Pérez Molina no está
planteado la liberalización total de las drogas sino la regulación del mercado de las mismas sobre la base de
que es una tontería pretender
extinguirlo. Su postura, si es sincera, es audaz y más progresista que la de
dos gobernantes supuestamente de izquierda en la región: los presidentes Funes y Ortega de El Salvador y
Nicaragua, que haciendo sus propios cálculos políticos se adhieren a la
inflexible posición de Washington.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Le he hecho caso a
Oscar Clemente Marroquín y he consultado
los artículos que nos recomienda en su columna del 9 de abril de 2012 [del diario La Hora de Guatemala]. Los artículos fueron publicados por el diario
inglés The Guardian el 7 de abril de
este año. Uno de ellos lleva por título
“Tenemos que encontrar nuevas soluciones
a la pesadilla de las drogas en América latina” y está firmado por el
presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina. El otro es un editorial del
rotativo que lleva el título de “Es
tiempo que Obama se una al debate sobre el fracaso de la guerra contra las
drogas”. Los títulos son
significativos, pero resulta más significativo
el que el primero de ellos haya sido escrito por un mandatario que ha
estado planteando desde hace varias semanas la despenalización de las drogas.
He leído el artículo suscrito por el
presidente Pérez Molina y lo he encontrado razonable e inteligente. Acaso sea
porque desde hace años formo parte de los que piensan que la única solución al flagelo del narcotráfico es la
legalización de las drogas. Lo publiqué en esta columna el 27 de enero de 2011.
En realidad la
solución que en su momento acuerpó el gurú del neoliberalismo, Milton Friedman,
es insuficiente. Es necesario además que el enorme mercado de
consumidores de drogas de los Estados Unidos de América disminuya: cerca de 23
millones de estadounidenses son adictos a alguna droga lo que implica casi el
9% de su población de 309 millones de personas. También es necesario que se haga
efectiva una reforma social que aleje a millones de personas de la necesidad de
consumir drogas y/o de trabajar para los grandes capos del narcotráfico. En ese
sentido, difiero de Pérez Molina en su aseveración de que las drogas más que un problema de justicia criminal son un problema de salud
pública. Además de lo anterior, el
narcotráfico es un problema de
desarrollo económico y social.
El artículo de Pérez
Molina en The Guardian hace preguntas
cruciales: “No es cierto que hemos estado peleando la guerra contra las drogas
en las últimas dos décadas? Entonces, ¿Cómo es que el consumo de drogas en el
planeta es más elevado y la producción más grande y por qué esta el tráfico tan
extendido?” Y el editorial de The
Guardian comienza diciendo “Todas las guerras terminan. Eventualmente. Aun
la guerra contra las drogas”. Las guerras terminan cuando uno de los bandos
derrota al otro o cuando ninguno de los bandos puede derrotar al otro. Y esto
último es lo que ha pasado con la guerra contra las drogas. Tanto el artículo de Pérez Molina como el
editorial del rotativo inglés de manera explícita o implícita están declarando el fracaso de la guerra
contra las drogas. ¿Acaso Pérez Molina está evaluando el estrepitoso fracaso de
Felipe Calderón en México? Cuando se encamina a su último día de gobierno,
Calderón deja a México ensangrentado con 50 mil muertos y un conjunto de
cárteles de la droga que han sido golpeados pero de ninguna manera derrotados.
Su partido seguramente será derrotado el 1 de julio de 2012 y con ello su
apuesta a ganar una enorme popularidad a través de la guerra contra el
narcotráfico. Más aun, al menos dos de los cárteles, el de Sinaloa y el de los Zetas, se han
expandido a Guatemala y ya están peleando su guerra mexicana en territorio
guatemalteco.
Pérez Molina no está
planteado la liberalización total de las drogas sino la regulación del mercado de las mismas sobre la base de
que es una tontería pretender
extinguirlo. Su postura, si es sincera, es audaz y más progresista que la de
dos gobernantes supuestamente de izquierda en la región: los presidentes Funes y Ortega de El Salvador y
Nicaragua que haciendo sus propios cálculos políticos se adhieren a la
inflexible posición de Washington.
La guerra contra las
drogas ha fracasado después de 40 años de estarse librando. Ha ensangrentado a
países como Colombia y México. Lo peor de todo esto es que los Estados Unidos
de América no le han hecho la guerra a la droga en su propio territorio. Le han
dejado, como dice el editorial de The Guardian, a los países productores y
de tránsito la tarea de anegarse en sangre mientras fracasan en crear
condiciones para disminuir la verdadera causa de la expansión exponencial del
negocio del narcotráfico: los millones de consumidores de droga en su propia nación.
Próximamente la Cumbre
de las Américas tendrá en el tema de la regulación del mercado de las drogas un
tema candente. Independientemente de que lo aborde o lo difiera, este tema lo
ha puesto el gobierno de Guatemala. Ojalá que este gobierno sea congruente y
persistente con dicha postura.
Habría abierto una
brecha histórica y anunciado una nueva época en la lucha contra el
narcotráfico.
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