En el sur
se habla de un “giro a la izquierda” para denominar este movimiento de mayor
autonomía de la región. Sin embargo, si se visualiza el conjunto se puede
hablar de un giro popular que incluye actores o clases sociales de los más
variados sectores de un extremo al otro de la región.
Marco A. Gandásegui, hijo / ALAI
Esta
contribución es una continuación del artículo que leyeron la semana pasada. La
lógica del escrito sigue la pauta del anterior. Sin embargo, puede leerse en
forma independiente. En la actual coyuntura panameña, es importante saber qué
está pasando en la región latinoamericana. Desde un principio, se sostuvo que
el presidente Ricardo Martinelli está corriendo contra reloj y se le acabaron
sus recursos ideológicos (que le proporcionaban aliados coyunturales en países
como México y Chile). Si en Panamá la base social de Martinelli se corroe
rápidamente, en el exterior es descalificado como un gobernante “autoritario”,
siguiendo el epíteto con el cual lo bautizara el Departamento de Estado.
Cuando se
hablan de los cambios en América latina, prefiero referirme a “un giro popular”
y no tanto al más conocido “giro a la izquierda”, cuando hablamos de los
cambios políticos experimentados en la región durante los últimos tres lustros.
Para Miriam Lang, “tener gobiernos con alta legitimidad popular no significa
que el Estado haya cambiado su razón colonial”. Lang se pregunta ¿qué tipo de
transformacio¬nes serían deseables y posibles? ¿Es en el interior del Estado
que se pueden real¬mente impulsar estas transformaciones? ¿Los Estados mineros,
rentistas y extractivistas pueden ser instrumentos o actores de un proceso de
cambio? La misma pregunta es pertinente aplicarla a Panamá: ¿puede un Estado
rentista que vive de los tributos que recibe de su posición geográfica
convertirse en promotor de cambios?
Los cambios
globales expresados por la desindustrialización (declinación de la tasa de
ganancia), el surgimiento de un nuevo motor industrial que impulsa el
desarrollo capitalista mundial (China) y los procesos de acumulación por
desposesión en todos los países de la región, han dado lugar a cambios en la
correlación de fuerzas en América latina. En Sur América han surgido gobiernos
que levantan banderas de relativa autonomía frente a la potencia norteamericana
en declinación. Unos con discursos radicales, otros con perfiles más moderados.
En la parte más al norte de la región, del Gran Caribe, el espacio de maniobra
ha sido reducido por las presiones de Washington y gobiernos con matices
conservadores.
En el sur
se habla de un “giro a la izquierda” para denominar este movimiento de mayor
autonomía. Sin embargo, si se visualiza el conjunto se puede hablar de un giro
popular que incluye actores o clases sociales de los más variados sectores de
un extremo al otro de la región. En muchos países, el giro es controlado e,
incluso, guiado por partidos o movimientos que se proclaman de izquierda y que
tienen raíces en los movimientos revolucionarios del siglo XX. En otros, son
amplias coaliciones sociales que sirven de base a los nuevos gobiernos que no
han abandonado sus políticas económicas. En algunos países el giro popular es
reprimido con violencia inusitada. Este último es el caso particular de países
como México, Honduras y Colombia, para nombrar sólo tres ejemplos.
La
intervención de EEUU en estos casos es abierta y publicitada. Se realiza bajo
el manto de la “guerra contra las drogas”. La oposición popular es calificada
de “narcoterrorista” con el propósito de deslegitimar sus movimientos frente a
los sectores más moderados.
¿Qué tipo
de transformacio¬nes serían deseables y posibles? ¿Es en el interior del Estado
que se pueden real¬mente impulsar estas transformaciones? ¿Los Estados mineros,
rentistas y extractivistas pueden ser efectivamente instrumentos o actores de
un proceso de cambio? Munck nos advierte que la crisis de hegemonía (a partir
de la década de 1970) plantea la capacidad de dominación que tiene una clase
social aún cuando pierde su capacidad de liderazgo.
A
diferencia de otras coyunturas, las contradicciones que introduce el
neoliberalismo se hacen explícitas. En palabras de Gramsci, “las masas se
separan de las ideologías dominantes”. Los movimientos contra-hegemónicos se
combinan (pero no necesariamente se unen) con las revoluciones pasivas (“giros
a la izquierda”) para anunciar potenciales giros populares hacia la aparición
de nuevas correlaciones de fuerza, nuevas sociedades y un nuevo Estado.
La cuestión
campesina sigue vigente en toda la región. El problema indígena ha retornado
con más fuerza en Mesoamérica, la región andina y la Amazonía, con muestras de
resistencia en Panamá, Argentina y Chile. A su vez, la negritud se ha
convertido en bandera de los pueblos del Caribe así como el noreste brasileño y
las grandes ciudades del sur de la emergente potencia.
Los
sectores más oprimidos – indígenas y campesinos – responden a una convocatoria que incluye, en gran parte, las
reivindicaciones puntuales (tierra, agua y dignidad). Sin embargo, estos grupos
pueden unirse a las voces de otros sectores y clases sociales para ser parte o,
incluso, encabezar un movimiento que resuelva la actual crisis de hegemonía.
La solución
puede ser pacífica como las satanizadas por EEUU en Venezuela o Ecuador.
También puede tener su cuota de violencia. Como siempre, son las clases
sociales subordinadas, reprimidas y explotadas las que se sublevan. ¿Cuál o
cuáles tienen un proyecto para dirigir esa insurrección y unificar las muchas
partes que luchan por sus reivindicaciones? No hay que descartar cualquier
posibilidad en un mundo turbulento y menos aún en América latina que pasa por
un proceso de cambios radicales a inicios del siglo XXI.
Panamá, 26 de abril de 2012.
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