Mientras la
presidenta Chinchilla, emocionada, mostraba en Nueva York las bondades del
país, la imagen idílica de paraíso tropical más feliz del mundo, en Costa Rica
se descubría que algunos de sus principales colaboradores en el gobierno habían
caído en el pecado de subvalorar sus propiedades con el fin de pagar menos
impuestos municipales, y “olvidaron” declarar ingresos millonarios de algunas
de sus empresas personales ante el fisco.
Rafael Cuevas
Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Ilustración tomada de: www.elpais.cr |
La señora presidenta
de Costa Rica, doña Laura Chinchilla, de viaje por los Estados Unidos de
América, ofreció un discurso en el que, a tono con encuestas de distinto
pelaje, calificó a Costa Rica como el país más feliz del mundo. Bután, país
asiático presente y gestor de la iniciativa que llevó a la señora Chinchilla a
Nueva York, también ha sido calificado de la misma forma por encuestas
similares pero, seguro como está que las que yerran son las que le roban el
puesto a favor de Costa Rica, no levantó voz de protesta alguna.
Cuando el viajero
desprevenido arriba al Aeropuerto Internacional Juan Santamaría de Costa Rica,
se encuentra de frente y de sopetón, al bajar las escaleras que le conducen a
la aduana, con un letrero inmenso en el que, con fondo de aves tropicales,
cascadas y playas paradisíacas, se lee: “Bienvenido al país más feliz del
mundo”.
El calificativo se
corresponde con una nueva identidad cultural que, desde la década de los 90,
los grupos dominantes costarricenses vienen construyendo ante el desgaste del
modelo identitario armado por los liberales en el siglo XIX y principios del
XX. Acorde con los tiempos, la nueva identidad costarricense es entendida como
marca país que vende una imagen paradisiaca que se conjuga con otras dimensiones:
país del pura vida, de la eterna democracia (“en donde haya un costarricense,
esté donde esté, hay libertad”: Julio María Sanguinetti dixit) y amante de la
naturaleza (“sin ingredientes artificiales”).
La señora presidenta
de la república, entonces, no estaba inventando nada a la hora de decir su
discurso en Nueva York, mismo que fue reproducido a página completa por el
diario de mayor circulación en el país; todo lo contrario, se inscribía en una
corriente ideológica que ha venido construyéndose paciente pero
sistemáticamente durante los últimos 20 años, a fin de renovar los estereotipos
y mitos que dan cohesión social al “ser costarricense”.
Esta imagen idílica
de paraíso tropical no da cuenta de los obstáculos que repetidamente se le
presentan. La misma señora presidenta tuvo que vivir en carne propia algunas de
estas escaramuzas que, a no ser porque su estado de ánimo seguramente se
encontraba templado por ser la máxima autoridad política de tan dichoso país,
la podrían haber desequilibrado.
En efecto, mientras
ella, emocionada, mostraba al mundo las bondades de su lugar de origen, en
Costa Rica se descubría que algunos de sus principales colaboradores en el
gobierno, incluido el señor ministro de Hacienda y su esposa, asesora ella de
la señora presidenta, habían caído en el pecado de subvalorar sus propiedades
con el fin de pagar menos impuestos municipales, y “olvidaron” declarar
ingresos millonarios de algunas de sus empresas personales ante el fisco.
A los “errores” del
señor ministro y sus señora esposa hay que abonar que, siendo ellos
funcionarios del gobierno (de este y del anterior, presidido por don Oscar
Arias Sánchez), vendieron consultorías millonarias a través de sus empresas al
partido gobernante (el Partido Liberación Nacional –PLN-) y al mismo gobierno.
Es decir, una muestra clara y fehaciente de la forma como la clase gobernante
se enriquece a costa de dineros públicos.
El señor ministro y
su señora renunciaron, aunque costó que lo hicieran, seguros como estaban que
hacer ese tipo de cosas es lo más natural del mundo. La señora presidenta
aceptó su renuncia, pero dijo que, una vez esta aceptada, no podía pedir
cuentas a sus ex-colaboradores porque ya no trabajaban para ella. Es decir,
impunidad total en el país más feliz del mundo.
No se trata, sin
embargo, solamente de este ministro y de esta asesora. En medio de la pugna por
aprobar un paquetazo de impuestos que, como todos los paquetazos de impuestos
impulsados en países felices como este, se ceban en la clase media y los
sectores populares, resultó que el jefe de la oficina de Tributación Directa,
Francisco Villalobos, tampoco estaba al día con sus impuestos. Otros ministros
y funcionarios también tienen cola que majar en este lío, pero se excusan por
el hecho que –según dicen- el 80% de los costarricenses están en la misma
situación. O para decirlo de otra forma: mal de muchos consuelo de tontos.
Destapó este
escándalo nacional el diario La Nación, que representa intereses de empresarios
opuestos al paquete que, eufemísticamente pero a tono con la felicidad reinante
en el país, se ha llamado “de solidaridad tributaria”. Uno de los periodistas
investigadores que dio con tales entuertos, Ernesto Rivera, en declaraciones a
CNN arguyó que la investigación se hacía por el derecho y la obligación
ciudadana de ejercer control sobre sus gobernantes. Es cierto, ese es uno de
los papeles fundamentales que deben cumplir los medios de comunicación, pero
tampoco pueden perderse de vista las rencillas y disputas entre los distintos
grupos sociales. Los que se expresan en el diario La Nación ven sus intereses
económicos amenazados con la reforma tributaria en ciernes.
Y colorín colorado,
este cuento del país más feliz del mundo no se ha acabado.
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