La historia aborda el
pasado a la luz –o a las sombras– de las preocupaciones que nos inspira el
futuro. Por lo mismo, la mayor contribución de la historia ambiental en este
terreno consiste en enriquecer el conocimiento y debate de la situación y las
tendencias de salud en las primeras décadas del siglo XXI, y de las opciones previsibles
en su desarrollo futuro.
Guillermo Castro Herrera*
/ Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
“Desde que el lenguaje
permitió que la evolución cultural humana incidiera sobre procesos antiquísimos
de evolución biológica, la humanidad ha estado en condiciones de alterar los
más antiguos equilibrios de la naturaleza de la misma manera que la enfermedad
altera el equilibrio natural en el cuerpo de un huésped.[...] Desde el punto de
vista de otros organismos, la humanidad se asemeja así a una grave enfermedad
epidémica, cuyas recaídas ocasionales en formas de conducta menos virulentas
nunca le han bastado para entablar una relación estable y crónica”.
William McNeill, Plagas
y Pueblos, 1976
“Cada fenómeno afecta a otro y es, a su vez, influenciado
por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de ésta interacción
universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas
más simples”.
Federico Engels, El
papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, 1876
El problema
El ambiente constituye
un tema de creciente importancia en el debate sobre la salud pública en nuestro
tiempo. Aun cuando las expresiones más visibles de ese interés tienden a
ubicarse en torno a problemas como el de las enfermedades infecciosas
emergentes, también empiezan a manifestarse con respecto a otros riesgos de
malestar, enfermedad y muerte que desbordan la concentración tradicional en los
temas de agua, saneamiento, y disposición de deshechos. Esto obliga a
considerar los problemas de la salud en el marco de un proceso de desarrollo
desigual y combinado que opera a escala planetaria desde hace al menos
doscientos años, y que en los albores del siglo XXI ha venido a desembocar en
una crisis civilizatoria, cuya expresión más visible se encuentra en la
combinación de crecimiento económico sostenido con deterioro social y
degradación ambiental constantes.
Hoy, en efecto, esa
degradación ambiental global se despliega a partir del efecto combinado y
sinérgico de factores como la intensificación de la variabilidad climática; la
rápida erosión de la biodiversidad – expresada sobre todo en la extinción de
especies, tanto silvestres como domésticas; la pérdida generalizada de
ecosistemas vitales, una contaminación sin precedentes – que incluye además una
inmensa variedad de contaminantes artificiales; un incremento de la población
humana que nos ha llevado de un billón a más de siete billones de personas en
apenas dos siglos, y un proceso de urbanización que, en el mismo período, a
elevado de 5% a más del 50% - 70% en América Latina - el porcentaje de los
humanos que residen en áreas urbanas, y un incremento también sin precedentes
del consumo y los desechos.[1]
En esta perspectiva, si
se entiende a la salud como aquella situación deseable de bienestar físico,
mental y social a que se refiere la conocida definición de la OMS, y se acepta
además que ese bienestar humano se logra - o no - en el seno del ambiente
forjado y transformado por nuestra especie en su interacción incesante con su
entorno, resulta evidente que el estado de la salud es un indicador de la
calidad de las relaciones que mantiene la especie con el medio natural del que
depende su existencia. El ambiente, además, constituye el ámbito por excelencia
de interacción entre la salud, en tanto producto del desarrollo humano, y la
enfermedad y la muerte como hechos naturales. Así, por ejemplo, Paul Epstein -
uno destacado pioneros en este campo - ha podido afirmar que:
En cualquier tiempo y
en cualquier época, la salud humana tiende a seguir tendencias tanto en los
sistemas sociales como en el ambiente natural. En períodos de relativa estabilidad
– medida a través del número y la distribución de las personas, el uso que
hacen de los recursos naturales, y los desechos que producen – los controles
naturales, biológicos, sobre las plagas y los organismos patógenos pueden
funcionar de manera eficiente. En tiempos de cambio acelerado – a menudo
asociado a inestabilidad política o social, desastres naturales, o guerra – las
enfermedades infecciosas pueden difundirse. Hoy, un clima cada vez más
inestable, la acelerada pérdida de especies, y crecientes inequidades
económicas plantean un desafío a la tolerancia y la resistencia de los sistemas
naturales. Actuando en conjunto, estos elementos de cambio contribuyen al
surgimiento, resurgimiento y redistribución de enfermedades infecciosas a
escala global.[2]
La adecuada comprensión de estos vínculos, sin embargo,
sólo es posible en perspectiva histórica. Cada sociedad tiene en efecto un
ambiente y una salud que le son característicos, y que resultan de una
trayectoria en el desarrollo - siempre conflictivo - tanto de las relaciones
que guardan entre sí los grupos que la integran, como de las que mantiene con
el mundo natural. El examen de esas trayectorias en el pasado, y de sus
expresiones más características en el presente, constituye una valiosa fuente
de experiencias para el análisis de los problemas de la salud pública en un
mundo en crisis.
Dicho examen, sin embargo, demanda marcos de referencia
que van más allá de los esquemas de periodización y análisis propios de la sola
historia de lo humano – lo social, lo cultural, lo político y lo económico –,
al uso en la mayor parte de nuestros centros académicos. El problema planteado,
en efecto, no pertenece por entero ni al campo de las ciencias naturales, ni al
de las humanas, sino que debe ser construido a partir de un diálogo entre ambos
en torno al problema común de las consecuencias para la salud y el desarrollo
de nuestra especie que se han derivado de las intervenciones humanas en el
mundo natural, y las enseñanzas que cabe desprender de ello.
En una importante
medida, este abordaje implica extender al campo de la salud el aporte de una
historia ambiental – en formación de 1980 acá - , que concibe el pasado “como
una serie de intercambios ecológicos que han tenido lugar entre las comunidades
humanas y sus entornos – el mundo, y real, de objetos que no hemos inventado,
pero que inciden constantemente sobre nuestra vida cultural”, y define su tema
central como “un pensamiento que ubica a la gente en su plena complejidad
orgánica, y enseña a ser responsable con respecto a todos nuestros asociados en
la Tierra”.[3]
En la medida en que una parte sustancial de esa complejidad orgánica se refiere
a aquellos intercambios ecológicos directamente vinculados a nuestras formas de
vivir, enfermar y morir, la construcción de una historia ambiental de la salud
tiene importantes antecedentes ya en una trayectoria de investigación y
reflexión sobre la trayectoria de las condiciones sociales y ecológicas
vinculadas a las relaciones entre los humanos y los microparásitos responsables
por las enfermedades infecciosas. nnn
Este es, por ejemplo,
el tema central de Plagas y Pueblos,
un texto clásico en este campo, del historiador norteamericano William H.
McNeill.[4]
Allí, el autor, - tras señalar que, sin duda, “una comprensión más plena sobre
el sitio en perpetuo cambio de la humanidad en el equilibrio de la naturaleza
debería ser parte de nuestra comprensión de la historia”[5]
- se propone
dejar al descubierto una dimensión de la historia humana
que hasta ahora no ha sido reconocida por los historiadores: la de los
encuentros de la humanidad con las enfermedades infecciosas y las consecuencias
de largo alcance que se produjeron cada vez que los contactos a través de la
frontera de una enfermedad distinta permitieron que una infección invadiera una
población carente de toda inmunidad contra sus estragos.[6]
Desde allí, y a partir del hecho
de que los humanos pudieron poblar el planeta entero “porque aprendieron a
crear micromedios idóneos para la supervivencia de una criatura tropical en
condiciones muy diversas”, McNeill examina las relaciones de conflicto y
coevolución entre nuestra especie y sus microparásitos a lo largo de un proceso
de expansión en el cual “la adaptación y la invención culturales disminuyeron
la necesidad de un ajuste biológico a medios diversos, introduciendo así un
factor fundamentalmente perturbador y continuamente cambiante en los
equilibrios ecológicos que existían en todas las partes de la tierra”.
En esa perspectiva, el autor
aborda además, la interacción entre
ese microparasitismo natural, y el macroparasitismo social que se expresa en
las relaciones de opresión y explotación de unos grupos humanos por otros a lo
largo del proceso de surgimiento y desarrollo de las civilizaciones humanas.
La civilización, en efecto, – con
sus características de sedentarismo y aumento del número de los humanos y de la
densidad de sus asentamientos, sostenido por la ampliación selectiva de su
familia ecológica, animal y vegetal; el incremento del macroparasitismo, y el
intercambio constante entre grupos humanos distantes – crea condiciones que
favorecen la inserción permanente de agentes de enfermedad infecciosa en las
sociedades humanas, y la coevolución de ambas.[7]
A lo largo del proceso emerge,
así, un panorama en el que el estado general de salud de poblaciones enteras
contribuye a modelar sus alternativas de relación y acción, tanto frente al
mundo natural como ante otras sociedades, y en lo que toca a su propio
desarrollo social y material. En este sentido, Plagas y Pueblos se inscribe en aquel campo de reflexión a que se
refería Federico Engels cuando afirmaba que, si habían sido necesarios miles de
años “para que el hombre aprendiera en cierto grado a prever las remotas
consecuencias naturales de sus actos dirigidos a la producción, mucho más le
costó aprender a calcular las consecuencias sociales de esos mismos actos”. [8]
Y lo hace además de un modo en el que, a más de veinte años de su primera
edición, mantiene abierto el desafío de llegar a entender en toda la complejidad
de sus vinculaciones la relación entre la sociedad, la salud y el medio
ambiente en el mundo contemporáneo.
En lo inmediato, por ejemplo, aún
está pendiente una comprensión más clara de los vínculos entre nuestra
civilización y las enfermedades degenerativas asociadas a la contaminación y el
deterioro ambiental masivo, o aquellos otros entre el deterioro social y el
incremento de males como la depresión, las dependencias, la violencia como
medio de relación social o la desesperanza aprendida a escala de grupos
sociales completos. Pero, en un tiempo
más largo, y de mayor densidad sustantiva, sigue pendiente también la tarea de
comprender en qué medida, y por qué vías, los problemas de salud de nuestra
civilización pueden ser vinculados a las consecuencias de los “actos dirigidos
a la producción” que caracterizaron nuestro pasado mediato, y que seguirán
operando mientras no se modifiquen las condiciones sociales y ecológicas que
las sustentan.
Lo que hoy puede parecer
relativamente sencillo en relación al estudio del papel desempeñado por las
enfermedades infecciosas en nuestra historia ambiental fue muy complejo en su
momento. Hoy, esa complejidad se expresa en la comprensión del papel del
deterioro social y la degradación ambiental en la salud de la enorme multitud
que hemos venido a ser. Esto nos obliga, una vez más, a trascender las
tentaciones de la especialización tecnocrática, tan característica de nuestra
cultura, para acercarnos en cambio a una visión nuevamente ecuménica, que
faciliten el enfoque sistémico y el estilo de trabajo interdisciplinario que
demanda la comprensión y el manejo de
los problemas de salud de nuestro tiempo.
La historia, en particular, puede
enseñarnos a preguntar, más que a responder. Y, en este caso, las verdaderas
preguntas a plantear no son tanto las que se refieren a las tareas de
reorganización de la naturaleza que deben ser cumplidas para garantizar la
salud de los como aquellas otras que tienen que ver con la reorganización de
sus relaciones sociales de un modo que permita enfrentar con éxito la tarea
urgente de hacer sustentables nuestras relaciones con el mundo natural.
Un programa de trabajo
Un programa de trabajo adecuado para abordar a la salud en
su historicidad - esto es, en su carácter de producto de la acción humana -, y
para promover la formación de la sensibilidad nueva que facilite la apropiación
social de este modo de conocimiento, debería atender a tres objetivos
fundamentales. En primer lugar, necesitamos conocer mucho mejor las
experiencias históricas de interacción entre las sociedades, el ambiente que
producen y la salud de la población, sobre todo mediante el estudio de
casos particulares que permita fundamentar mucho mejor el marco de referencia
general para el abordaje de los problemas inherentes a estos vínculos en
sociedades como la de Panamá, donde – y sobre todo a lo largo del siglo XX – el
complejo militar – industrial que fuera conocido como Zona del Canal articuló
en torno a sí, y a los intereses de la potencia que lo administraba,
modalidades de desarrollo humano que iban desde los linderos del neolítico
hasta los de la economía de plantación y la sociedad de consumo, con
consecuencias sanitarias que aún están pendiente de estudio.
Disponer de marcos de referencia mejor fundamentados, a su
vez, nos permitirá encarar de manera más precisa el segundo objetivo: comprender
las formas y mecanismos fundamentales del desarrollo histórico de esos procesos
de interacción y sus principales expresiones en el mundo contemporáneo, entendiendo por tal aquél que se articula
en torno al mercado mundial en desarrollo desde fines del siglo XVIII, y que ha
venido a funcionar como una unidad en tiempo real – esto es, como un mercado
global – desde fines del XX. Se trata, en efecto, de un período caracterizado
por
La
exploración de la Tierra en todas las direcciones, para descubrir tanto nuevos
objetos utilizables como nuevas propiedades de uso de los antiguos, al igual
que nuevas propiedades de los mismos en cuanto materias primas, etc.; por
consiguiente el desarrollo al máximo de las ciencias naturales; igualmente el
descubrimiento, creación y satisfacción de nuevas necesidades provenientes de
la sociedad misma; el cultivo de todas las propiedades del hombre social y la
producción del mismo como un individuo cuyas necesidades se hayan desarrollado
lo más posible, por tener numerosas cualidades y relaciones. [9]
Este proceso de
expansión incesante, a su vez, conlleva el desarrollo de “un sistema múltiple,
y en ampliación constante, de tipos de trabajo, tipos de producción, a los
cuales corresponde un sistema de necesidades cada vez más amplio y copioso”[10],
directamente vinculado a los problemas de contaminación masiva y la alteración
constante de los ecosistemas antes mencionados. Y esos problemas alcanzan sus
expresiones más dañinas en las consecuencias – tanto más peligrosas cuanto
menos y peor conocidas - derivadas de la situación de guerra sin fin que ha
acompañado aquel proceso de expansión.[11]
Esa situación de guerra incesante, en efecto, acelera y multiplica todos los
problemas antes indicados, sea como consecuencia de su efecto destructivo;
debido a la acumulación de desechos de tal actividad – incluidos los que
resultan de la producción de medios de destrucción -, o como resultado de las
transformaciones económicas que se abren paso a través de las victorias así
obtenidas, desde la creación de un mercado en China para el opio producido por
empresas inglesas en la India a mediados del siglo XIX, hasta la apertura de
nuevos espacios para actividades contaminantes de gran escala y la acentuación
del carácter desigual y combinado del desarrollo a escala planetaria.
La comprensión del proceso de
globalización en perspectiva histórica es una condición indispensable para
encarar, como tercer objetivo, la tarea de identificar, analizar y
aprovechar a favor del desarrollo humano las oportunidades que se derivan de
ese proceso general para comprender y encarar las situaciones particulares que,
en campos como el de las relaciones entre la salud y el cambio ambiental, van
emergiendo de dicho proceso. Aquí, la historia ambiental puede y debe
aportar premisas y perspectivas de análisis que ya han probado su valor en el
estudio de otros aspectos de la relación entre el desarrollo humano y el mundo
natural. Así, por ejemplo, en lo que hace a la
relación entre la sociedad y su entorno natural, la historia ambiental nos
permite entender tres verdades de importancia para este programa de trabajo. En
primer término, que la naturaleza que nos rodea es en una importante medida el
resultado de prolongadas intervenciones humanas en los ecosistemas que la
integran; en segundo, que nuestras ideas acerca de esa naturaleza y su utilidad
están socialmente determinadas de múltiples maneras y, por último, que nuestros
problemas ambientales se originan en el uso que las sociedades humanas han
hecho de los ecosistemas en el pasado.
La historia ambiental facilita,
así, la
construcción de un marco conceptual adecuado para abordar la relación salud –
ambiente - desarrollo en su doble dimensión de estructura (espacial) y proceso
(temporal), incorporando los aportes de otras disciplinas
– como la historia médica, o la epidemiología histórica, por ejemplo – en la
tarea de transformar el tiempo cronológico en tiempo histórico, esto es,
en tiempo útil por su capacidad para permitirnos comprender mejor la
experiencia humana en materia de producción de salud, y aprender de ella. Este marco común tiene
una evidente utilidad para comprender la historicidad de la relación entre la
salud como hecho social, y la enfermedad y la muerte como hechos naturales, y
facilitar el abordaje interdisciplinario de problemas característicos de
nuestro presente, y de nuestro futuro previsible, como los relativos a las
enfermedades infecciosas emergentes, al incremento de la indicencia de las
enfermedades degenerativas, y a la gestión de la salud en las condiciones de
deterioro social y ambiental, y de urbanización masiva,.
Nos encontramos, en efecto, en el punto de partida en la
creación de las estructuras de larga duración en torno a las cuales se
articularán las relaciones entre la salud, el ambiente y el desarrollo futuros,
y las dificultades que enfrentamos se expresan con especial sutileza en la
decisión de cambiar el objetivo de lograr salud para todos en el año 2000 –
establecido por la Organización Mundial de la Salud en un cuarto de siglo
atrás, en un momento de mayores motivos para el optimismo – por el de lograr
esa meta “en el siglo XXI”. Y en un momento así, debe ser evidente la necesidad
de examinar de manera más prolija y productiva las vías por las que hemos
llegado a los riesgos y las oportunidades que nos presenta nuestra
circunstancia.
(Algunos) problemas y perspectivas
La historia aborda el pasado a la
luz –o a las sombras– de las preocupaciones que nos inspira el futuro. Por lo
mismo, la mayor contribución de la historia ambiental en este terreno consiste
en enriquecer el conocimiento y debate de la situación y las tendencias de
salud en las primeras décadas del siglo XXI, y de las opciones previsibles en
su desarrollo futuro. Aquí, la historia ambiental puede aportar nueva evidencia
sobre los riesgos inherentes a una visión de la salud centrada en las
posibilidades de control que ofrece la tecnología médica y sanitaria, antes que
en las oportunidades (y los riesgos) de una participación social amplia, activa
y bien informada en la producción de las condiciones fundamentales que demanda
el bienestar de nuestra sociedad en un mundo en proceso de transformación.
En esa perspectiva, el predominio
de una visión de la salud como un estado de ausencia de enfermedad en el
individuo limita la demanda de un estudio de la salud como creación colectiva.
Por lo mismo, un programa de trabajo para la adecuada comprensión de los
vínculos entre la producción social del ambiente y la de la salud debe
contribuir tanto a crear esa demanda como a formar a los futuros investigadores
que le darán respuesta. Pero, sobre todo, este programa será viable en la
medida en que sea útil, esto es, en la medida en que contribuya a plantear en
nuevos términos la aspiración irrenunciable de lograr, en Panamá como en toda
la América nuestra, un desarrollo humano capaz de ofrecer salud para todos, con
todos y para el bien de todos, en los términos en que lo exige el mundo que
emerge con el siglo nuevo.
Ciudad
del Saber, Panamá, 2001 - 2013
NOTAS:
* Panamá, 1950. Doctor en Estudios Latinoamericanos, UNAM, 1995. Vice
Presdiente de Investigación y Formación, Fundación Ciudad del Saber, Panamá, gcastro@cdspanama.org. Conferencia ofrecida en el Foro Cáncer, Salud y Ambiente en Panamá,
organizado por el Centro de Incidencia Ambiental. Centro Topper, Panamá, 25 de
enero de 2014.
[2] Epstein,
Paul, 1997: “Climate, ecology, and human health”. Consequences: Volume
3, Number 1, 1997, 1.
[3] Worster,
Donald, 1996: “The two cultures revisited. Environmental history and the
environmental sciences”, en Environment
and History, Volume 2, Number 1, February 1996. Traducción. GCH.
[5] Op. Cit.,
p. 5
[6] Ibid., p. 3
[7]
De este
modo, civilización y enfermedad promueven y sostienen un incesante proceso que
apunta a la unificación microbiana de Eurasia, primero – sobre todo entre el
500 a.c. y el 1400 d.c. -, y del mundo, después, en una fase que se inicia con
la conquista europea de América, se amplía con el intercambio de esclavos y
microparásitos entre África y el Nuevo Mundo, después, y culmina con la
expansión de esas relaciones de coevolución y conflicto a escala del sistema
mundial. Con ello, se llega a la situación de que las enfermedades de la
civilización pasen a ser “las enfermedades familiares a casi toda la humanidad
contemporánea como las comunes a la infancia: sarampión, paperas, tos ferina,
viruela, etc.” Ibid., p. 52
[8] “El papel del trabajo
en la transformación del mono en hombre”, en Marx, Carlos y Engels, Federico: Obras Escogidas, Editorial Progreso,
Moscú, 1969, p.388.
[9] Marx, Carlos: Elementos Fundamentales para la Crítica de
la Economía Política (Grundrisse) 1857 – 1858. Siglo XXI, Editores, 2007.
I, 361.
[10] Idem.
[11] Al respecto, cabe además recordar que “La
guerra se ha desarrollado antes que la paz: mostrar la manera en que ciertas
relaciones económicas tales como el trabajo asalariado, el maquinismo, etc.,
han sido desarrolladas por la guerra y en los ejércitos antes que en el
interior de la sociedad burguesa. Del mismo modo, la relación entre fuerzas
productivas y relaciones de tráfico, particularmente visibles en el ejército.”
Marx, Carlos: Grundrisse, cit., I,
30.
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