejército guatemalteco le han generado una imagen pésima en los círculos progresistas de la comunidad internacional.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El gobierno entrante tiene varios problemas graves que solucionar. Y siguiendo los consejos que el ex presidente Ricardo Lagos le dio a Juan Alberto Fuentes Knigth lo tendría que hacer pronto, en el primer año, cuando todavía gozará del capital político que le ha dado la victoria electoral. Después de ese período ese capital político empezará a mermar por el desgaste natural del ejercicio del gobierno. Uno de esos problemas será la solvencia fiscal que debe tener el gobierno si es que quiere darle viabilidad al Estado. Otro problema será no defraudar las grandes expectativas que generaron sus promesas de seguridad. Veremos si es cierto como solía aparecer en la televisión que en un tiempo, los guatemaltecos podrán trabajar en su laptop en la vía pública, si los automovilistas podrán tener el vidrio abierto de su automóvil mientras exhiben el costoso reloj de pulsera que el candidato exhibía en su spot propagandístico. Veremos si es posible que los ciudadanos y ciudadanas podrán hablar por teléfono celular desde una parada de autobús.
Pero hay otro problema que tendrá que enfrentar el próximo gobierno y es el de su imagen a nivel internacional. El pasado militar del futuro presidente y su eventual involucramiento en las acciones de genocidio que perpetró el ejército guatemalteco le han generado una imagen pésima en los círculos progresistas de la comunidad internacional. ¿Qué hará el gobierno de Pérez Molina para restañar esa imagen con la que cuenta a nivel internacional? ¿Secundará la línea dura de la derecha contrainsurgente que le acompañará en el gobierno? La situación ideal para el joven y destacado periodista Juan Luis Font sería que las víctimas del genocidio dejaran de seguir librando por otros medios la guerra que desangró al país durante la segunda mitad del siglo XX. Nos dice el periodista Font en un artículo publicado hace unos días: “La guerra fue un período cruel al que nos vimos todos sometidos y hablar de ella y entenderla sirve para exorcizar los fantasmas que aún nos amedrentan. Pero hacerlo solo para procurar otra forma de victoria sobre el viejo enemigo supone prolongarla”.
Los militares, agrega el periodista: “se ven a sí mismos como héroes, salvadores de la patria”. Los guerrilleros “presentan a sus muertos como evidencia de que acá son víctimas, pero ante todo con la terca voluntad de cobrarle el precio a sus victimarios”. Tenemos aquí una versión para el período de la paz de la vieja teoría de los dos demonios. El que se persiga que se haga justicia para los crímenes de lesa humanidad que se cometieron durante el conflicto interno, no supone el continuar la guerra por otros medios. Encarcelar a los criminales de guerra y genocidas no significaría ninguna victoria en una guerra que supuestamente estarían continuando “los guerrilleros”. Aun si fuera cierto que son guerrilleros aquellos familiares de víctimas y defensores de los derechos humanos que hoy buscan justicia en Guatemala.
En el fondo el planeamiento que hoy comentamos no es sino la expresión del pensamiento de las cúspides empresariales del país: los militares fueron útiles antes pero “no nos han regalado nada”. Los “guerrilleros” deben dejar de presentarse como víctimas. Memoria ingrata que olvida que fue la defensa de los grandes privilegios e infamias expoliativas lo que llevó a los militares guatemaltecos a mancharse las manos de sangre. Memoria ingrata que busca el olvido para los crímenes de guerra. Ciertamente la clase dominante les pagó bien a las cúpulas militares, viró los ojos al cielo mientras se enriquecían con la corrupción y prebendas como pago al trabajo sucio que hacían. Durante los años del conflicto interno, ser militar implicaba la posibilidad de enriquecerse por el poder que les generaba el ser necesarios para detener la insurgencia. Hoy el ejército no tiene la prestancia que tenía antaño. Sus veteranos lo que piden es olvido e impunidad.
Sería un desatino pedirle al pueblo judío el olvido y la impunidad por las infamias que los nazis cometieron en su contra durante el fascismo. Solo la ultraderecha considera que la búsqueda de los criminales nazis que durante décadas emprendieron los israelís fue una expresión de venganza. El que un siglo después del genocidio de que fue objeto a manos de los turcos, el pueblo armenio siga buscando la memoria, la verdad y la justicia no es visto como un disparate.
Cuando termino estas líneas me llegan noticias de que han sido encontrados en un cementerio clandestino los restos de dos de los 45 mil desaparecidos. Se trata de Sergio Linares y Amancio Villatoro capturados por las fuerzas de seguridad a mediados de los años ochenta. Como bien lo dijo el director general de La Hora hablando del caso de mis padres: “Creo que el perdón del Estado es importante… pero la verdad es que mientras no haya justicia no podrá haber auténtico perdón y reconciliación”.
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