La llamada
crisis o colapso del mundo que conocemos, nos permite ver algo de lo nuevo que
se asoma pero en medio de una resistencia violenta de lo viejo que no quiere
despedirse del escenario.
Marco A. Gandásegui, h. / ALAI
La región
latinoamericana está experimentando cambios profundos. En parte, esas
transformaciones se reflejan en cumbres presidenciales, como la celebrada hace
pocos días. También se observan en los titulares de los diarios que destacan
los conflictos. Los pueblos latinoamericanos están comenzando a sentir
directamente las transformaciones a nivel de la vida cotidiana.
Los cambios
en América latina tienen un eje económico (la nueva relación agro-minera exportadora
con China) y otro político (los “giros a la izquierda” o las “revoluciones
pasivas” como las llamaría Gramsci). La llamada crisis o colapso del mundo que
conocemos, nos permite ver algo de lo nuevo que se asoma pero en medio de una
resistencia violenta de lo viejo que no quiere despedirse del escenario.
En un
encuentro sobre la “otra” América latina celebrado en Lima, Perú, me invitaron
a analizar la coyuntura que caracteriza el inicio del siglo XXI. Aprovechamos
la ocasión para destacar 7 aspectos íntimamente imbricados que nos permiten
tener una visión más acertada del proceso que envuelve a la región como una
totalidad. En primer lugar, hay que estudiar con mucho cuidado la disminución
de la producción industrial de las últimas décadas que generaba enormes
ganancias capitalistas. El colapso de esas ganancias condujo, en segundo lugar,
a un proceso de des-industrialización en la región. La desaparición de los
complejos industriales nacionales tuvo un fuerte impacto sobre la relación
obrero patronal que, a su vez, creó condiciones políticas que permitieron la
flexibilización del trabajo (políticas neoliberales). Marcó un movimiento
inverso al experimentado en la región durante el cuarto de siglo anterior
(1950-1975).
La
des-industrialización generó fuertes pérdidas económicas en países claves y el
empobrecimiento generalizado de los trabajadores. La emergencia de China
Popular como potencia industrial creó una demanda de materias primas que sirvió de tabla de salvación
virtual de muchos países que se convirtieron en exportadores agro-mineros. El
fenómeno ha contrarrestado la debacle económica que se pronosticaba a
principios de siglo.
Esta
tendencia agro-minera exportadora dio inicio, en cuarto lugar, a una
agudización de los conflictos por la posesión de las tierras con potencial
minero, hidroeléctrico y turístico creando fuertes contradicciones sociales
entre el gran capital nacional e internacional que imponen políticas para
desposeer a miles de comunidades campesinas e indígenas de la región. Las movilizaciones
sociales del campo y de las comunidades indígenas en defensa de sus tierras –
en los últimos 20 años - han opacado, en parte, las protestas obreras que
dominaron gran parte del siglo XX.
Al mismo
tiempo, la potencia en declinación – EEUU – disminuyó su presencia industrial /
financiera, pero mantuvo e, incluso, aumentó su nivel de penetración militar,
al igual que sus actividades especulativas y control del tráfico de ilícitos
(como las drogas). En la actualidad, en quinto lugar, para contrarrestar esta declinación, EEUU
tiene bases militares o algún tipo de presencia armada en todos los países de
la región, con pocas excepciones. La política armamentista de EEUU en la región
desestabiliza al conjunto de los países y crea condiciones políticas insoportables
para los eslabones más débiles como Haití y Honduras.
A su vez,
en sexto lugar, las inversiones especulativas de EEUU en la región han crecido
con los tratados de libre comercio (a pesar del fracaso de ALCA). Estos pactos
desestabilizan las estructuras económicas, debilitando los sectores
agropecuarios e industriales.
En séptimo
lugar, y relacionado con el mundo de los negocios no productivos, a lo largo de
las últimas décadas, EEUU ha redoblado la extracción ilegal de drogas
provenientes de América latina. El negocio, que está creando un caos en todo el
hemisferio, generó la llamada “guerra de las drogas” promovida por EEUU,
desintegrando las estructuras sociales de muchos países del Gran Caribe. A su
vez, promueve instancias político-militares y consolida un mundo dominado por
el crimen organizado encadenado a nivel internacional con eslabones en cada
país, que combinan instancias gubernamentales y no-gubernamentales.
Respondiendo
a estos retos internos y externos, América latina está promoviendo
organizaciones que proclaman la unidad regional como el ALBA, el UNASUR y el
CELAC, así como el MERCOSUR. La unidad regional que, en gran parte, es
impulsada por Brasil, es vista con sospecha por EEUU que apoya organizaciones
más tradicionales como la OEA y promueve el nuevo Eje del Pacífico con países
cuyos gobiernos son más conservadores.
En la
cumbre de Cartagena de Indias, los gobiernos latinoamericanos por primera vez
no lograron ponerse de acuerdo con EEUU para aprobar una declaración final. Las
diferencias pesaban mucho más que las áreas de interés común. De manera abierta
los países de la región le pidieron a EEUU que revisara su política anquilosada
frente a la Revolución cubana. Igualmente, le pidieron que se solidarizara con
Argentina frente a su conflicto con Gran Bretaña en torno a las islas Malvinas.
También le dijeron que abandonara su fracasada “guerra contra las drogas” y
pusiera orden en su propia casa.
¿Cuáles son
la opciones abiertas a los pueblos latinoamericanos frente a este panorama
complicado? ¿Quiénes son los actores sociales? Sin duda, los gobernantes lo
discutieron en las reuniones reservadas y no concurridas por la prensa. En la
próxima entrega le presentaremos esas opciones.
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