Las próximas elecciones tendrán, a mi modo de ver, una
característica singular. Dada la aceleración de la historia, impulsada por la
crisis sistémica mundial, nos veremos forzados a tomar una decisión: o
aprovechamos las oportunidades que los países centrales en profunda crisis nos
propician, o las desperdiciamos y viviremos amarrados al destino decidido
siempre por ellos.
Leonardo Boff / Rebelion
Observador atento de
los procesos de transformación de la economía mundial en contrapunto con la
brasilera, Celso Furtado, uno de nuestros mejores nombres en economía política,
escribió en su libro "Brasil: la construcción interrumpida": «En
medio milenio de historia, partiendo de una constelación de fechorías, de
poblaciones indígenas desgarradas, de esclavos trasplantados desde otro
continente, de aventureros europeos y asiáticos en busca de un destino mejor,
llegamos a un pueblo de extraordinaria polivalencia cultural, un país sin
paralelo por su inmensidad territorial y su homogeneidad lingüística y
religiosa. Pero nos falta la experiencia de pruebas cruciales como las que conocieron
otros pueblos cuya supervivencia llegó a estar amenazada. Nos falta también un
verdadero conocimiento de nuestras posibilidades y principalmente de nuestras
debilidades. Pero no ignoramos que el tiempo histórico se acelera y que la
cuenta de ese tiempo se hace en contra nuestra. Se trata de saber si tenemos un
futuro como nación que cuenta en la construcción del devenir humano o si
prevalecerán las fuerzas que se empeñan en interrumpir nuestro proceso
histórico de formación de un Estado-nación» (Paz e Terra, Rio 1993, 35).
La actual sociedad
brasilera, hay que reconocerlo, ha conocido avances significativos bajo los
gobiernos del Partido de los Trabajadores. La inclusión social realizada y las
políticas sociales beneficiosas para millones de personas que siempre
estuvieron al margen tienen una magnitud histórica cuyo significado todavía no
acabamos de evaluar, especialmente si las comparamos con las fases históricas
anteriores, hegemonizadas por las élites tradicionales que siempre detentaron
el poder del Estado.
Todavía hay tiempo
para hacer cambios que pueden reorientar el país hacia su rumbo cierto. Es
importante creer en nuestras virtualidades, en nuestra misión planetaria. Pero
estos avances no son aún proporcionales a la grandeza de nuestro país y de su
pueblo. Las manifestaciones de junio de 2013 mostraron que buena parte de la
población, particularmente los jóvenes, está insatisfecha. Estos manifestantes
quieren más. Quieren otro tipo de democracia, la participativa, quieren una
república no de negociados sino de carácter popular, exigen con razón
transportes que no les roben tanto tiempo de vida, servicios básicos de
higiene, educación, que los habilite para entender mejor el mundo y para
mejorar el tipo de trabajo que escojan; reclaman sanidad con un mínimo de
decencia y calidad. Crece en todos la convicción de que un pueblo enfermo e
ignorante jamás dará un salto cualitativo hacia otro tipo de sociedad menos
desigual y, por eso, como la llamaba Paulo Freire, menos malvada. El PT deberá
estar a la altura de esos nuevos desafíos y renovar su agenda o pagar el precio
de no continuar más en el poder.
Estamos
aproximándonos a aquello que Celso Furtado llamaba "pruebas
cruciales". Tal vez como nunca antes en nuestra historia, hemos llegado al
momento crítico de las "pruebas". Las próximas elecciones tendrán, a
mi modo de ver, una característica singular. Dada la aceleración de la
historia, impulsada por la crisis sistémica mundial, nos veremos forzados a
tomar una decisión: o aprovechamos las oportunidades que los países centrales
en profunda crisis nos propician, reafirmando nuestra autonomía y garantizando
nuestro futuro, autónomo pero relacionado con la totalidad del mundo, o las
desperdiciamos y viviremos amarrados al destino decidido siempre por ellos, que
nos quieren condenar a ser solo abastecedores de los productos in natura que
les faltan y así nos vuelven a recolonizar.
No podemos aceptar
esta extraña división internacional del trabajo. Tenemos que retomar el sueño
de algunos de nuestros mejores analistas de la valía de Darcy Ribeiro y de Luiz
Gonzaga de Souza Lima, entre otros, que propusieron una reinvención o
refundación de Brasil sobre bases nuestras, gestadas por nuestro ensayo
civilizatorio, tan enaltecido por Celso Furtado.
Este es el desafío
lanzado de forma urgente a todas las instancias sociales: ¿Ayudan a la
invención de Brasil como nación soberana, repensada en los marcos de la nueva
conciencia planetaria y del destino común de la Tierra y de la humanidad?
¿Podrán ser co-parteras de una ciudadanía nueva ―la co-ciudadanía y la
ciudadanía terrena― que articula al ciudadano con el Estado, al ciudadano con
otro ciudadano, lo nacional con lo mundial, la ciudadanía brasilera con la
ciudadanía planetaria, ayudando así a moldear el devenir humano? ¿O se harán
cómplices de esas fuerzas que no están interesadas en la construcción del
proyecto-Brasil porque se proponen incluir a Brasil en el
proyecto-mundo-globalizado de una forma subalterna y dependiente, con ventajas
concedidas a las clases opulentas, beneficiadas con este tipo de alianza?
Las próximas
elecciones van a arrojar luz sobre estos dos proyectos. Debemos decidir de qué
lado estaremos. La situación es urgente pues, como advertía pesaroso Celso
Furtado: «todo apunta hacia la inviabilización del país como proyecto nacional»
(op. cit. 35). No queremos aceptar como fatal esta seria advertencia. No hay
que reconocer las derrotas sin haber dado antes todas las batallas, como nos
enseñaba Don Quijote en su gaya ciencia.
Todavía hay tiempo
para hacer cambios que pueden reorientar el país hacia su rumbo cierto,
especialmente ahora que, con la crisis ecológica, Brasil ha adquirido un peso
decisivo en la balanza y el equilibrio buscado por el planeta Tierra. Es
importante creer en nuestras virtualidades, diría más, en nuestra misión
planetaria.
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