El miedo en la espera
mata la esperanza de felicidad. Contra esta trampa es preciso partir de la idea
de que la realidad es la suma de lo que existe y de todo lo que en ella emerge
como posibilidad y como lucha por concretarse. Si las izquierdas no saben
detectar las emergencias, se sumergirán o irán a parar a los museos, lo que es
lo mismo.
Boaventura de Sousa Santos / Página12
¿Por qué la actual
crisis del capitalismo fortalece a quien la provocó? ¿Por qué la racionalidad
de la “solución” a la crisis se basa en las previsiones que hace y no en las
consecuencias que casi siempre las desmienten? ¿Por qué es tan fácil para el
Estado cambiar el bienestar de los ciudadanos por el bienestar de los bancos?
¿Por qué la gran mayoría de los ciudadanos asiste a su empobrecimento como si
fuese inevitable y al escandaloso enriquecimiento de una minoría como si fuera
necesario para que su situación no empeorara aún más? ¿Por qué la estabilidad
de los mercados financieros sólo es posible a costa de la inestabilidad de la
vida de la gran mayoría de la población? ¿Por qué los capitalistas
individualmente son, en general, gente de bien y el capitalismo, como un todo,
es amoral? ¿Por qué el crecimiento económico parece hoy la panacea para todos
los males económicos y sociales sin que nadie se pregunte si los costos
sociales y ambientales son o no sustentables? ¿Por qué Malcolm X tenía plena
razón cuando advirtió: “Si no tienes cuidado, los periódicos te convencerán de
que la culpa de los problemas sociales es de los oprimidos y no de quien los
oprime”? ¿Por qué las críticas que las izquierdas le hacen al neoliberalismo
entran en los noticieros con la misma rapidez e irrelevancia con que salen?
¿Por qué las propuestas alternativas escasean cuando son más necesarias?
Estas cuestiones deben
estar en la agenda de reflexión política de las izquierdas, so pena de ser
remitidas al museo de las felicidades pasadas. Eso no sería grave si no
significara, como significa, el fin de la felicidad futura de las clases
populares. La reflexión debe comenzar por aquí: el neoliberalismo es, ante
todo, una cultura del miedo, del sufrimiento y de la muerte para las grandes
mayorías; no se lo combate con eficacia si no se le opone una cultura de la
esperanza, la felicidad y la vida. La dificultad que tienen las izquierdas para
asumirse como portadoras de esa otra cultura deriva de haber caído durante
demasiado tiempo en la trampa con que las derechas siempre se mantuvieron en el
poder: reducir la realidad a lo que existe, por más injusto y cruel que sea,
para que la esperanza de las mayorías parezca irreal. El miedo en la espera
mata la esperanza de felicidad. Contra esta trampa es preciso partir de la idea
de que la realidad es la suma de lo que existe y de todo lo que en ella emerge
como posibilidad y como lucha por concretarse. Si las izquierdas no saben
detectar las emergencias, se sumergirán o irán a parar a los museos, lo que es
lo mismo.
Este es el nuevo punto
de partida de las izquierdas, la nueva base común que les permitirá después
divergir fraternalmente en las respuestas que den a la preguntas formuladas más
arriba. Una vez ampliada la realidad sobre la que se debe actuar políticamente,
las propuestas de las izquierdas deben ser percibidas como creíbles por las
grandes mayorías, como prueba de que es posible luchar contra la supuesta
fatalidad del miedo, del sufrimiento y de la muerte en nombre del derecho a la
esperanza, a la felicidad y a la vida. Esa lucha debe ser conducida por tres
palabrasguía: democratizar, desmercantilizar, descolonizar.
Democratizar la propia democracia, ya que la actual se dejó
secuestrar por poderes antidemocráticos. Es preciso volver evidente que una
decisión tomada en forma democrática no puede ser destruida al día siguiente
por una agencia calificadora de riesgos o por una baja en la cotización en las
Bolsas (como puede suceder próximamente en Francia).
Desmercantilizar significa mostrar que usamos, producimos e
intercambiamos mercancías, pero que no somos mercancías ni aceptamos
relacionarnos con los otros y con la naturaleza como si fuesen una mercancía
más. Somos ciudadanos antes de ser emprendedores o consumidores y, para que lo
seamos, es imperativo que ni todo se compre ni todo se venda, que haya bienes
públicos y bienes comunes como el agua, la salud, la educación.
Descolonizar significa erradicar de las relaciones
sociales la autorización para dominar a los otros bajo el pretexto de que son
inferiores: porque son mujeres, porque tienen un color de piel diferente o
porque pertenecen a una religión extraña.
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